Las escuelas como espacios de alto riesgo

Eduardo Gurría B.

Los tiroteos en las escuelas se han convertido en un lugar común dentro de la narrativa de la violencia institucionalizada en nuestro país, tal como lo son ya, de manera tradicional, los asaltos, secuestros, asesinatos, ejecuciones, desapariciones y demás; se trata del enriquecimiento de las costumbres nacionales, enriquecimiento muy lamentable.

El modelo de un niño/joven que un día se presenta en su escuela y, sin mas, inicia una matanza contra quien se cruce en su camino y que culmina, muchas veces, en el suicidio, ya es un escenario muy conocido que ha sido con éxito importado de los Estados Unidos, en donde, por alguna razón, existen jóvenes profundamente resentidos con quién sabe cuántas cosas: el establishment, el  “american way of life”, la Doctrina Monroe, el consumismo, los abuelitos, el gobierno, los Simpson, las drogas, el vecino, el neoliberalismo o lo que sea.

Jóvenes con muy fácil acceso a las armas y a la decadencia.

Pero ese era un problema de ellos, de los gringos; eso, a nosotros, no nos pegaba…

hasta que nos pegó.

Tristemente, estas conductas, como muchas otras, son imitadas y anidan, de una manera muy profunda, en las mentes de los adolescentes y en las escuelas, lugares en los que mas deberíamos estar a salvo de todo, menos de la educación; lugares para aprender, para hacer amigos, para practicar deportes, para formarnos y ser felices.

Ahora eso ya no existe: las escuelas se han convertido en espacios muy peligrosos, espacios en los que a diario alumnos, maestros y demás trabajadores nos jugamos la vida de manera cotidiana, como una manera de vivir, como un duelista, como en la guerra o como en todo el resto de México, siendo que la escuela ya no es, como solía ser, una extensión del hogar, ahora la escuela se ha convertido en una extensión de la calle.

Y… ¿quiénes son los culpables?, ¿quiénes son los responsables de que un niño de doce años se pueda presentar portando dos armas en su escuela y, sin dudar, asesine a su maestra, hiera a sus compañeros y termine con su vida ahí mismo?

Los culpables son fáciles de identificar: los padres que no están presentes y/o favorecen el acceso a las armas de sus hijos, las familias disfuncionales, los compañeros que practican, como deporte, como una manera de ser y de ser alguien, el acoso escolar, los video juegos que promueven la violencia al mayoreo, el gobierno que no dedica suficiente de nada a la educación, la música que promueve cero valores, la moda, el afán de reconocimiento y aceptación, los amigos y los no amigos, Santa Claus, You Tube, fb, los drones de Trump, los pobres contenidos curriculares, etc., en fin, Fuenteovejuna.

Después viene lo demás: la promesa de una investigación “a fondo” de lo sucedido, el cierre de la escuela hasta nuevo aviso, la entrevista con familiares, compañeros y amigos del niño y su historia de vida, las declaraciones de funcionarios públicos y de expertos en la materia, la posible renuncia del director del plantel, el estudio del perfil psicológico, la ineludible “operación mochila” en todas las escuelas públicas y privadas, las especulaciones, las indignadas protestas de los padres de familia y, después, todo volverá a ser lo mismo; el suceso quedará relegado hasta que ocurra nuevamente.

Es de angustiarse pensar, tan solo, en la posibilidad de que cuando un padre deja a su hijo por la mañana en la escuela, no sepa si este va a terminar el día asesinado por un compañero, tal vez su amigo, o él mismo pueda asesinar a sus compañeros y maestros antes de hacerlo consigo mismo.

Es de preocupar el hecho de que un maestro ponga en riesgo su vida mientras pretende enseñar matemáticas o historia a un grupo de niños a cambio de un salario ya de por sí injusto, muchas veces sin prestaciones, sobrecargado de trabajo, cuestionado por los padres, los directivos y la sociedad, y considerado como el único responsable del fracaso escolar, visto por sus alumnos como un mal innecesario y que, a fin de cuentas,es susceptible de ser asesinado por un niño al que se le ocurrió que ese era el día.

¿Será, entonces, ésta la Nueva Escuela Mexicana?  

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