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Política educativa: convicción y responsabilidad

Tenemos frente a nosotros algo que no es alborada del estío, antes bien noche polar de oscuridad dura y helada…

                Max Weber, El político y el científico.

Permítaseme poner esta pieza en tono personal, pero apegada a la profesión. Aproveché los días de asueto para revisar el borrador de los capítulos de un libro que escribo sobre las reformas educativas de México, a partir de los 90. El peso mayor lo lleva la reforma del gobierno de Peña Nieto. También me apliqué a preparar mi syllabus para el seminario que conduciré en el doctorado en Ciencias Sociales en mi Casa abierta al tiempo. El tema central versará sobre política y teorías de la educación.

Para esta segunda tarea repasé textos clásicos, como la Educación moral, de Durkheim, y El político y científico, de Weber. En ambos encontré nociones que, aunque se hayan escrito hace muchos años, resultan de actualidad y útiles para interpretar ciertos hechos.

Por ejemplo, Durkheim estipula la obligación del Estado de ofrecer educación a sus ciudadanos. Primero, como método de supervivencia del mismo Estado al contar con una población educada. Segundo, pensó la educación como un derecho. Aunque no usó la palabra derecho, se adelantó a su tiempo.

Cuando reflexiona sobre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, Weber es acucioso al señalar las consecuencias del actuar de los políticos con respecto a una y otra.

Cuando los altos funcionarios del Estado —digamos, los secretarios de Educación Pública— ejercen conforme a su convicción personal, sin tomar en cuenta las condiciones institucionales ni las relaciones del entorno, lo más seguro es que fracasarán en sus intentos. Los políticos, por definición, no pueden conducirse bajo una ética absoluta. Tienen la obligación moral (el imperativo categórico, diría Kant) de medir las consecuencias de sus actos, de ser responsables.

Estoy pensando en situaciones ideales. En la práctica, como el mismo Weber dispuso: “… la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción no son términos opuestos entre sí; son elementos complementarios que deben concurrir a la formación del hombre auténtico, a la formación del hombre que pueda tener vocación política”.

Él recomendaba hacer política con la cabeza, pero no nada más con la cabeza. Un político auténtico también debe poner ánimos para convencer, comunicar sus propósitos, hacer explícitas las tradiciones que hay que defender y las que habrá que desterrar y, además, pulsar el tiempo de poner en marcha sus proyectos. “Puede decirse que son tres las cualidades decisivamente importantes para el político: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura”.

Un político con convicciones, pero sin prudencia, es tan perjudicial como el político que nada más mide las consecuencias que puedan tener sus actos y por eso no se arriesga a promover cambios.

Hoy ya consagramos en la Constitución que la educación es un derecho humano; y, desde hace un siglo, el Estado tiene la obligación de ofrecerla a sus ciudadanos. Durkheim ya obtuvo un triunfo en México.

Me pregunto cuántos secretarios de Educación Pública —que son políticos profesionales— han conjugado la ética de la convicción con la de la responsabilidad y llevado a puerto sus propósitos. No muchos, pero tampoco pocos.

Al final de cuentas tenemos un sistema educativo con hendiduras profundas, pero —razono con la ética de optimista crítico— capaz de renovarse. Por eso estudio las reformas educativas; y también propongo a mis estudiantes lecturas provocadoras; autores que engendren dudas, no certidumbres, que ofrezcan pistas, no soluciones.

En educación no tenemos una alborada del estío, pero tampoco una noche polar.

Retazos

Me propongo terminar en marzo el borrador acerca de las reformas educativas.

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