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El debate y la política educativa

Más allá de los vilipendios, una que otra sorpresa y el protagonismo de los árbitros, hay poco que recodar del debate del miércoles 12 entre los candidatos a la Presidencia. No obstante, en el territorio de la política educativa quedó claro que el derecho a la educación les importa poco a quienes pretenden gobernar los próximos seis años.

De cualquier manera, hubo puntos rescatables para el comentario. Unos chuscos y otro serios. El Bronco tuvo sus dos momentos. El de chispa fue cuando le preguntó a Andrés Manuel López Obrador si traía en su cartera la fotografía de Elba Esther. Claro, no afectó mucho a AMLO, pero sí recordó la alianza que tejió con ella.

El punto prudente, aunque haya pasado desapercibido para la mayoría, es que se dirigió a los maestros —y así los concibió ante el auditorio— como ciudadanos, no como integrantes de algún sindicato. La trascendencia se este asunto puso sobre el tapete la incapacidad —la fuerza de la costumbre— de los otros candidatos; siempre piensan y se dirigen a los maestros como un conglomerado, como si todos fueran iguales, actuando bajo las consignas de los líderes de facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Sin embargo, las palabras de Rodríguez Calderón fueron para la campaña; su gobierno “independiente” ratificó el maridaje de las oficinas de educación con los líderes de las secciones 21 y 50 del SNTE.

El moderador Leonardo Curzio indujo otro punto chocarrero: una pregunta técnica en un debate político. Le preguntó a Ricardo Anaya si promovería evaluaciones por muestra o censales. Provocó que el candidato respondiera con una equivocación, “una muestra censal”. Aquí el error, pienso, fue del periodista. Desperdició el tiempo. No hizo una pregunta relevante.

Anaya tuvo dos circunstancias. La primera es que, de llegar a la Presidencia, sostendrá la mayor parte de la Reforma Educativa, pero suavizará la evaluación docente y corregirá las desviaciones —no dijo cuáles— en que incurrió el presente gobierno. La otra fue regalar teléfonos o tablets a los niños para que se eduquen a distancia. Quien haya asesorado a Anaya tiene pocas ideas de los usos de las tecnologías para la educación. Nadie ha demostrado su valía para mejorar la educación primaria.

El puntero en las encuestas, AMLO, ratificó el punto 6 de su decálogo de Guelatao, “cancelar la mal llamada Reforma Educativa”. No dejó lugar a especulaciones, descalificó todo y apadrinó el discurso de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Pero en el zócalo de la Ciudad de México, los líderes de esa facción, aunque hablaron en plural, se entiende quién era el destinatario: “Desde aquí les decimos (a los candidatos presidenciales) que ninguno tiene propuesta educativa. Más allá de la coyuntura electoral, la coordinadora está antes, durante y después del proceso electoral. No creemos en varitas mágicas ni que todo va a cambiar a partir del 2 de julio” (El Universal, 13/06).

El pronóstico es que la CNTE seguirá con su ruta —huelgas y protestas violentas—, sin importar quién sea el Presidente.

Como era de esperarse, José Antonio Meade sostuvo que respaldaría la Reforma Educativa. Su flechazo principal fue cuando apuntó que la mejor estrategia contra la desigualdad era lograr que todos los mexicanos terminarán la enseñanza media. Su argumento fue claro y —pienso— certero. Pero se olvidó decir que es para el plazo largo. Perdió la oportunidad de refrendar con vigor su compromiso con los puntos favorables de la Reforma Educativa.

En fin, poco debate serio. Habrá que esperar a que tome posesión el nuevo gobierno para saber —no nada más especular— qué clase de política educativa podremos esperar en los siguiente seis años y si fortalecerá —o no— el derecho a la educación.

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