Problema con la solución de problemas

No existe currículo ni propuesta curricular en el mundo en la que no se enfatice la importancia de una nueva habilidad para los niños: solución de problemas. Es más, hasta existe un área de aplicación de la prueba PISA de la OCDE que se intitula “solución de problemas”. Sin embargo, en el nombre está el pecado. El problema es la palabra problema.

El cerebro produce más químicos de la “felicidad” en la medida que lo que lee, siente, percibe, mira y escucha, lo relaja (con ciertos límites) en lugar de tensarlo (también con ciertos límites).

La palabra problema engendra tensión. Y a menos que se trate de un juego, donde la tensión natural, derivada del juego, es saludable, en general, problemas no esperados o de la vida real, generan mucha tensión o estrés. Recordemos cuántas veces en nuestras conversaciones cotidianas cuando platicamos con nuestros hijos, padres, hermanos, amigos, colegas, con frecuencia preguntamos: ¿Hay algún problema? ¿Está todo bien? No hay problema, ¡¿verdad?!

Imaginemos a un pequeño que va a la escuela y se enfrenta a una prueba cuyo contenido es un conjunto de “problemas”. La mejor solución del cerebro es elevar la adrenalina para huir, atacar o pasmar. El cerebro reacciona con hormonas, adrenalina y cortisol, ante el problema o la amenaza del problema. Si la escuela es puro problema, porque hay que trabajar todo el tiempo para resolver los problemas de las pruebas, y no solo eso, sino para ganarle a los demás–lo que en sí ya es un problema–no sorprende que la escuela sea rechazada por los cerebros de los niños y jóvenes. Debemos que recordar que los niños y jóvenes ven el mundo de manera diferente de como la ven los adultos.

Para los adultos la solución de problemas puede ser una expresión cotidiana, para los niños, no. Un niño puede ver una banca floja como una oportunidad para curiosear, brincar, jugar, mover, safar, explorar; para un adulto, es un problema.

Si la escuela es un platillo lleno de problemas, ni ganas de ir a la escuela. Por ello, en el siglo XXI, está de moda el tema del aprendizaje alegre o divertido. Pero, ¿qué tiene de divertido ir a un lugar a enfrentar problemas? Eso es cosa de los adultos, no de los niños. Si los adultos le dicen a los cerebros de los niños “ven a divertirte a la escuela” y al mismo tiempo se les somete a la presión de enfrentar, resolver o superar problemas, además de ganarle a sus compañeros todo el tiempo, el cerebro de los niños, se enfrenta a mensajes contradictorios. El cerebro siempre resolverá por el camino fácil: “no me gusta”; por tanto, “no me interesa”; “no estoy motivado”.

Los cerebros de los niños son cerebros con muchas conexiones, muchas más que las de los adultos. Por ejemplo, un bebé de un año de edad tiene el doble de conexiones que las de un adulto. Un adulto tiene alrededor de 500 mil millones de sinapsis por milímetro cuadrado (Bronson y Merryman). Si el bebé tiene el doble, ¿eso lo hace más poderoso desde el punto de vista mental? No. Como dice la psicóloga Alison Gopnik, cada una de esas conexiones es una conexión débil. Con la práctica, la significancia y la repetición esas conexiones se fortalecen y permanecen. En busca de la eficiencia, el cerebro mismo se encarga de podar las conexiones no usadas.

Mientras la madurez llega, en el mundo infantil de conexiones libres y aleatorias, mandar a un niño a una escuela a aprender una habilidad que de entrada es un problema, asusta al cerebro y lo pone a la defensiva. Nada gozoso hay ahí.

La solución del problema “2+2” es un problema per se. Pensemos, ¿qué tiene de problema sumar 2+2? La solución a 2 + 2 es 4. Dos más dos no es un problema, es un acertijo, un enigma, un desafío, y 4, no es una solución a un problema, sino un descubrimiento, una conclusión, una respuesta lógica a un acertijo. En el camino, los niños exploran, indagan, descubren, “espían” y lo hacen juntos, como cuando juegan “a las escondidas”.

Las matemáticas no son un problema, son una impresionante herramienta de eslabones lógicos, nítidos y perfectamente alineados con las habilidades innatas del ser humano. No, no tendríamos que ir a la escuela a estudiar problemas, o sus soluciones, sino a explorar situaciones, descubrir relaciones, indagar caminos. Los problemas vienen más tarde, en el mundo cercano a los adultos. Mientras ese mundo llega, los niños pueden aprender que las matemáticas no son un problema sino una estrategia, una herramienta, una forma sencilla de ver la vida, una exploración, un juego de espías.

Lo mismo podría lucubrar respecto de otra habilidad del siglo XXI: pensamiento crítico. En realidad, lo que queremos decir es pensamiento lógico, que no es otra cosa que inteligencia líquida. Dejemos para los adultos el pensamiento crítico y demos más oportunidad para que los niños desarrollen sus habilidades naturales a su tiempo, sin prisas y sin que tengamos que encasillarlas o secuestrarlas por los cerebros “maduros” e “inhibidos” de los adultos”.

Mientras los nuevos currículos de México no se elaboren a partir de la forma en la que piensan los niños y los jóvenes en sus diferentes etapas de desarrollo, en lugar de la forma en la que piensan los adultos, la retórica de un nuevo modelo para un mundo acelerado, complejo y globalizado, no toca el meollo del problema. Los niños jugando solucionan los problemas creados por los adultos. La palabra problema se repite 322 veces en el nuevo currículo mexicano del 2017. Quizá sería bueno sustituirla por la palabra desafío. En lugar de identificar o resolver un problema se podría girar la intención pedagógica hacia identificar un acertijo, explorar un terreno desconocido, resolver un enigma, superar un desafío y jugar al “espía” para entender los fenómenos que la ciencia aún no explica.

Este es el tipo de reflexiones que haremos en el seminario: El nuevo modelo educativo: un análisis positivo y crítico. Cupo limitado. Solamente en el mes de julio el precio de inscripción es reducido.

Facebook Comentarios

Leave A Comment