Pulgarcitos y Pulgarcita: los clásicos

Sofía Gutiérrez Lários

La literatura, llena de símbolos, se ha valido de la estatura minúscula de un niño para crear uno de los personajes de cuento más populares: Pulgarcito. Lo curioso es que existan cuatro Pulgarcitos, ideados por los tres cuentistas infantiles más renombrados de Occidente: Charles Perrault, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen. ¿Se trata de la misma historia? La respuesta es no, pero cautivan tanto sus similitudes, como los significados que encierran. El primero fue escrito por Charles Perrault, cuentista francés del siglo XVII que dio nacimiento a Caperucita Roja, La Bella Durmiente, El Gato con botas, Cenicienta, entre otros.

El Pulgarcito de Perrault es el menor de siete hermanos: el más callado y, por ello, tomado como bobo. Sin embargo, era muy observador, lo que lo dotó de la mayor de las perspicacias. Aquí el primer valor destacado del cuento: la atención y discreción; “Mas vale hacer, que decir”. Pulgarcito salva a sus hermanos de algunos intentos de sus padres por perderlos en el bosque, ya que su pobreza no podía sustentarlos. El personaje recurre a guijarros blancos y migajas de pan que va dejando en el camino para recordarlo, lo que mucho después sería tomado por el cuento de Hansel y Gretel. Libera a sus hermanos de la casa de un ogro, burlándolo al punto de robarle sus botas mágicas de siete leguas, con las que acumula una gran fortuna de manera honrada, y da salvación a sus padres y hermanos. Se trata, entonces, de un Pulgarcito perspicaz, valiente y bondadoso.

Los hermanos Grimm, literatos alemanes del siglo XVIII, reescribieron varios cuentos (incluyendo algunos de Perrault) y compusieron otros, dotándoles de su propio toque y característico final feliz. Ellos publicaron dos versiones del niño miniatura: Pulgarcito, y El viaje de Pulgarcito. En ambos destaca, al igual que con Perrault, la osadía y valentía del protagonista, pues logra timar ladrones, lobos, estómagos de vacas, y toda sarta de peligros para retornar con su familia.

Sólo que, a diferencia del Pulgarcito francés, estos son menos prudentes y mas aventureros, pues abandonan sus hogares sin una auténtica necesidad: sólo con el ánimo de probar fortuna y no devuelven a sus padres otro  sin una auténtica necesidad: sólo con el ánimo de probar fortuna, y no devuelven a sus padres otro tesoro más que el de su propia compañía. Segunda gran lección de los Pulgarcitos: “Héroe es el que alegra a los suyos”. Hans Christian Andersen, escritor danés del siglo XIX, ideó, entre otros; La sirenita, El traje nuevo del emperador, El valiente soldadito de plomo, y a un pequeñísimo personaje, en este caso femenino: Pulgarcita.

Ello lo vuelve el cuento más distinto de los cuatro aquí analizados, y una somera lectura puede señalarlo de estereotipado, pues, aunque Pulgarcita también es apartada de su hogar y sale airosa de recurrentes peligros, varias de sus victorias son debidas a su belleza y bondad, que le otorgan la gracia y compasión de quienes la encuentran. No obstante, es injusto dejar así la crítica; pues en Pulgarcita también prima su inteligencia y gallardía. Es inteligente, cuando decide permanecer con una vieja rata a la que no ama, pero que es su mejor alternativa ante la muerte en el campo exterior congelado; y es osada cuando elige curar a una golondrina que todos creían muerta e inútil, y a la que tenía prohibido acercarse.

De hecho, gracias a que decide rebelarse a tal prohibición y seguir sus convicciones, cuando la pequeña golondrina alivia, ésta le otorga la puerta de escape a su lugar feliz. Una importante lección con Pulgarcita, además de la valentía y gratitud también presente en los otros, puede quedar: “La suerte no es mera cuestión de azar; es el producto de varias virtudes acumuladas”.

Los cuatro Pulgarcitos son evidencia de que la literatura se nutre constantemente de ella misma, siendo tan maravillosa que puede reencarnar los mismos personajes dejando un tinte especial y valioso en cada uno. Demuestran también que los cuentos infantiles son necesarios, no sólo como recurso de entretenimiento, sino como importantes aleccionadores de valentía, convicciones, amor y gratitud: pilares de la buena convivencia. Como el escritor Gustavo Martín Garzo refiere, eso es lo que van moldeando en los cerebros de los niños, al mismo tiempo que los dotan de vocabulario (y, por ende, capacidad de describir mejor su mundo), curiosidad y les introducen lo que es tan laborioso de entender: que la vida es muchas veces contradictoria, con momentos muy sublimes, a los que es posible llegar gracias a pruebas complicadas, pero que siempre pueden ser superadas. Y por supuesto, no excluyen a los adultos de esos prodigios.

Anatole France, premio nobel de literatura en 1921, lo escribió: los cuentos son necesarios para los niños y los mayores, en prosa o en verso, que nos hagan llorar o reír, y que nos ofrezcan algún encanto. El inicio de la primavera no reviste la algarabía del Año Nuevo, pero no deja de ser un ritual, y así, puede ser el comienzo de la re-valorización de estas pequeñas obras, que, como esta temporada, están repletas de naturaleza; que dan cobijo a chicos y grandes; y que nos ayudan a seguir descubriendo un mundo siempre enigmático, pero maravilloso cuando se intenta comprender.

Maestra de primaria en la escuela pública “J. Jesús Ventura Valdovinos”, Villa de Álvarez, Colima. Licenciada en Educación Primaria por el Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima (ISENCO). Texto publicado originalmente en El Universal con permiso de la autora.

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