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La reforma educativa: el orden de los factores

No es correcto que el consejero presidente del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) alabe la reforma educativa. No es propio de su puesto, ni de su encomienda, realizar panegíricos de lo que ha de tomar distancia, siempre, para conservar autonomía.

Tampoco atina al descalificar a los críticos que señalan “que los componentes de la reforma no se construyeron ni en el orden correcto, ni en el tiempo adecuado”, con el falso dilema de si fue primero el huevo o la gallina. Convendría que conversara con un estudioso de la evolución para desmontar el acertijo al que refiere.

En estas páginas (17/07/2017), armó que, con la emisión de los nuevos planes y programas de estudio a mitad de 2017, para que arranquen en 2018, acordes con el Nuevo Modelo Educativo (NME) presentado unos meses antes, “se empieza completar el círculo de la reforma educativa de 2013”. Tiene cuatro pilares, arma, y relata su aparición: primero, el servicio profesional docente (SPD) para que sean “los mejores profesionistas de la educación quienes ingresen al servicio”.

Luego, “el otorgamiento de la autonomía constitucional” al INEE para que haga muchas cosas, entre ellas “asegurar que las autoridades educativas realicen sus evaluaciones con altos criterios de calidad, entre las que se encuentran las del SPD”. En tercer lugar, el diseño del NME y los planes y programas ya señalados, y el cuarto pilar está “en construcción”: mejorar la formación inicial de los profesores (reforma a las Normales) para que “el país cuente con una planta de profesores altamente calicados para ejercer su función”.

Termina el recuento y hacen su aparición la gallina y el huevo, para “mostrar la poca utilidad que tiene preguntarse quién debe ser primero: ¿X o Y?”. Dice que es el caso cuando se critica que se haya iniciado (sin cesar y a la trompa talega, sostengo) la evaluación derivada del SPD y luego, muy luego, el NME. Qué debe ser primero, se pregunta y responde: “no importa su orden temporal, siempre que sea suficientemente corto, para que ambas hagan sinergia”. Ignorar la relevancia de la dirección causal de los factores en la acción política, implica que el orden de los factores no altera el producto. Es falso. El orden marca: primero se acusó al magisterio de los problemas. Luego se le acosó con la evaluación que aprobó el INEE, so pena de perder el trabajo.

Después se simuló una consulta para legitimar El Modelo, del que se desprenden planes y programas que orientarán, además, los cambios en las escuelas Normales. Dada esta secuencia, se simplificó el problema, se usó la evaluación como instrumento laboral —no como herramienta de mejora— y el proyecto educativo, para que relumbrara, requirió inventar un pasado oscuro en todos los aspectos. El producto, por haber seguido ese orden, se altera, es otro a pesar de su nombre: ha sido la reorganización administrativa del control vertical del magisterio, por la vía de hacer precarias sus condiciones de trabajo vía evaluaciones, inválidas y constantes, que los clasifican.

Remata señalando que sería lamentable que, por la “implementación” del Modelo al final del sexenio, “se truncara” la reforma: desea que “la racionalidad sexenal de hacer y deshacer proyectos de nación no prevalezca”.

Vaya paradoja: los gerentes de este sexenio sí se propusieron hacer todo de educativa. ¿De qué privilegio gozan para que sus ocurrencias sean, según quien preside al INEE, perennes? ¿Por qué la continuidad acrítica de la reforma sería una muestra de “querer construir un mejor país”? ¿Hasta que llegaron ellos apareció la luz que disipa las tinieblas pedagógicas en que vivimos durante décadas? Elogio en boca propia es vituperio. En ese orden

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