Manual del profesor precario

Doctor Jesús Rubio Campos*

Existe un manual, que no es escrito, pero sí es aplicado por las universidades, para imponer la precarización a su profesorado. Tenemos docentes con altas credenciales académicas, egresados de posgrados de calidad nacionales e incluso en el extranjero, dando clases por hora en universidades públicas o privadas en el país, con contratos temporales a ser renovados cada periodo y salarios que no alcanzan para sostener una familia.

Noam Chomsky, lingüista, filósofo y activista estadunidense, ha señalado que las condiciones laborales de las universidades se han precarizado, no tan solo como una estrategia de flexibilidad ante cambios económicos, sino como un dispositivo de control.

El contrato temporal es el principal dispositivo de control de los directivos en turno. Les permite tener en los profesores, sobre todo los jóvenes, cuerpos dóciles, manipulables, dispersos, como señala Michel Foucault, listos para ser utilizados a su conveniencia, que no pueden quejarse de que se les cambien las clases cada periodo, de tener horarios más pesados que el resto, bajos salarios y apoyo ciego a los directivos, todo a cambio de que algún día se les otorgue un contrato definitivo que raras veces llega.

Los profesores temporales no participan en la mayoría de las decisiones que rigen su labor, como modificaciones a normas académicas, discusiones sobre condiciones laborales o actualizaciones de planes de estudio. Cuando son llamados a participar suele ser porque los profesores de planta no están presentes, no desean participar en labores que les quitan tiempo o no les representan beneficios. Se espera que al ser llamados, los profesores temporales deban sentirse agradecidos por ser tomados en cuenta. Se detiene la contratación de plazas por tiempo indefinido para profesores, pero en cambio, nos señala Chomsky, los puestos administrativos y burocráticos dentro de las universidades aumentan sin cesar, dominando a los grupos de profesores e imponiéndoles toda una serie de controles y trabajo administrativo que deberían hacer ellos, que sofocan en muchos casos la capacidad de los maestros para preparar o mejorar sus cursos y no se diga hacer investigación. Otras formas de precarizar el empleo se da por medio de las sobrecargas de trabajo, bajos salarios reales, disminución en las prestaciones o degradación de las condiciones de trabajo, desde no contar con un lugar donde trabajar fuera de clase, hasta falta de materiales para poder impartir sus cursos, todo esto incluso para los profesores de planta.

Hace pocos días observe en redes sociales una fotografía que me sorprendió: estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL hicieron un acto de visibilización de las condiciones precarias en las que algunos de sus profesores desarrollan su labor. Más de una decena de estudiantes sostenían frente a autoridades universitarias, entre ellas el rector, una manta en la que se leía “Dignidad en la educación, no a la precarización”. De forma previa, 44 estudiantes se negaron a inscribirse este semestre y colgaron mantas en la facultad, señalando estos problemas. No es común ver a estudiantes defender a sus profesores, es un acto muy loable y las autoridades universitarias deben tomar cartas en el asunto, así como velar, junto a la comunidad académica nacional porque se respeten los derechos de los profesores y sus estudiantes.

El no hacerlo pone en riesgo no solo las condiciones de vida de los docentes, sino la calidad de la educación superior en el estado. Dejemos el manual de la precarización atrás y hagamos uno nuevo, el de la dignificación universitaria.

*El Colegio de la Frontera Norte AC (rubio@colef.mx). Publicado originalmente en Milenio

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