De la indignación de la mala reforma educativa a la Pedagogía de la esperanza

El primero de julio del año 2018 se ha presentado para nuestro país una oportunidad importante no solo de alternancia política sino también de cambiar el rumbo social de nuestra historia reciente. El triunfo contundente de Andrés Manuel López Obrador ha abierto una esperanza válida para miles de mexicanas y mexicanas.

En educación existe una necesidad legítima de cambio, la cual se reclama en toda la estructura educativa oficial pero sobre todo por los docentes, educadores, maestros, investigadores y académicos que en los distintos espacios institucionales y de manera diversa y diferenciada, contribuyen con su trabajo pero también mantienen su deseo de una mejor educación.

El gobierno que tomará posesión el primero de diciembre ha convocado a una cruzada nacional a través de Foros de consulta para conformar lo que le ha llamado un gran Acuerdo nacional por la educación, sin embargo en los hechos dichos foros no sólo han generado mayores dudas e incertidumbre lo que es pero aún, se ha recurrido a las viejas estructuras del sistema para realizarlos. El nuevo proyecto educativo nacional no puede sostenerse en torno a los viejos grupos de interés de todas aquellas instancias anquilosadas que se han enquistado en el sistema, como es la plana directiva del SNTE, las burocracias de los gobiernos locales y los cacicazgos institucionales como el que funciona en la U de G, desde hace muchos años.

¿De qué se trata entonces? Aquí asistimos ante una contradicción de fondo. El nuevo proyecto educativo no se puede fincar sobre la base de las viejas estructuras, ni tampoco del capital acumulado por las viejas instancias, ¿Por qué? No porque dichas instancias ya no sirvan, sino porque tienen vicios de origen, predominan los intereses mezquinos, las complicidades y las corruptelas, ¿Qué no es en contra de todo ello a lo que se opone sustantivamente los discursos de campaña de López Obrador?

Es obvio pensar también en la contra-parte, la responsabilidad que tenemos los actores que de manera marginal o periférica realizamos nuestra tarea, es obvio pensar y concluir que el cambio no va a venir de la nueva burocracia de la SEP, peor aún estaremos ante escenarios y posturas muy parecidas a las que van de salida. El titular de la SEP ha optado por un discurso conciliador y moderado, es decir nos quiere decir que él no pretende establecer compromisos que no va a cumplir.

Ante este escenario un poco desalentador surge la alternativa de la Pedagogía de la Esperanza, es decir, como bien nos lo enseñó el maestro Paulo Freire, regresar a los fundamentos de la participación, la organización y las iniciativas descolonizadoras, desde abajo y el diálogo, la sistematización de experiencias que si funcionan porque responden a las necesidades de los pueblos y su cultura. Arriba, los de arriba seguirán interesados en mantener y hacer uso del poder, los que estamos abajo y que siempre hemos estado, nuestro uso pedagógico (como principio y como acción) debe ser diferente. Exagerando un poco más, no creemos en la nueva SEP. Requerimos en cambio, una mejor iniciativa de reforma, la verdadera reformas que todos soñamos y necesitamos la debemos impulsar, gestionar, desarrollar y sistematizar desde nosotros mismos y nuestro trabajo pedagógico de cada día.

Me parece que el llamado gobierno de la esperanza aun sin tomar posesión comienza a desesperanzarnos. Pero la esperanza debe mantenerse por todos aquellos y aquellas que hemos luchado por muchos años, por hacer que la educación sea el instrumento de transformación social, de confluencia social y de desarrollo en beneficio de los que menos tienen y más necesitan.

Los supuestos Foros de consulta servirán de muy poco, se los podrían haber ahorrado, en educación no cabe el populismo, ya hemos tenido muchos años de engaño y el aprendizaje es que para no acumular aún más años, debemos de dinamizarnos, agruparnos en un frente común, por un verdadero proyecto de educación de la esperanza transformadora.

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