El fin de la filosofía: ¿Será?

Eduardo Andere M.

El secreto de las buenas relaciones políticas, humanas y diplomáticas es ensalzar lo positivo y suavizar lo negativo. Cada vez que le decimos algo negativo a una persona automáticamente nuestro cerebro produce los químicos de la agresión, el miedo y la angustia tanto en la persona que criticamos como en nosotros mismos. Sin darnos cuenta, nuestro cerebro que nos tiene secuestrados nada en un mar de químicos bautizados por nuestro cerebro racional como ansiedad, miedo, angustia, coraje, rechazo, animadversión. Pero cada vez que aprovechamos una oportunidad, inclusive difícil o incómoda, para decir algo bueno o positivo, generamos los químicos de la empatía, el acercamiento y la felicidad.

Los cócteles de la tristeza y la felicidad no duran mucho en el sistema encefálico cerebral, todo pasa. Pero si somos capaces de producir o provocar muchos momentos de felicidad entonces la sumatoria es una gran felicidad.

Quizá la parte más significativa del cambio de siglo y de milenio para la humanidad es la decisión del cerebro humano de estudiarse a sí mismo, donde impresionantes hallazgos de la ciencia modificarán todo lo que hemos sostenido, por miles de años, como verdades absolutas entre ellas la virtud, la bondad, los hábitos, las sensaciones, la religiosidad y la divinidad, para ubicarlas en el cerebro humano.

Los avances en la biología celular y la bioquímica de la vida, así como la producción de nuevas tecnologías de imagen que pueden literalmente “observar” el cerebro cuando producimos algún pensamiento, experimentamos alguna emoción, predecimos alguna conducta, cambiarán por siempre la forma en que pensamos sobre el significado y el propósito de la vida, y en especial, de la vida humana.

El conocimiento del cerebro, que en realidad cumple con el dictumsocrático “conócete a ti mismo”, no significa piensa en tus virtudes y vicios, o en tu capacidad de decisión de lo bueno sobre lo malo como lo propondrían Sócrates, Aristóteles y Platón. Significa, en cambio, “conoce a tu cerebro”; y descubre, en los billones de células neuronales y gliales y los trillones de conexiones dónde se producen y descansan, tus emociones y pensamientos que se producen antes de hacerlos conscientes. Este conocimiento cambiará para siempre los paradigmas de la humanidad.

La filosofía, madre de todas las ciencias, naturales, sociales y humanistas, tendrá que unirse a la neurociencia para transformar la sabiduría de sus lucubraciones en la ciencia del pensamiento, la ciencia de la bondad y en la ciencia de la felicidad.

“Somos nuestro cerebro” como diría, el neurobiólogo neerlandés D.F. Swaab, o más acuciosamente, somos nuestro cerebro en un entorno o ambiente, como precisaría el profesor en ingeniería biológica y ciencias del cerebro y la cognición del M.I.T., Alan Jasanoff, que incluye al cuerpo humano que lo contiene, entraña una profunda transformación de la forma en la que pensamos o vivimos.

No somos seres humanos que estudian un cerebro, sino más bien somos cerebros que estudian al ser humano. No fue el ser humano quien le dio nombre al cerebro sino el cerebro el que nos bautizó como ser humano.

La segunda parte del siglo XXI será monumental en cambios de paradigma. La verdad neurológica sustituirá a la verdad filosófica. La nueva verdad impactará caóticamente nuestros conceptos de los valores humanos, inclusive la necesidad religiosa del cerebro, como lo sugieren el antropólogo Lionel Tiger y el psiquiatra y biomédico M. McGuire en su libro el “Cerebro de Dios”, y la forma de relacionarnos.

Los niños de hoy, vivirán un mundo con paradigmas completamente diferentes a los de ayer. La transición será monumental y estruendosa. Las tecnologías de información y comunicación y los hallazgos de las neurociencias transformarán para siempre el concepto de humanidad.

Los niños de hoy cuando sean adultos en la segunda mitad del siglo, seguirán sintiendo felicidad y tristeza, amor y odio, serenidad y ansiedad; tomarán buenas y males decisiones, pero sus lucubraciones sobre las mismas no serán filosóficas, sino neurológicas. El origen de mis acciones y decisiones no se encontrará en una lucubración ética entro lo bueno y lo malo, sino en el hurgar sobre el funcionamiento misterioso y maravilloso del cerebro, en su mayor parte automático o inconsciente, y el que realmente decide nuestras acciones antes de que las hagamos conscientes.

Estos hallazgos han empezado a cambiar, por ejemplo, los conceptos mismos de la pedagogía. En lugar de preparar a los maestros con temas de didáctica o enseñanza, se les prepara con materias intituladas “interacción” y “comunicación” donde los maestros del futuro aprenden cómo relacionarse positivamente, y cómo el expresarse con amabilidad y resaltar las cualidades en lugar de los defectos es la mejor forma de aprender y ser felices.

 

eduardoandere.net

Facebook Comentarios

Leave A Comment