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No a la criminalización de las escuelas

no al bullying

 

En la iniciativa de una Ley General de Convivencia, Prevención y Atención del Acoso Escolar presentada por senadoras del PAN y del PRD se proponen sanciones graves a los profesores y directivos que toleran o ignoran la realización de violencia escolar. “Son infracciones a la presente Ley, por parte del personal docente: ….III. Tolerar o ignorar la realización de actividades de Violencia Escolar dentro o fuera del Centro Educativo”. Y agrega: “Para efectos del artículo anterior, serán aplicables cualquiera de las siguientes sanciones: I. Multa hasta por el equivalente a cinco mil días de salario mínimo general vigente; II. Suspensión definitiva del puesto académico; o, III. Inhabilitación del encargo hasta por cinco años.”

El colmo de esta propuesta es que define como violencia escolar cualquier tipo y grado de agresión. “Para los efectos de esta ley se entenderán como tipos de violencia entre estudiantes, los siguientes: Violencia Psicoemocional (como “… amenazas, indiferencia, chantaje, humillaciones, comparaciones destructivas…”), Violencia física directa (“…que causa un daño corporal…”), Violencia física indirecta (“…que ocasiona daño o menoscabo en las pertenencias … ocultamiento o retención de objetos u otras pertenencias…); Violencia sexual (“…como miradas o palabras lascivas…”), Violencia a través de las Tecnologías de la Información y Comunicación; Violencia verbal (“…insultos, poner sobrenombres descalificativos, humillar, desvalorizar en público…”)

De esta manera la vida cotidiana en las escuelas se convierte en un impreciso terreno criminal. Que lance la primera piedra quien en el transcurso de su vida escolar no haya cometido en cierto grado alguna de estas agresiones.

Mejía Hernández (2012) realizó su tesis doctoral sobre Relaciones sociales y violencias entre adolescentes de secundariasustentada en un trabajo de campo con duración de todo un año escolar en cuatro secundarias del sur de la ciudad de México, en una zona antes rural y ahora con colonias populares. Ella encontró que la agresividad y las violencias entre chicos se relacionan primordialmente con la experimentación de la masculinidad. Se manifiestan en los apodos e insultos a la madre, los empujones y golpes, el “relajo” y el “juego pesado” y el “aguante” al dolor. Entre juego y agresión existen ambigüedad y traslapes. Los “pleitos en serio”, concertados fuera del aula, se realizan bajo reglas grupales como forma de experimentación con la propia fuerza y aguante. Las violencias son parte de las relaciones cotidianas, ubican la posición de los contrincantes dentro del grupo y construyen la masculinidad dentro de parámetros tradicionales, bajo la mirada vigilante de sus pares.

Las peleas entre chicas (Mejía y Weiss, 2011) surgen principalmente por las siguientes cuatro razones que relata una entrevistada: “Para defender nuestro prestigio, por los chavos, por rivalidad o envidia y para ser populares.” También son motivos de peleas la traición a la confianza, las ofensas al honor y al prestigio femenino, en especial la acusación de ser una “zorra”. Las estrategias de difamación usadas en la lucha por el prestigio y la reputación son el viboreo y el chismorreo. La “mirada de barrida” es una forma de ofensa de uso frecuente. En el paso de estas agresiones relacionales a la violencia física surge el problema de la rabia y la contenión de la ira, en términos de auto-regulación y de regulación externa por los pares. Mas allá de los estilos tradicionales de peleas entre mujeres, como son las agresiones verbales y psicológicas y las agresiones físicas como los jalones de pelo, se pudieron observar también entre mujeres peleas físicas concertadas, al estilo de los hombres (o de las peleas de mujeres que se muestran en programas de televisión).

Este panorama de violencias observadas durante un año en las cuatro escuelas secundarias menionadas es muy diferente a la discusión pública dominante sobre bullying. Mejía Hernández (2012) concluye que las violencias entre chicos y chicas de secundaria son parte de sus relaciones; son expresiones de la sociabilidad adolescente y de procesos de socialización intrageneracional y de subjetivación, que se vinculan con la construcción de la identidad posicional y la configuración de la masculinidad y la femineidad adolescentes. Enfatiza que los chicos y chicas se autorregulan: se incitan a la violencia pero también la limitan entre pares. A diferencia de las nociones difundidas por los enfoques del bullying, ella encontró un panorama más complejo en el que los roles de víctima, victimario y testigo se intercambian frecuentemente.

Sin duda estamos buscando que los adolescentes aprendan a convivir sin violencias y que construyan nuevas formas de masculinidad y femeneidad, pero no les exijamos que lo aprendan de hoy a mañana. Ser adolescente y jóven implica un proceso de crecimiento y cambio donde se experimentan diferentes formas de actuar y de reaccionar, de interactuar. En el transcurso de estas interacciones y experimentaciones se cometen muchos errores. Formar a los adolescentes y jóvenes es ayudarles a aprender de los errores, fortalecer su capacidad de auto-regulación, mostrar mejores formas de resolver conflictos. Por parte de los profesores debe haber un margen de tolerancia hacia los errores juveniles y se requieren acuerdos de convivenciaentre los distintos actores escolares, donde exista claridad acerca de los límites y las prohibiciones, es decir, hasta dónde pueden llegar las transgresiones. A contrapelo de lo que postulan las iniciativas de ley y las leyes ya existentes, como la de Guanajuato, que exigen la intervención y denuncia inmediata, se requiere cierta “tolerancia” hacía violencias menores, sobre todo si no son graves o continuas, y se requiere ejercer un criterio pedagógico que juzgue las situaciones concretas y las personas especificas involucradas.

La labor de las escuelas y de los maestros no debe confundirse con el ministerio público, su trabajo debe ser formativo y preventivo. Las escuelas secundarias cuentan con los espacios curriculares necesarios para ello. Pueden formar a los alumnos para la convivencia en los programas de Orientación y Tutoría (1 hora a la semana) y en la materia de Formación Cívica y Ética (4 horas a la semana). En lugar de instrumentar sistemas de denuncias y reportes, hay que fortalecer la capacitación de los maestros para trabajar los contenidos y actividades correspondientes de manera más atractiva.

Aniquilar el uso de criterios pedagógicos mediante definiciones legales absurdas y desproporcionadas que criminalizan toda “tolerancia” de profesores y directivos aumentará la burocratización de las escuelas y el retraimiento de su tarea formativa.

 Referencias

Mejía Hernández, Juana (2013). Relaciones sociales y violencias entre adolescentes de secundaria. Tesis de doctorado, Departamento de Investigaciones Educativas -Cinvestav.

Mejía, J. Ma. y Weiss, E. (2011). “La violencia entre chicas de secundaria”. En: Revista Mexicana de Investigación Educativa, 49, pp. 545-570.

 

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