Editorial

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Movernos ¿hacia dónde?

El gobierno de la República tendrá que explicar ahora a la sociedad entera cómo espera que nos sigamos moviendo. Si, como dice machaconamente la publicidad oficial –y el presidente Peña Nieto lo repitió varias veces en su 2º. Informe de Gobierno-, el país está en movimiento tras el tsunami de once reformas estructurales aprobadas en estos dos años de gobierno, lo que tenemos que saber ahora es cómo van a continuar el proceso de aterrizaje de esas reformas –aterrizaje que tiene que ser medible por los ciudadanos-, y cómo se traducen en beneficios reales para la población.

Porque no basta con que se haya aprobado la reforma educativa más amplia en la historia reciente del país -una reforma que se ha quedado más en la parte político-administrativa que en la sustancia educativa y el combate al rezago educativo nacional-, si no se establece con claridad qué sigue en lo que toca a los contenidos curriculares en la educación básica y la media superior y cómo se va a garantizar la formación y capacitación de nuevos docentes y de maestros en activo.

Es claro que el desastre educativo es a tal grado mayúsculo, que las reformas llevadas a cabo apenas sirvieron para darnos cuenta de la magnitud del mismo. Si bien es cierto que se ha truncado –no con la profundidad y sentido democrático que se requeriría-, la viciada relación del SNTE con la SEP –la simbiosis atípica mexicana a la que hizo referencia en 2010 Vernor Muñoz Villalobos, relator especial de la ONU sobre el derecho a la educación-, en el sentido de que las plazas docentes ya no son botín sindical, aún queda mucho por hacer respecto al aterrizaje de la reforma en los estados, donde las cúpulas seccionales del sindicato dominan el escenario y con frecuencia logran imponer a los gobernadores sus deseos, especialmente el de tener a secretarios estatales de Educación a modo.

En su informe, Peña Nieto apenas hizo referencia a la corrupción. En días pasados, el titular del Ejecutivo dijo en una cómoda entrevista televisiva organizada por el Fondo de Cultura Económica, que la corrupción en México es un asunto cultural y que, en todo caso, debemos esperar a que la reforma educativa en curso rinda sus frutos y haga de los niños y jóvenes mexicanos –según se colige de lo dicho por el mandatario-, buenos ciudadanos, cargados de principios éticos aprendidos en las aulas, suficientes para que, cuando desempeñen alguna responsabilidad pública, lo hagan en automático con probidad.

Así, los mexicanos debemos esperar que la reforma educativa obre milagros a fin de tener una sociedad menos corrupta. Parecería que el tema (el combate a la corrupción) es en sí mismo molesto para el Presidente. Han quedado en la congeladora los proyectos de creación de una Comisión Nacional Anticorrupción –promesa de campaña electoral-, y no se sabe bien a bien en que quedará la Secretaría de la Función Pública.

Y mientras nos animamos a movernos para acabar con la corrupción y las profundas raíces que tiene en el entramado burocrático-administrativo que la permite, habremos de esperar medidas concretas y eficaces para transparentar el gasto educativo, conocer los planes de construcción y mejoramiento de aulas y la presentación de estrategias urgentes para la disminución real de la desigualdad educativa, donde los más pobres son quienes reciben menos del Estado.

Rubén Álvarez Mendiola

Director Editorial

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