Hacia una formación responsable

Sandra Leticia Reyes Alvarez

Quienes nos dedicamos a la educación y tenemos un compromiso con nuestra labor, reconocemos las dificultades que conlleva el proceso de enseñanza-aprendizaje en nuestro país, dadas las condiciones de desigualdad socioeconómica, la carga de trabajo administrativo al que las autoridades educativas nos someten directamente o por orden de la SEP, las problemáticas sociales que condicionan la disposición y carácter tanto de docentes como de estudiantes, las problemáticas internas de cada institución educativa, definidas en buena medida por los aspectos anteriores y finalmente, aunque no menos importante, el deseo por participar activamente del proceso de enseñanza-aprendizaje, principalmente de las y los estudiantes, aunque también de las y los docentes.

Todos y cada uno de estos aspectos -ya se ha dicho bastante, desde distintos contextos- se han agravado con la pandemia y es que quienes nos dedicamos a esto no podemos sino señalar, ya sea a modo de queja -la cual resulta válida- o de crítica la gravedad de la SEP por no tomar en cuenta, de forma real y con estrategias efectivas, estos aspectos al dar continuidad a la educación pública en medio de una situación como la que vivimos y que tras casi 10 meses, parece no haber un panorama mejor para México y la educación nacional.

Y es que la “solución” que la SEP diseñó y que mira sin dubitaciones no resulta únicamente poco efectiva sino sinsentido considerando que para completar el proceso enseñanza-aprendizaje, las y los docentes requerimos de mecanismos de evaluación, los cuales nuestros estudiantes requieren hacernos llegar a través de medios electrónicos que requieren conexión a Internet y acceso a dispositivos electrónicos, así que las clases por TV quedan relegadas a una programación interesante, pero desvinculada de los programas educativos, los contextos escolares y los perfiles de docentes y estudiantes reales. Una estrategia más eficiente pudo ser, distribuir dispositivos electrónicos a docentes y estudiantes, proporcionando conexión a Internet, a través de datos o bien mediante conexión inalámbrica, gestionando a través de proveedores de estos servicios, la implementación de redes inalámbricas de acceso apropiado en zonas sin acceso a Internet. Bien podría pensarse en implementar esto para el próximo ciclo escolar, pues, aunque no pone solución final a las problemáticas mencionadas al inicio, sí parece una mejor manera de dar continuidad a la educación con mayor efectividad. Además, al no tener certeza de lo que sucederá con la vacuna, lo cierto es que volver a las aulas aún es algo que llevará más tiempo.

Pasando a otro punto, el oficio publicado el 6 de noviembre respecto a los criterios de evaluación establecidos por la SEP, con la finalidad de que “no halla reprobados”, lo que en primera instancia parece algo adecuado y considerado, ya que se definen tres tipos de comunicación con las y los estudiantes, los cuales permitirían o no determinar la posibilidad de evaluarlos. No obstante, lo que no se señala, es que, si bien esta pandemia nos ha afectado a todos agudizando los problemas que previamente teníamos, el sentido paternalista de la educación, adherido a las prácticas educativas ordenadas desde la administración y aplicadas en las aulas, pueden llevar a justificar la irresponsabilidad y negligencia de docentes, estudiantes y autoridades educativas, tomando como motivo la complejidad y variabilidad de situaciones problemáticas que nos aquejan a docentes y estudiantes.

Llama más la atención este llamado a que “no halla reprobados” cuando con la última reforma educativa, la SEP proclamaba que la educación no bastaba con ser de calidad, sino que su compromiso era por una educación de excelencia. Pero ¿Qué excelencia puede haber cuando, por más lamentables que sean las situaciones que atraviesan nuestros estudiantes, no logran desarrollar un adecuado aprendizaje y con el fin de que no repitan el año escolar o recursar sus materias, se les brindan oportunidades para ponerse al corriente y ser evaluados con mediocres trabajos, exámenes y materiales que apenas comprenden porque no pudieron asistir a clases y contar con la asesoría y guía de sus profesoras y profesores?

¿Qué sucede con la educación cuando las y los estudiantes, aún teniendo los medios para asistir a sus clases y enviar sus actividades, acostumbrados a no esforzarse y a que serán “salvados” en el último momento -ya sea para evitar estadísticas bajas de reprobación o por lástima- optan por esta opción sin importarles el aprendizaje, sino únicamente cumplir con el requisito que les asegure pasar al próximo ciclo escolar, quizá para seguir recibiendo una beca incondicionada -aunque de difícil distribución y más en estos momentos de urgencia- que tal vez no se emplea para sus estudios, ni siquiera para necesidades familiares, sino para la compra de objetos innecesarios o peor de bebidas alcohólicas e incluso drogas? Preguntémonos si aquí hay, ya no hablemos de excelencia, sino del aprendizaje mínimo y necesario para poder moverse en el mundo de forma apropiada, para comunicarse con los demás, comprender sus propias ideas y las situaciones que acontecen en su entorno.

Si quienes leen esto son docentes, seguramente comprenden mucho mejor lo anterior, y aunque sin duda es frustrante saber que nuestros estudiantes atraviesan por problemas económicos, o sufren por la enfermedad o pérdida de algún ser querido, o que por falta de recursos no pueden estar en contacto continuo y atender sus clases. También sabemos que hay muchos estudiantes que, aun teniendo posibilidad para continuar con su formación, prefieren tomar el camino fácil, uno que las instituciones educativas mismas han trazado y emplean continuamente. Como docentes reconocemos que incluso en una situación tan compleja y crítica como la que vivimos, la educación, por más flexible que pueda ser, no puede simplificarse, pues está en juego la formación de nuestros estudiantes. La educación es un proceso, se requiere tiempo, dedicación, compromiso y responsabilidad; pretender formar y evaluar a las y los estudiantes con premura y sencillez, sólo porque la situación es problemática, no sólo es una inconsistencia respecto a nuestra labor docente, es incluso un acto negligente permitir que nuestros estudiantes avancen en los niveles educativos sin la formación adecuada, además, al hacerlo, se les envía un mensaje: no necesitas esforzarte, ni ser responsable, la educación es algo simple y no tiene valor, no requieres estudiar continuamente, porque siempre habrá oportunidades al final que te permitirán aprobar, incluso si no hay aprendizaje, o si el poco que se logró desarrollar es insuficiente.

Hay que ser muy claros y coherentes: por más compleja que sea la situación, brindar oportunidades finales cuando el aprendizaje no se ha logrado, cuando no se ha tenido un proceso enseñanza-aprendizaje suficiente, no debería ser una opción. Lo que debe hacerse es que a la SEP y a sus funcionarios les corresponde escuchar a la comunidad docente y sobre todo a las y los estudiantes, que las propuestas se generen desde quienes estamos afrontando esta nueva realidad y una vez escuchadas, proceder a diseñar estrategias que logren dar solución o al menos remediar de forma eficiente las problemáticas que la educación en México atraviesa y que por años han estado presentes.

Y desde luego, la mejor manera de dar solución a los problemas que han estado presentes en nuestro país por décadas y que con la pandemia se incrementaron, sólo vendrá cuando nuestros representantes en el gobierno dejen sus juegos políticos, los dimes y diretes y atiendan las condiciones reales de las y los mexicanos, cuando asuman con responsabilidad sus errores y las consecuencias que sus decisiones y acciones tienen para la población. También cuando nosotros, la ciudadanía contribuyamos positivamente en la construcción social, actuando libremente con responsabilidad, reconociendo que somos parte de una colectividad y que, si bien el gobierno debe asumir sus funciones de forma adecuada, nosotros también requerimos asumir lo que nos corresponde e incluso pensar en nuevas formas de organizarnos que brinden una mejor calidad de vida, una vida en comunidad. La clave es la responsabilidad. 

 

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