Nuestras raíces / Rosaura Ruiz

Origen de las especies (portada)Desde que Charles Darwin publicó El origen de las especies en 1859 y después El origen del hombre en 1871, se convirtió en un hecho ampliamente aceptado que la vida cambia, que las especies evolucionan a través de largos periodos de tiempo, y que nosotros, los seres humanos, somos una especie más resultante de dicho proceso.

En 1974 tuvo lugar un gran avance en el estudio de nuestros antepasados con el descubrimiento de Lucy en el valle del río Awash, Etiopía: un ejemplar fósil de la familia de los homínidos cuya especie se determinó como Australopithecus afarensis. De acuerdo con las investigaciones, Lucy vivió en el este de África hace aproximadamente 3.9 a 3 millones de años y se considera a su especie como un posible ancestro directo de Homo.

Aunque finalmente resultó no ser el tan esperado “eslabón”, sí era el espécimen mejor conservado, y nos dio información invaluable sobre la evolución de la especie humana. Gracias a ella sabemos, por ejemplo, que la capacidad de caminar erguidos apareció antes del crecimiento del cerebro.

Pese a todo lo que Lucy fue capaz de decirnos, desde hace cuarenta años seguimos buscando a lo largo y ancho del planeta Tierra los restos que nos indiquen dónde y cuándo se originó el género Homo. Sin duda, éste es uno de los misterios más grandes a los que se enfrentan los estudiosos de la evolución humana, pero un descubrimiento reciente de fósiles en un sitio al noroeste de Johannesburgo, Sudáfrica, podría transformar el escenario.

Representación de Lucy
Representación de Lucy

El responsable de esta hazaña es el paleonatropólgo de la Universidad de Witmatersand (Sudáfrica), Lee Berger, quien ha demostrado que los fósiles encontrados en el sitio pertenecen a una especie antes desconocida que presenta una combinación de características primitivas de Australopithecus y avanzadas de Homo, lo que sugiere que podría tratarse de un antepasado del Homo.

Las piezas del rompecabezas encontradas por Berger en 2010, asignadas a la especie Australopithecus sediba, tienen una antigüedad de entre 1.97 millones y 2 millones de años, y de acuerdo con el investigador, podrían ocupar un lugar privilegiado en el árbol evolutivo: el del ancestro directo del género Homo.

Evidentemente es mucho lo que está en juego pues si Berger tiene razón, tendrá que reconsiderarse dónde, cuándo y cómo comenzó el Homo, pero sobre todo, cuál ha sido el camino evolutivo del ser humano.

Los esqueletos fósiles encontrados en el sitio no sólo están increíblemente completos y conservados, sino que pertenecen a hombres, mujeres, niños y hasta otros animales del mismo periodo, lo que permite estudiar a la especie en distintas etapas del desarrollo, sus dos sexos y las condiciones ecológicas en las que vivieron. Si resultara cierto que A. sediba es el antecedente directo de Homo erectus, la información con la que contaríamos para establecer el orden en el que surgieron las características de los seres humanos sería francamente abrumadora y transformaría el panorama evolutivo de nuestra especie.

Australopithecus sediba
Australopithecus sediba

Para Berger, si los resultados de sus investigaciones continúan por la misma senda, el A. sediba puede pasar a ser el más antiguo de los fósiles Homo bien datados, colocándose en la posición del ancestro inmediato del género, incluyendo al H. erectus y trastocando la visión tradicional en el tema, por lo que las controversias no se han hecho esperar.

Resolver el problema de dónde se ha de posicionar a la especie A. sediba en el árbol genealógico del ser humano se torna más difícil en vista de que hace falta una definición clara del género Homo. Crear una, sin embargo, es más complejo de lo que parece. Con tan pocos restos de especímenes del periodo de transición encontrados, identificar las características que distinguieron en principio al Homo de sus antepasados australopitecinos —esos caracteres que nos hacen realmente humanos— resulta un reto gigantesco.

En cierto sentido, el trabajo en A. sediba apenas comienza pues existe la posibilidad de que entre los fósiles exista material orgánico de donde Berger u otros podrían obtener ADN, lo que abriría la puerta a toda una serie de análisis genéticos que dieran respuesta a preguntas trascendentales sobre el amanecer de la humanidad.

[Para mayor referencia consúltese: Wong, K. “First of Our Kind” en Scientific American, April 2012].

Directora de la Facultad de Ciencias de la UNAM

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