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La discriminación

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Desde mediados del siglo pasado el consenso sobre el papel determinante de la educación en el desarrollo fue abrazando al planeta entero. Así fueron surgiendo miles de investigadores que produjeron el conocimiento transdisciplinario y la innovación permanente como atributo central de su trabajo, lo que trajo consigo una acumulación de conocimientos que crece a altísimas velocidades.

Los primeros países que intensificaron sus esfuerzos en incorporar a la mayor cantidad de niños y jóvenes a la educación fueron los países desarrollados. De modo que su población altamente educada escolarmente creció significativamente. También lo hicieron algunos países subdesarrollados que, justamente por esa vía, fueron dejando atrás el subdesarrollo. Probablemente los ejemplos más conspicuos sean, primero, Finlandia, posteriormente la República de Corea. También lo hizo la República de Irlanda; pero España, que dejó atrás el subdesarrollo, hizo un esfuerzo educativo pobre: fue ¿beneficiada? con su incorporación a la UE. También salieron del subdesarrollo los llamados en su momento tigres asiáticos (Hong Kong, Singapur y Taiwán), pero lo hicieron con inyecciones masivas de capital estadunidense y el traslado de industrias trasnacionales a sus territorios, usando y abusando de sus bajísimos salarios. Ahora están un tanto disminuidos, entre otros factores por la presencia de tigres asiáticos menores, que avanzaron por vías similares a las referidas, sin alcanzar el desarrollo: Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas.

Si se ve en perspectiva histórica a los países que una vez fueron atrasados (respecto de la delantera que tomaron con la revolución industrial Inglaterra y posteriormente Francia), y si miramos a los que en el siglo XX empezaron a dejar atrás el subdesarrollo, se advertirá en la mayoría una gran homogeneidad o afinidad étnica y cultural. No es el caso de España, ciertamente, pero son evidentes los hechos que la sacaron del subdesarrollo. Los irlandeses se sabían celtas de origen, pero las investigaciones del ADN han mostrado que, como algunas poblaciones del norte de España (Galicia, principalmente), son descendientes de grupos precélticos que arribaron a sus territorios actuales hace más de 9 mil años. Las Coreas, por su parte, son unas de las sociedades étnicamente más homogéneas del mundo. Estados Unidos es una colonia de poblamiento, originalmente de poblaciones europeas, y tiene una historia de cuyas particularidades no nos ocuparemos ahora. Con todo ello, parece sostenerse la hipótesis del gran peso favorable que supuso la afinidad étnica en contra de la desigualdad y en favor del desarrollo.

Las de América Latina (excepción hecha de Argentina) fueron colonias de conquista, sojuzgadas, esclavizadas, abatidas por siglos. En ese espacio de infamia surgió el estúpido, implacable e increíblemente hipócrita sentimiento de abominación contra los de abajo. Esa es la principal discriminación que en México existe, aunque hay muchas otras: contra las mujeres, contra la diversidad sexual, contra los discapacitados y más. André Gunder Frank vio con claridad cómo la muerte del colonialismo español dio nacimiento al colonialismo imperial de la mano del colonialismo interno. La discriminación interna comenzó con laaristocracia decimonónica del Estado oligárquico, y continuó con las élites que creó la Revolución Mexicana, muy a pesar de la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural. La discriminación en México está construida en escalera. Los que están en cada escalón discriminan, por su fenotipo, sus creencias o su pobreza, a los que siguen hacia abajo. Y hasta abajo están por supuesto todas las etnias indígenas del país. La otredad sigue siendo una colisión severa. Exceptúe usted a quienes lo merezcan.

El rector José Narro informó, en la firma de un convenio con la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, que sólo uno por ciento de los jóvenes de esos pueblos acceden a la educación superior.

En la primera mitad de los años 60, Corea tenía un ingreso per cápita y un nivel de escolaridad inferiores a México. Los datos de hoy: en México la población etaria de educación superior ronda 32 por ciento, y 36 por ciento de los adultos entre 25 y 64 años poseen un diploma de secundaria; ocupa el último lugar en la prueba PISA, tiene un ingreso per cápita (PPA) de 10 mil 95 dólares al año, equivalente a un cuarto de la media de la OCDE (2012) (con los actuales tipos de cambio), y su índice de Gini es de 0.472; recordemos que el índice mide el grado de desigualdad: conforme se acerca a cero, la desigualdad es menor.

Corea. La población etaria de educación superior supera 80 por ciento, y 81 por ciento de los adultos entre 25 y 64 años posee un diploma de secundaria; ocupa el primer lugar en la prueba PISA, tiene un ingreso per cápita de 22 mil 590 dólares al año, equivalente a 75.3 por ciento del promedio de la OCDE, y su índice de Gini es de 0.310.

La desigualdad frena el crecimiento económico mientras concentra cada vez más riqueza en cada vez menos personas. Con ingresos fiscales raquíticos, y aún con abundantes, no parece haber posibilidad de desplegar una gran cruzada por la educación, pues sería imperioso cruzar la barrera ¿inexpugnable? de la repugnante discriminación reinante. La discriminación ha tenido un papel decisivo en la configuración de la anémica educación nacional y ésta la ha tenido en la pobreza de las mayorías; así se incide con fuerza en la configuración de una desigualdad que alimenta la abominable discriminación. Aberrante uróboros.

Publicado en La Jornada

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