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¿A mitad del camino?

La reforma educativa todavía no es educativa. Esto se sigue de los argumentos del subsecretario de Planeación y Evaluación de Políticas Educativas de la SEP, Otto Granados. Considera que la reforma ha tenido “un horizonte claro y la operación que las condiciones políticas institucionales y legales hicieron posible”. La primera fase consistió en el cambio del marco normativo: se modicó la Constitución, la Ley General de Educación, la del Servicio Profesional Docente y la correspondiente al Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. “Los primeros tres años, la primera parte de la administración estuvo muy bien diseñada para esta primera dimensión”.

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Mudos e invisibles

Las profesoras y los maestros mexicanos han sido concebidos, en la reforma educativa, como infantes. No es baladí: infancia proviene del latín, infans, que por su etimología significa “el que no habla”. Infantia equivale a la incapacidad de hablar. Los que de esto saben aclaran que no sólo se alude a la carencia de elementos para enunciar palabras: implica que no se cuenta con las condiciones para expresarse de una manera inteligible para otros. Es quien no sabe hablar.

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La reforma educativa: el fin de un prejuicio

La reforma tuvo, como eje fundamental en su diseño, un supuesto: la fuente, si no única, sí la más importante de los problemas educativos en México, era el magisterio. Al ser concebidos como causa, la acusación simplificadora fue inmediata: los profesores y las maestras en el país, desde preescolar al nivel medio superior, estaban mal preparados. Inculpados sin miramientos, ni matiz, como un gremio repleto de flojos, violentos, ignorantes y desobligados, el (también) único remedio era evaluarlos: “el corazón de la reforma es la evaluación”. Ha sido de tal manera central este prejuicio, que ha generado lo propio e inevitable: perjuicios. Sobre todo, la estigmatización de las y los docentes y, derivado de ello, su ubicación en el proceso como objetos, cosas a reformar, y no como sujetos, socios indispensables, en la transformación que sin duda requiere el acceso al conocimiento en el país.

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México: país imaginario

Escenografía. Desde muy temprano en la vida, quien esto escribe supo de tal oficio en el teatro. Uno de nuestros mayores —en todos los sentidos de la palabra— lo ha ejercido a lo largo de sus años. Cuando ya tuvimos hijos, le pidieron a David que los llevara a una función para saber cómo era su trabajo. El puñado de niños y nosotros ocupamos casi toda la cuarta fila. Al terminar la obra, nos llevó al escenario para que vieran de cerca su quehacer. El más pequeño, desconcertado, dijo: oigan, no son libros de verdad. Tocaba los lomos de los aparentes volúmenes en la también falsa estantería del salón en el que transcurrió la última escena. Son de cartón duro, nada más están pintados. Parecían tan ciertos, remató. Con paciencia, le explicó al pequeño, y a todos, cómo se hacían esas piezas y los llevó a la parte posterior del proscenio donde estaban otros artilugios empleados esa noche. El caso es que parezcan ser lo que tus ojos miran, decía sonriendo, y veas una biblioteca, o una calle, según se necesite para que ocurra la historia. A eso me dedico.

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Usted perdone: estamos aprendiendo

En educación, 2016 será intenso: la SEP anunció iniciativas que merecen atención de todos, especialmente del magisterio, el actor ausente, a tres años aún, del diseño y ejecución de los cambios. Han sido concebidos como materia inerte, y moldeable, sobre la que las autoridades experimentan sin evidencia que asegure la idoneidad educativa de sus acciones. No ha prevalecido la racionalidad técnica y sus tiempos de maduración, sino la premura derivada de un conjunto de leyes mal elaboradas.

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