Es 1492, los cardenales electores están confinados. Rodrigo Borgia busca ocupar la Silla de San Pedro. No tiene los votos suficientes. De acuerdo con su hijo, César, rompe el sigilo obligado. A través de palomas mensajeras, imparte instrucciones: comprar votos a cambio de prebendas o silencios y amenazas. Los interfectos se enteran de las proposiciones: oro u olvido. En la siguiente ronda, aún no alcanza los votos suficientes. Más mensajes, actividad febril fuera del recinto. Hasta que el Cardenal Borgia es elegido. Humo blanco: habemus papam. Así inicia la serie Los Borgia y, salvando todas las distancias, enormes en ciertos aspectos y no tanto en otros, pienso en el actual proceso de sucesión en la UNAM.
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