El mito de la tele y la educación
Era el sexto día del mes de agosto. El antier de estas letras. En la pantalla, el rostro del Secretario de Educación a medias pues usa, y qué bueno, mascarilla en estos tiempos. La voz clara y quien esto escribe atento. Se trataron varios temas. En un momento – al minuto 20 y 16 segundos del video – como respuesta a la pregunta de un reportero, dijo: “Muy bien. Lo que anunciamos (para el ciclo escolar 2020-2021) es (que será) totalmente a distancia. El 24 de agosto tenemos un programa muy robusto, como lo hemos señalado aquí, de varios canales de televisión que van a impartir los cursos, las clases, con base en los libros de texto gratuito (y) los aprendizajes esperados, por lo que no habrá necesidad de acudir a las escuelas.” La explicación termina 31 segundos después: minuto 20 con 47 segundos.
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El silencio
A contracorriente de lo que sucede en nuestros días, es menester recuperar el valor educativo de callar. En medio del diario aguacero de palabras y sentencias a cual más filosas y terminantes, necesitamos hallar en el viejo ropero, o en el fondo de la covacha donde guardamos los triques que no podemos ya tener ni tirar, el paraguas del silencio. Estará desvencijado, con varios alambres doblados y algo cucho por desuso. Ni hablar. Hoy hace falta.
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El otro lado de la distancia
No le hace si suena raro: cuando andábamos juntos estábamos más distantes. Nada tiene un solo lado. Ni porque sea plano de plano, o por falta de variedad en los puntos de vista. Suele sorprender que otra manera de ver o vivir lo que aparenta ser lo mismo, sea tan factible y real como la propia.
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Si cae la escuela – Bueno, es un decir…
Hace días recordé los versos que César Vallejo escribió cuando la guerra civil española estaba en vilo, pues de manera similar, salvando las distancias, hoy lo está la escuela y su permanencia como proyecto humano. En España, aparta de mí este cáliz, las primeras palabras son: “Niños del mundo/si cae España -digo, es un decir-”
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Sobre la Ley Educativa en Puebla
La lectura y el significado que ofrezco no es de un especialista en derecho, pero sí de quien, con buena fe, intenta cotejar la Ley poblana, con la Ley General de Educación y la propia Constitución. Ojalá sirva para abrir un cauce mejor al diálogo publico en la materia.
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¿Qué nece(si)dad?
Hay que tener cuidado con la prisa. No solo es mala consejera sino esconde, muchas veces, la sinrazón de emprender la carrera sin reflexionar la validez del destino, lo adecuado del rumbo ni la velocidad para llegar.
Vamos cuanto antes. ¿A donde? Ya veremos. ¿Por dónde? Quién sabe, dale derecho hasta topar con pared. ¿Corro? No, ¿qué no entiendes? vuela pues vamos con apuro. Y sí, se va muy rápido sin tener claro, bien a bien, cuál es la estación del tren donde bajamos o si esta vereda es la mejor. Hechos la raya.
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La escuela intrusa
En mala hora hemos confundido al sistema educativo del país con el sistema escolar. De ello deriva que los signos de continuidad de la forma escuela sean predominantes: la clase cucha, la tarea abundante y el libro como muleta, sin el que no se puede andar.
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Con la cera que hay
Llegó lo inevitable y aún falta lo más duro. No se puede detener. Hemos aprendido que si se actúa de forma inteligente, con los recursos factibles, mecanismos adecuados y a tiempo, es posible intentar que el efecto de la pandemia sobre el sistema de salud no lo desborde.
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Las escuelas cerradas
Es cosa de ir a la farmacia en estos días y pasar al lado de una escuela. La que vi tiene cadena en la puerta y un candado. Está desierta. El letrero en que se informa el cese de las clases a partir del 23 de marzo ya parece viejo. México: en números redondos, 265 mil planteles educativos están cerrados, 32 millones de estudiantes, desde preescolar hasta posgrado, no asisten hace dos semanas a los salones. Vacíos. Han de tener ya mucho polvo. Y dos millones de docentes no se desplazan, cada día, a sus quehaceres. La escuela se detuvo.
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El virus viejo
Vivimos tiempos extraños: el signo más contundente de la solidaridad es juntarnos. Así pasa ante la muerte, la alegría, la coincidencia en unos colores de camiseta que juegan contra otros lo que sea; no hay metro y medio que valga para jugar dominó y escuchar el sonar de las fichas, ni se puede ver, hoy, una cascarita en la calle o en un baldío. Lo nuestro es, en el arrime, mirar el fuego, comer en bola, o con alguien, o a solas pero viendo a otras mesas donde, anexos, se habla o se mira el celular. Nos juntamos para exigir, reclamar, algo que nos parezca justo y sentir que si la calle está llena, y “no somos uno, no somos cien, prensa vendida cuéntanos bien”, tenemos fuerza, las cosas cambiarán y para bien: seguro, ¿no ves que somos un buti? (gente joven, esa palabra se usaba para decir que éramos un buen: hartos).
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