Desde la ventana de la oficina

Rogelio Javier Alonso Ruiz* 

Pocas veces, como en la reactivación del servicio educativo presencial, la diferencia de la perspectiva de las autoridades educativas fue tan notoria con respecto a aquella de quienes asisten cotidianamente a las escuelas. Por momentos, da la impresión que maestros y directivos viven en una realidad diferente a la de las autoridades. Lo que ven unos, otros no. Lo que desde los planteles se percibe, es invisible desde la ventana de la oficina de los altos dirigentes educativos.

Pareciera que la ventana brinda una imagen, por momentos, totalmente distorsionada de las escuelas a las que se mira. Son tan extrañas las imágenes que se forman, tan ajenas de lo que realmente son, que ha llevado a muchos a sugerir que es perfectamente viable que esos planteles ofrezcan el servicio educativo mediante una modalidad mixta, en la que las clases presenciales sean simultáneamente transmitidas mediante videollamadas a quienes se queden en casa. No se alcanza a ver, desde el escritorio, que hay muchas escuelas con recursos apenas justos para necesidades básicas y que, por el momento, ni en sus más fantasiosos sueños guajiros se encuentra la habilitación del edificio escolar para dar conectividad efectiva a todas las aulas.

El cristal de la oficina tiene una cuarteadura justo por donde se deberían observar las disminuidas arcas escolares, de las cuales se están contando pesos y centavos para arreglar baños, pintar muros y comprar lámparas, mientras que se está rezando porque no sea necesarias reparaciones mayores en el futuro, algunas de las cuales fueron asentadas, desde hace varios meses, en oficios que probablemente ya se encuentran arrumbados en los archiveros de esa oficina.

Parece que el cristal tiene un efecto óptico que disminuye el tamaño de las cosas: problemas, como la falta de recolección de basura o la insuficiencia de agua, que han afectado a muchos planteles, parecen diminutos. “Para eso asumiste una dirección”, fue la respuesta a directivos que se inconformaron ante el incumplimiento de la autoridad educativa en las situaciones referidas, como si ya tuviera que ser natural la omisión de responsabilidades. “Arréglatelas como sea, pero da el servicio, cumple”, gritan de adentro hacia afuera de esa ventana, pero se hacen oídos sordos cuando esa misma exigencia va en sentido contrario: “no hay dinero, ¿qué le vamos a hacer?”.

A través de esa ventana, se observa que el regreso a clases es totalmente seguro, sanitariamente hablando, para los maestros, debido a que ya fueron vacunados. Dicen esto mientras, irónicamente, son escasas sus reuniones presenciales y la mayoría siguen siendo a través de Zoom y Meet.  Dicen que no hay razones para que en todas las escuelas haya personal y, para verificarlo (vuelve la ironía), el mejor medio son las llamadas o enviar mensajes de texto. Dicho sea de paso, así no se tiene que abandonar las seguras oficinas que, a diferencia de las escuelas, han contado periódicamente con servicios profesionales de desinfección.

Desde la ventana de la oficina las condiciones que exige el magisterio para volver a las escuelas se perciben como meras excusas para seguir “cómodamente” laborando desde casa. Dicen algunos, al interior de ese recinto burocrático, que se intenta perpetuar una modalidad de servicio que ha hecho más flojos a los que ya lo eran y un poquito a los que no. Se nota que han estado muy encerrados en esa oficina. Se empaña tanto el cristal de esa ventana que no permite ver con nitidez los justos reclamos del magisterio, algunos relativos incluso a afectaciones laborales; en cambio, se confunden con falta de voluntad y hasta de vocación. Desde la ventana no se observa justicia laboral, sólo el tan mencionado (y hasta desvirtuado) interés superior de la niñez, que más que una prioridad genuina por la infancia, pareciera ya un medio perversamente aprovechado para someter al magisterio ante condiciones laborales adversas.

Que no se entienda este escrito como un llamado a obtener respuestas fáciles ante los grandes desafíos que implica la vida educativa. Ni a escatimar en el liderazgo directivo y la participación de la comunidad escolar, pero tampoco en el cumplimiento de las obligaciones oficiales. No se pide que autoridades suplan lo que le corresponde hacer a directivos y docentes, ni viceversa: cada uno que cumpla con sus justas obligaciones. Que no se confunda autonomía escolar, con dejar a su suerte a los planteles, ni abandono de escuelas con aportaciones voluntarias de padres de familia u omisión de responsabilidades con gestión directiva. Que no se vea por ese cristal, tan empañado, rayado y cuarteado, sólo de adentro hacia afuera. Que no sirva esa ventana sólo para ver llover y no mojarse.

 

*Rogelio Javier Alonso Ruiz. Profesor colimense. Director de educación primaria (Esc. Prim. Adolfo López Mateos T.M.) y docente de educación superior (Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima). Licenciado en Educación Primaria y Maestro en Pedagogía.  

Twitter: @proferoger85 

Facebook Comentarios

Leave A Comment