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Malala Yousafzai: Nobel a la agencia humana

A Indra y a las niñas de mi país

Con el otorgamiento del premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai, se hizo más visible la necesidad de asegurar el derecho a la educación para todas las niñas y niños, sobre todo, para aquéllos que enfrentan mayores desigualdades, violencia e inseguridad. La entrega del prestigiado galardón a la joven musulmana, Pashtun y Paquistaní, constata, además, la capacidad transformadora que tiene la educación sobre los seres humanos.
A juzgar por su biografía (I am Malala con Christina Lamb, Weidenfield-Nicolson, Londres, 2013) y por su discurso al recibir el prestigiado galardón, Malala encarna virtudes tales como la generosidad, una humildad genuina y la defensa de la verdad, que la hace tan digna de recibir el Nobel como a los destacados científicos y escritores también reconocidos el pasado 10 de diciembre pasado.

Para México, la vida de Malala es aleccionadora por varias razones. La primera —y que más conmueve— es su capacidad para sobreponerse a la pobreza e ignorancia prevaleciente en su entorno próximo. A todos los que construyen tesis pobristas para explicar por qué las políticas educativas no funcionan, bien les haría recordar que la joven asiática vivió en un contexto adverso. Las mujeres no eran  ni son— vistas ni reconocidas como iguales a los hombres, los guardianes del régimen político, no permiten crítica alguna; la intolerancia y violencia son el “pan nuestro de cada día” y la tradición y el razonamiento rudimentario constituyeron los referentes más cercanos a Malala. De hecho, sobre este último punto, llama la atención que Malala cuestionara las explicaciones que las personas en su país daban sobre el ataque a las Torres Gemelas el fatídico 11 de septiembre de 2001. La gente, dijo, “veía conspiraciones detrás de todas las cosas”.

A pesar de los modestos orígenes de la familia Yousafzai, algunos de sus miembros fueron capaces de construir una vida con base en la inteligencia, la razón y otras virtudes. En su auto biografía, Malala cuenta que su padre le recomendaba no seguir las interpretaciones y explicaciones de ciertos profesores del Islam; que mejor aprendiera del Corán el sentido literal de las palabras y que ella era “libre e independiente” para interpretar las palabras de dios. La sabia recomendación del padre de Malala nos motiva a pensar que no por abrazar una religión o por enfrentar adversas condiciones materiales, uno tiene que despojarse de la capacidad crítica; de la capacidad de actuar de acuerdo con nuestras razonadas valoraciones y esto ocurrió en un país como Paquistán que es mucho más violento y atrasado que México. La pobreza no necesariamente tiene que determinar los esfuerzos para alcanzar la modernidad. De hecho, al recibir el Nobel, Malala fue clara: “Vivimos en una era moderna y creemos que nada es imposible”.

Pero la agencia individual que todos poseemos no tiene que confundirse con la creencia de que solitos nos hacemos y crecemos —como la planta de henequén. Necesitamos de los otros para florecer y de instituciones y gobiernos eficientes y democráticos para desenvolvernos individual y socialmente. Malala, confiesa, tuvo un papá que no le “cortó las alas para volar” y una mamá que le enseñó el valor de la verdad, atributo que según la Nobel de la Paz, es la primera cosa que hay que utilizar para resolver las disputas y salir del conflicto. Por si fuera poco, Malala tuvo maestros que le ayudaron a confiar en sí misma y a ser valiente. Además, aún cuenta con amigos a quienes no ha traicionado por sus cinco minutos de fama o peor, por un puesto o por dinero. En este sentido, fue conmovedor que varias de las adolescentes agredidas en su tierra la hayan acompañado a Suecia a recibir el Nobel. Pero aunado a sus padres, maestros y amigos, la joven activista Pashtun de 17 años ha atraído la atención mundial de diversos medios y algo aún más importante para lograr su propósito: la simpatía y solidaridad internacional.

Al ser atacada de manera cobarde y brutal por los talibanes, Malala pudo quedarse callada y huir, en cambio, fue valiente y a sus 16 años, eligió el camino de la protesta razonada, del activismo sensato para denunciar la injustificable violencia y la supresión de los derechos de las niñas y niños. ¿Qué explica la notoriedad de Malala en comparación con otros opositores de países en desarrollo? “Es un fenómeno multifactorial”, diríamos los académicos cuando no sabemos qué responder, aunque sí hay un factor que a mi juicio sobresale en la vida de la joven paquistaní.

Quizás la admiración hacia Malala provenga de su capacidad para actuar con profunda humanidad e inteligencia en un mundo violento y con expresiones de fatal ignorancia. Oponerse con razón y serenidad a la locura y el delirio es digno de respeto y admiración. Esa misma lección dejaron grandes personajes como Nelson Mandela, Martin Luther King, Mahatma Gandhi y la Madre Teresa de Calcuta. Parece que entonces no es muy sabio ni sirve de mucho justificar y utilizar los medios violentos ante las cosas que nos indignan y lastiman. Una pizca de razón en los países pobres nunca sobra.

Profesor de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS)

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