“El maestro siempre escoge el repertorio” o cómo aprovechar los intereses de los estudiantes

Miguel Morales Elox

Cuando conseguí mi primer empleo, una de la primeras inversiones que hice fue tomar clases de piano. Mi maestra era una chica muy talentosa, que había estudiado con grandes maestros y daba clases desde los quince años. Su enfoque—y lo que más me costó al inicio—era lograr un tono bello mediante una completa relajación del cuerpo. Tardé meses en sentir y soltar tensión que cargaba sin notarla y que me impedía generar el tono deseado. Si ella no me hubiera ayudado con paciencia infinita a hacerme consciente esa tensión, yo jamás la habría notado.

Lamentablemente, mi relación con mi maestra terminó abruptamente. Ella bateó todas mis peticiones por enseñarme las piezas que a mí me interesaba aprender—desde Bach hasta Luis Fonsi. “No estás listo”, me decía, o “de eso hay tutoriales en YouTube”. Como yo no dejaba de proponer piezas, ella acabó fulminando con un “el maestro siempre escoge el repertorio”. Con esa frase resumió toda mi experiencia como estudiante de secundaria y preparatoria. Como no me interesaba revivirla, tuve que darle las gracias.

¿En verdad escoger mi propio repertorio era un lujo imposible de pedir? Es innegable que mi maestra sabía cuáles piezas son aptas para un principiante, pero también es innegable que existen (para fines prácticos) infinitas piezas aptas para principiantes. Si ése es el caso, ¿por qué no permitirme, de este vasto repertorio, escoger la música que más me gusta? No por mero capricho, sino porque, cuando aprendemos algo que nos interesa en verdad, cada momento que le dedicamos es un gozo. Una canción que me  gusta—¡qué gozo aprenderla! ¡Con qué disciplina me siento a practicarla! Claro que yo no lo siento como disciplina, sino como un gozo, y el tiempo vuela. En cambio, si una pieza no me gusta pero la tengo que aprender, la practico como resuelvo una tarea escolar: con el fin de no decepcionar a mi maestra, pero con ansias de acabar para ya hacer otra cosa.

Al final logré encontrar mi propia forma de progresar en el piano y escoger mi repertorio. Eso puede ser tema para otro blog, pero ahora quiero ahondar en lo que ocurre cuando los estudiantes tiene la posibilidad de escoger lo que desean aprender. De nuevo, no por capricho, sino porque su interés por un tema puede traducirse en esfuerzo por aprenderlo, y si de algo nos quejamos los maestros es de que los estudiantes de hoy no se esfuerzan por aprender.

¿Puede el interés ser motor del aprendizaje? Los estudiantes mismos sugieren que sí. HundrED, la organización finlandesa de investigación en innovación educativa, realizó recientemente una encuesta con más de 300 jóvenes (<18 años) educados en 19 países [1]. De entre casi 20 factores propuestos para mejorar la educación, los jóvenes pusieron “aprendizaje personalizado” en 4o lugar. En efecto, el 56% de jóvenes encuestados piensa que su educación mejoraría si se adaptara mejor a sus necesidades personales. Expresaron así sus opiniones al respecto:

Mi escuela mejoraría si… 

 

  • [Hubiera] más libertad.
  • Los maestros dejaran de pedirme que me interesara por temas que ni me van ni me vienen.
  • [Tuviéramos] la oportunidad de usar nuestra imaginación y nuestras opiniones en nuestro estilo de aprender. [1, p. 123]

 

Otra investigación con estudiantes, esta vez realizada en México, nos brinda un ejemplo concreto. Héctor Mota de Tlaltenango, Zacatecas, quien trabajó con Redes de Tutoría en la secundaria, cuenta: 

“Mi experiencia con la tutoría es que, con los temas que yo trabajo, no solamente los trabajo para aprender, sino que también para darlos a conocer a mi familia y que sirvan en algo. Como un tema que hice que me gustó mucho, que fue el alcoholismo, lo hice porque mi papá tiene ese problema, que toma mucho”.

El hecho de que Héctor se interese precisamente por el alcoholismo no debe desviar nuestra atención del hecho fundamental: los estudiantes ya saben qué quieren aprender, la vida misma les pica su curiosidad de una y mil formas. El tema específico puede ser la biografía de Lionel Messi, la novela “Drácula”, o el aparato reproductor femenino. El reto recae en manos de los maestros: aceptar como válidos los intereses que los estudiantes traen al salón y aprovecharlos como pretextos para ejercitar la comprensión lectora, el pensamiento crítico, y la reflexión sobre su propio proceso de aprendizaje. Pues estas habilidades son el verdadero fin de la educación, los temas del curriculum son sólo el medio para adquirirlas. ¿Trastocaría esto el diseño del curriculum como se concibe actualmente? Desde luego. Pero el riesgo podría valer la pena, si aceptamos tentativamente lo que Gabriel Cámara (fundador de Redes de Tutoría) escribió hace unos años: “La autonomía no es lujo o capricho anarquista, sino condición necesaria para dar salida al dinamismo y creatividad del estudiante” [2, p.87].

Como sugiere la investigación de HundED, la autonomía para tomar decisiones sobre qué y cómo aprender se cuenta entre los deseos de los jóvenes estudiantes. Pero aún está lejos de ser la regla, y los estudiantes como Héctor se cuentan entre los pocos privilegiados cuyos maestros ya están dando pasos hacia esta libertad.

La educación básica va a experimentar cambios drásticos en el futuro a corto y mediano plazo. Muchos de estos cambios sorprenderán a los expertos más visionarios, pero otros ya se ven venir y podemos predecirlos sin temor a equivocarnos. Entre ellos: los estudiantes, cada vez más, serán quienes elijan su propio repertorio.

[1] Spencer-Keyse, A. Jessica & Warren, Frederika (2018), “Every Child to Flourish: Understanding Global Perspectives on Improving Education. Insights from a state of the debate review & global youth survey.’ HundrED Research. https://hundred.org/en/research 

[2] Cámara, G. (2008). “Otra educación básica es posible”. Recuperado el 28 de junio de http://files.dgestdurango.webnode.mx/200000005-3008131030/02%20-%20Otra%20Educaci%C3%B3n%20B%C3%A1sica%20Es%20Posible%20-%20Dr.%20Gabriel%20C%C3%A1mara.pdf 

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