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Reforma Educativa: del discurso a la práctica

Existe un rezo popular que expresa que con las intenciones no basta. Pero si no hay un propósito deliberado para alcanzar algo —agrego— menos bastará. No obstante que no hay una relación mecánica entre los fines expresos de una Reforma Educativa, el proceso y sus resultados finales, conocer el fin último es útil; es la brújula que guía la acción política. La exposición de los propósitos es el cemento ideológico que permite a los actores políticos articular discursos y elaborar representaciones ideales sobre lo que los ciudadanos pueden esperar. Grandes ideales demandan grandes acciones. La expresión de un propósito es una vara para medir su ejecución práctica.

Si las palabras cuentan, entonces los fines que el grupo gobernante planteó para la Reforma Educativa son pobres y extravagantes, por más que el discurso ataque un problema innegable: México padece de una mala educación.

Pacto por mexico reforma educativaEn el Pacto por México, el gobierno y sus aliados plantearon sus propósitos. Tras diagnosticar la baja calidad de la educación asentaron: “Para ello se impulsará una reforma legal y administrativa en materia educativa con tres objetivos iniciales y complementarios entre sí. Primero, aumentar la calidad de la educación básica”.

Hasta aquí no hay nada que objetar, es el norte que —en teoría— debe atraer a la aguja del compás. Pero de inmediato viene la ridiculez: “que se refleje en mejores resultados en las evaluaciones internacionales como PISA”.

De un plumazo, el Pacto reduce la noción de calidad al desempeño de los alumnos en una prueba estandarizada. No se me malinterprete. No me opongo a que los jóvenes mexicanos obtengan buenos puntajes en ésa y otras pruebas. Pero esos resultados son —o deberían ser— consecuencia de una educación de calidad, no el fin al que se debe llegar.

Claro, el Pacto por México propuso otros fines, como el cambio administrativo y recuperar la rectoría del sistema educativo, pero la malformación ya estaba engendrada. En el propósito principal, los firmantes del Pacto cayeron en la trampa de la ideología de reducir la noción de calidad a desempeño. Quienes redactaron el punto cayeron en los brazos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos sin mucha reflexión.

En la literatura internacional sobre reformas educativas abundan ideas que bien pudieran ofrecer sustancia a las propuestas. El repertorio sobre la noción de calidad cubre territorios tan amplios como la creatividad, la innovación, el pensamiento reflexivo y la resolución de problemas. Y, por encima de todo, hay que señalar que una educación es de calidad cuando persigue que los egresados de un sistema aprendan a ser ciudadanos cultos y trabajadores responsables.

Pero tal y como lo expresa el Pacto, en la parte pedagógica —el corazón de una reforma que en verdad llegue al salón de clases— el gobierno trabaja en el diseño de una reforma de miras cortas: mejorar en PISA. Eso es transformar al instrumento en el fin. No hay grandes ideales.

Mexico en PISA 2012Por ello, pienso, el gobierno no pone toda la fuerza del Estado en conseguir la Reforma en la Educación. Al contrario, muestra tibieza. En las negociaciones de la Secretaría de Gobernación con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación se trueca la ley y se diluye la reforma.

Con todo y que el gobierno tiene logros que proclamar, está limitado en su acción porque su ideología es pobre, no tiene interés en conseguir el raquítico fin que proclamó. El mejor vocero de esa indigencia es el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.

Educación Futura publicó el 4 de marzo declaraciones del secretario Osorio:

“Nosotros ni declinamos ante una reforma, ni estamos logrando ningún acuerdo que lesione la reforma tan importante en materia educativa que se dio en el año pasado por el Constituyente”. Además, advirtió: “No es una opción si se aplica o no, es un mandato constitucional”.

Veo dos posibilidad en lo dicho por el secretario. O nos quiere dar atole con el dedo negando lo inocultable; o en verdad se lo cree. El primer caso es un fraude que no tendrá que esperar el juicio de la historia, es patente. El segundo es triste: explica la miseria de los planteamientos programáticos.

Aquí sí encontré congruencia entre el discurso y la práctica: los dos son chafas.

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