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Inclusión y exclusión: variantes de la política educativa

Las buenas noticias no son noticias, reza un adagio que no sé si se lo crean los periódicos y los periodistas. Este lunes, Excélsior publicó, justo bajo el rubro de “Buenas noticias”, un reportaje edificante que nutre el optimismo. En breve. Rigoberto Javier Vargas Calderón, Javi, de 33 años de edad, es un joven adulto que tiene parálisis cerebral desde los 20 días de nacido y quien concluyó la educación primaria con un promedio de 9.5. Lo hizo en el Instituto Chihuahuense de Educación para los Adultos. Pero el apoyo de su madre y cuatro hermanos fue fundamental.

Hay al menos tres factores que ayudan a explicar cómo Javi pudo romper las barreras que por lustros lo mantuvieron fuera de la escolaridad debido a su condición física. El personal y familiar, el institucional y la computadora.

Primero. Javi fue un excluido, tenía dificultades para expresarse, no podía mover sus manos con facilidad, así que no aprendió a escribir, tampoco podía estar en ninguna escuela. En Guadalupe y Calvo, Chihuahua, me imagino, no hay centros de educación especial que pudieran auxiliar a Javi. Las escuelas regulares no estaban equipadas para ello. Pero el ambiente familiar suplió muchas de las faltas del contexto.

Supongo que, en el hogar, Javi vivió rodeado de amor, sin dejar de representar una carga material y emocional. Es sabido que las afecciones de un miembro del clan lo afectan a él, pero también a los otros integrantes. No obstante, fue el cariño lo que tal vez le brindó los primeros motivos para superar su condición. Eso le ayudó a forjar, paso a paso, su carácter.

El reportaje dice que Javi es instructor en un club ecuestre, donde también se ofrece equinoterapia a niños y jóvenes que sufren de discapacidades. Eso indica que, además de concluir la primaria, Javi tenía empeño en rebasar los impedimentos y ser una persona productiva. No era nada más una carga para la familia. La parálisis cerebral no inhibió su afán de superación.

Segundo. El caso de Javi no sería una noticia si el Instituto Chihuahuense de Educación para los Adultos no lo publicita. Claro, dirán los hipercríticos, fue un garbanzo de a libra, un acto para la foto, propaganda pura. Y tal vez no les falte razón. Pero el otro plato de la balanza también cuenta. Un asesor del Instituto apoyó a Javi en su trayectoria; conjeturo que él —o ella, la nota no apunta su nombre— fue quien le enseñó a usar la máquina, los asuntos básicos del procesador de textos y a poner en blanco y negro sus ideas. Fue una tarea compleja y meritoria de un asesor esforzado. Hay más como él.

Veo bien que el Instituto divulgue el caso de Javi, es estimulante y puede motivar a otros jóvenes adultos en condiciones similares —o excluidos de la escolaridad por otra causa— a enrolarse en la educación formal.

La Unesco define la educación inclusiva como un proceso orientado a responder a la diversidad de los estudiantes incrementando su participación y reduciendo la exclusión en y desde la educación. Está relacionada con la presencia, la participación y los logros de los alumnos, con énfasis en aquellos que, por diferentes razones, están excluidos o en riesgo de ser marginados. Por dondequiera que observo este asunto, Javi me parece un caso de inclusión.

Tercero. Si no existieran las computadoras, es posible que Javi nunca hubiera aprendido a escribir —tal vez sí a leer— y desarrollar habilidades para comunicarse. No es un alfabetizado, obtuvo el certificado de primaria. Lo que implica que no nada más asimiló los fundamentos de la lengua, también de matemáticas, de cultura cívica, nociones de historia y ciencias.

Y, si tiene conexión a la red y sabe navegar, adquirirá nuevos conocimientos y encontrará vías de entretenimiento. Las tecnologías de la información y la comunicación no son la panacea, pero sí herramientas que, bien utilizadas, pueden ser mecanismos de inclusión educativa y social.

Colofón. El caso de Javi es excepcional. ¡Pero qué bueno que tuvo ánimos para crecer! No soy de los que profesan que una golondrina hace verano. Mas estoy convencido de que en el amplio espectro del sistema educativo mexicano, hay muchos otros casos de buenos ejemplos y prácticas virtuosas. No todo está podrido, como piensan algunos.

Atención. No me hago ilusiones de que, con casos aislados de buenas prácticas, la educación mexicana va a florecer. Pero tampoco pierdo la esperanza de encontrar avenidas para mejorar. Me gustaría leer más buenas noticias. Necesitamos levantar el ánimo.

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