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Educar en momentos de perplejidad

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Paulo Freire, el más universal de los educadores que América Latina ofreció al mundo, afirmaba que la reflexión sobre la práctica es una condición vital para el desarrollo de la vocación pedagógica. No tengo ninguna duda. En especial, en momentos en que la docencia experimenta problemas; problemas como hubo permanentemente, pero que hoy son muy graves porque el contexto es más hostil para educar. Permítanme una peregrinación por lugares comunes.

Pareciera que la educación perdió el rumbo, como asegura coloquialmente la filósofa española Victoria Camps. Los discursos cacarean que vivimos en la sociedad del conocimiento, pero las señales son inequívocas: en nuestras sociedades vivimos en una sociedad contra el conocimiento, afirma Guillermo Jaim. Y las muestras son abundantes: los medios informativos fustigan a los maestros y a las escuelas públicas por los resultados de los niños en los exámenes internacionales, como si la escuela tuviera el cometido de preparar estudiantes que respondan exámenes de opción múltiple. Además, muchos de esos mismos medios son cómplices de los males y no tienen una propuesta pedagógica edificante. Televisa, por ejemplo, ha disparado y sigue disparando a la cabeza de los maestros, pero con las otras manos sostiene programas como “100 mexicanos dijieron”; o convirtió a un esperpento, como Laura en América, en su estandarte moral y emocional.

Un contexto social que no educa positivamente, que deseduca, o que educa con los ejemplos de la violencia, la inseguridad; con la policía rebasada en las calles, con los padres que no tienen empleo y niños que deben trabajar. Con una pobreza lacerante consumiendo a más de la mitad de la población. Un país en donde el derecho universal, humano y constitucional a la educación se ve coartado por múltiples condicionamientos. Porque no estudian todos los que deberían, porque los que ingresan no culminan, y muchos de los que terminan no obtienen una buena formación, porque los que concluyen no tienen un empleo. Un país en el que cada año más de un millón de jóvenes y adolescentes son expulsados de la secundaria y el bachillerato.

Un país donde los estudiantes con doce años de escolaridad no son aceptados en las universidades, dejando un contingente numeroso prácticamente sin expectativas: entre ellos los llamados ninis, expulsados de la escuela y el mundo laboral. Una nación con innumerables deudas, tantas, que masificamos la triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, la excepcional novela de García Márquez.

Sin embargo, en ese mismo contexto que poco educa o que deseduca, es posible educar, hacer de la educación una misión de transformación social; y de la escuela una organización que enseña y aprende. Pero no se logra con discursos demagógicos un 15 de mayo. Es con trabajo, con actividad intensa de quienes toman decisiones, de quienes deciden presupuestos, de quienes dirigen el sistema educativo, pero también es una tarea que los educadores debemos realizar colegiada y cotidianamente. Creo, estoy convencido, que no se trata de mejorar aunque sea un poquito la educación; se trata de educar de otra forma, evolucionando nuestros marcos mentales para imaginar otras escuelas, otros modelos posibles de educación.

Miguel Ángel Santos Guerra escribe que los maestros somos como la tripulación de un barco, preocupada por lanzar más carbón a las calderas, sin atender a la dirección del navío. Las planeaciones son a corto plazo y siempre hay urgencias, pero los cambios trascendentes demandan paciencia y persistencia, no son inmediatos y precisan espacios para la reflexión y la participación democrática.

Es necesario revertir las prioridades. Los profesores deben planear y actuar, pero con la reflexión como quehacer cotidiano y dialógico. La docencia requiere el sustento de tres pilares: debe ser intelectualmente exigente, emocionalmente apasionante y profundamente ética. Porque no se forman profesores apilando grados académicos, ni capacitándolos con un arsenal de técnicas. Es más un arte que una ciencia. ¿Lo comprenderemos a tiempo, en momentos de perplejidad?

 

 

 

 

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