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La CNTE y la estima pública de los maestros

Yo espero que en algún momento, cuando nos sentemos con los sindicatos,
cualquiera que sea en el ámbito educativo, hablemos de educación.
Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán

Juan Carlos Tedesco —quien falleció hace poco y dejó una herencia intelectual perdurable— fue defensor de los maestros. En lo que tal vez fue su último libro como autor individual, Educación y justicia social en América Latina (Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica y Universidad Nacional de San Martín, 2012), plantea las paradojas del entorno del gremio.

Por un lado, nos dice, todos reconocen que la calidad de la educación depende de la calidad de los docentes. Pero, por otro lado, los gobiernos nacionales —acaso bajo la tutela de corrientes que impulsan organismos intergubernamentales, como el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos— aplican medidas que provocan desprestigio en la profesión docente. Se refiere a exámenes estandarizados, rankings, exigencias de realizar tareas que van más allá de sus labores ordinarias.

Asuntos que influyen para que los maestros sufran de pobre autoestima y estén desmoralizados. La visión de Tedesco no es complaciente ni echa toda la culpa a los gobiernos. Para él, esos fenómenos se asocian “al creciente corporativismo de las organizaciones gremiales y la debilidad de sus saberes profesionales”.

No conozco alguna encuesta reciente que mida la estima que la ciudadanía siente por los maestros. En las que conozco, que datan de la década pasada, los padres de familia manifiestan aprecio por el magisterio y sus tareas. La más completa, a mi juicio, fue la “Encuesta nacional sobre creencias, actitudes y valores de maestros y padres de familia de la educación básica en México: Encrave” (Este País/165/abril de 2005).

En la Encrave, “85% de los padres de familia están satisfechos con la educación que reciben sus hijos en la escuela donde estudian. Califican la educación que reciben sus hijos con 8.3 puntos de un máximo de 10, y consideran que los maestros están bien preparados (muy bien, 19%; bien, 61%), incluso mejor que cuando los padres fueron a la escuela (76%)”.

Esto contrasta con perspectivas de expertos y resultados de las evaluaciones del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. Desentona más todavía con los titulares de cierta prensa.

Las percepciones se modifican, no pienso que los padres de hoy ratifiquen sus posiciones de hace 12 años. Mucha agua ha corrido bajo el puente: la Alianza por la Calidad de la Educación; concursos por las plazas; evaluaciones para la permanencia en el empleo, y más demandas de profesionalización con la Reforma Educativa del gobierno de Peña Nieto. Sin embargo, conjeturo que, con excepción de las regiones donde la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación es la fuerza dominante entre los maestros, los padres seguirían aprobando, como en 2005, a los docentes y la educación pública.

En los territorios de la Coordinadora no se nota lo que hacen las escuelas y los buenos maestros. En Quadratín (4 de junio) aparece una entrevista con el gobernador de Michoacán, a raíz de un plantón de maestros de la Sección 18 frente a la Secretaría de Finanzas y Administración, en Morelia.

Silvano Aureoles, en tono de reclamo, expresó: “Si escuchan sus discursos, los maestros nunca hablan de educación, nunca hablan de los niños, nunca hablan de la problemática; hablan de bonos y de deudas pendientes y de rechazo a la Reforma Educativa”.

Pienso que el gobernador tiene razón. Los maestros disidentes hace mucho que abandonaron sus preocupaciones por la educación (que sí las tenían en los comienzos de la CNTE), pero, cuando lograron éxito con su estrategia de movilizaciones, colonizaron la administración de la educación en sus territorios y tuvieron poder, olvidaron su magisterio. ¡El poder corrompe! Hoy, sus cantaletas, “Defensa de la escuela pública”, “no a la Reforma Educativa”, suenan huecas.

El problema es que, al realizar actos de sabotaje a la convivencia ciudadana, los maestros disidentes no sólo abonan a su desprestigio, la plaza pública se lo carga a todos los maestros.

No se trata de corregir la plana a Tedesco —su argumento es sólido como la roca— sino de agregar un componente que, en un análisis que cubre todo el bosque latinoamericano, se pueden perder de vista algunos árboles: las movilizaciones de la CNTE fertilizan el desprestigio y la baja moral del magisterio como un todo.

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