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“Ahí se lo encargo, profe…”

Como muchos maestros, cada vez que una madre o padre de familia hablaba conmigo sobre el desempeño de su hijo y se despedía con la frase “ahí se lo encargo, profe”, me invadía la sensación de haber desperdiciado mi tiempo y la férrea convicción de que, en la mayoría de los casos, los padres verdaderamente esperaban que me hiciera cargo no solo del desempeño escolar, sino también de la educación, formación y desarrollo de su hijo, cuya responsabilidad me transfería con chabacana frescura. 

La educación de los niños y jóvenes en un país es una responsabilidad compartida. A todos nos toca una parte. Lo mismo a las autoridades gubernamentales, que a los padres de familia y por supuesto a los docentes. Sin embargo, no es infrecuente que cuando alguien no asume su responsabilidad, en un efecto cascada la expectativa recaiga finalmente en los maestros. 

Son muchos los ejemplos de este efecto cascada, los maestros no sólo tenemos la consigna de enseñar los contenidos de nuestras materias, sino además de hacerlo formando en nuestros estudiantes las competencias que demanda el siglo XXI. A esto se añade que los formemos en valores, incluyendo el fervor patrio y la honestidad. Pero no sólo eso, también debemos enseñarlos a trabajar en equipo, a ser resilientes, proactivos y emprendedores. Por si esto fuera poco, también se nos ha encomendado en cascada, los programas de protección al medio ambiente, el blindaje socioemocional, la prevención de conductas de riesgo y hasta la prevención de embarazos en adolescentes. 


No nos quejamos. La mayoría de los docentes tenemos vocación de educadores y disfrutamos nuestro trabajo preocupándonos y ocupándonos de todo lo anterior, con el apoyo o sin él, de los padres de familia y autoridades. Sin embargo, la sombra de agregar a lo anterior una nueva demanda se yergue sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles.

El Doctor Roberto Rosler, neurocirujano y experto en educación, ha alertado que este aislamiento es sumamente tóxico para los niños y adolescentes debido a que antes que la instrucción, las escuelas cumplen con una función de interacción social indispensable para su sano desarrollo. Algo podemos subsanar temporalmente por medio de las tecnologías si sabemos atravesar las pantallas con empatía, buen humor, optimismo y sobre todo, permitiendo que haya mucha interacción con y entre los estudiantes. Pero esto sólo puede ser un remedio temporal que además sabemos, ni siquiera está al alcance de todos por las profundas brechas socioeconómicas de nuestro país aunada a limitaciones pedagógicas y de competencias tecnológica de los maestros. 

La SEP y los gobiernos estatales no tienen fácil la decisión sobre el regreso a clases. Por un lado, está la necesidad cada vez más imperiosa de que los alumnos regresen a socializar en persona con sus pares, y por otro, la precaución para evitar contagios y un rebrote con efectos funestos. Cuando existe una tensión entre dos polos, la autoridad la debe identificar, reconocer y decidir con base en la información disponible. Una vez hecho esto su obligación también es comunicar con claridad y responsabilidad la decisión. Eso esperamos de las autoridades. No más, pero tampoco menos por la sencilla razón, de que es precisamente el encargo para el que fueron electos. No hay un punto de inocuidad en una decisión así. Y como se dice con frecuencia, la peor decisión es postergar indefinidamente tomar una decisión.

Llegado el momento de volver a las aulas, seguramente nos pedirá la SEP y nos exigirán los padres de familia, que los maestros nos convirtamos en centinelas garantes del aislamiento social, de que los alumnos no se abracen, no se toquen, no intercambien sus cubrebocas, no compartan sus alimentos, que se laven las manos frecuentemente con jabón, de verificar su temperatura y enseñarles técnicas de etiqueta para estornudar. ¿Olvidé algo más? Y quizás, ojalá me equivoque, hasta tengamos que cargar con la responsabilidad moral o legal, en caso de que los padres de familia consideren que no hemos actuado con apego a los protocolos o infortunadamente tengamos contagios o situaciones que lamentar.

¿Por qué seguir cargando sobre las espaldas de los maestros todas estas demandas? Haremos nuestra parte, que no queda la menor duda. No sólo por responsabilidad, sino por el auténtico interés que tenemos en el cuidado de cada uno de los alumnos que se nos han confiado. Pero si la autoridad educativa hiciera su parte, y los padres de familia también, el trabajo no sólo sería más liviano, sino el resultado más efectivo en favor de los alumnos, y en el caso que nos ocupa, de la salud comunitaria. El virus es peligroso, pero los niños no están maduros para racionalizarlo. Un enemigo que no se ve y que en los niños o jóvenes pareciera no causar daño, provoca una baja percepción de riesgo que, aunada a la necesidad de socializar con sus pares, requiere de los adultos acciones responsables y oportunas. 

¿Qué le tocaría a la SEP? Comunicar a toda la sociedad mediante una intensa campaña mediática los cuidados básicos que deberán tener los niños al regresar a la escuela. Cierto que el secretario de educación ha presentado en conferencias de prensa y en los consejos consultivos un protocolo, pero éste debería adaptarse en una campaña intensa dirigida a los padres de familia y a los niños. Se podrían hacer jingles y coreografías para la colocación del cubrebocas, para el lavado de manos y para el “no comparto mis alimentos” y difundirlos ampliamente por televisión y otros medios semanas antes de que los niños regresen a la escuela. Esto ayudaría a que los maestros podamos recordarlos, reforzarlos y no actuemos sólo mediante estresantes prohibiciones. En algunos países como Perú, incluso se han incluido en las clases por televisión videos dirigidos a los niños en los que se les enseña cómo colocarse el cubrebocas y otros medios de cuidado promovidos por su presidente. ¡Ahí te lo encargo SEP!

Obviamente el ejemplo de los padres de familia es indispensable. Su respeto a los protocolos de uso de cubrebocas al salir de casa, distanciamiento social incluso con familiares, manejo de alimentos y formas de saludar, son la lección más efectiva que los alumnos pueden tener. Los papás podrían también pedir a sus hijos utilizar el cubrebocas por ciertos períodos de tiempo dentro de su casa para ayudar a que los niños se familiaricen con él y puedan aguantar una jornada escolar sin retirárselo. ¡Ahí se los encargo papás! 

 

Sergio Dávila Espinosa

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