Y después de Monterrey, qué sigue…

El 18 de enero, un lamentable y desafortunado incidente sacudió a la Ciudad de Monterrey, al estado de Nuevo León y al país entero. Un joven que estudiaba en el Colegio Particular Americano del Noroeste, pistola en mano, hirió a su maestra y a otros compañeros, quitándole, tristemente, la vida a uno de ellos.

Como era de esperarse, las reacciones no se hicieron esperar, vaya, hasta el mismo Presidente de nuestro país, difundió vía redes sociales, un video en el que lamentó lo acontecido en esa ciudad del norte de mi México querido. El Secretario de Educación, Aurelio Nuño, hizo lo suyo, y también se solidarizó con las familias de los afectados. El Secretario de Gobernación, como es natural, expresó algunas palabras a través de Twitter en el mismo sentido que los mencionados. Los medios de comunicación y redes sociales, se inundaron de la noticia señalando lo ocurrido pero, con la consigna de no difundir imágenes ni videos por respeto a las familias de los menores.

Palabras, palabras y más palabras pero… ¿qué estamos haciendo como seres humanos pensantes y como ciudadanos mexicanos que habitamos esta bella tierra? Fue lo primero que se me vino a la mente. De hecho, en mi cuenta de Facebook, publiqué: “Hechos lamentables como los ocurridos este día en una escuela en Monterrey son inaceptables, ¿qué nos está pasando?, ¿cómo estamos educando a nuestros hijos y alumnos? Algo tenemos que hacer como ciudadanos, maestros e, insisto, padres de familia. La educación es tarea de TODOS”.

En este sentido, hace unos meses en este mismo espacio, publiqué una serie de ideas cuyo título “Los niños: vivir en violencia”, dieron cuenta de lo que sucede en México. La escalada de violencia y la nula intervención del estado mexicano para salvaguardar los intereses de quienes habitamos este territorio, ha generado la serie de fenómenos que, como el que sucedió en la ciudad del Cerro de la Silla, se han vuelto parte de la realidad que tristemente vivimos a diario.

En ese entonces, decía, que los narcocorridos, la violencia exacerbada que se difunde por los medios de comunicación, los inaceptables crímenes y robos que a diario se cometen en las distintas ciudades y que quedan sin castigo, se han vuelto, repito, el pan nuestro de cada día.

¿Qué podemos hacer entonces? Mi propuesta, aunque sencilla, encierra un tesoro que por más que se diga lo contrario, es necesario retomar en cada uno de los hogares y en las escuelas de un país, tan vapuleado como el nuestro: educar en valores. Si, así como lo lee, educar en valores con la firme intención de que los seres humanos se reconozcan como tales en contextos particularmente violentos.

La tarea es de todos, y no me equivoco al hacer esta afirmación, tal vez utópica y sin sentido, pero que indiscutiblemente, cobra relevancia cuando observamos que hechos como los que cotidianamente se hacían manifiestos en las escuelas o universidades de nuestro país vecino, han llegado al nuestro.

¿Por dónde empezar? En el hogar, en nuestra casa. Cierto, hay quienes me dirán que es imposible, que la vida y el trajín que está trae consigo nos los impide, y es cierto, pero ¿acaso hemos perdido esa sensibilidad para con el mundo que nos rodea?, ¿acaso hemos olvidado que la empatía genera un sentimiento de apoyo y ayuda mutua?, ¿acaso hemos perdido el sentido de lo que significa el amor?

Desde mi punto de vista, y aunque alguien lo dude, sigo creyendo que el amor, la empatía y los valores, siguen presentes en cada uno de los seres humanos. ¿Qué es lo que ha pasado? Que precisamente hemos delegado a un segundo plano las relaciones sociales que, como sabemos, en casa empiezan y se desarrollan. Considero pues, que debemos voltear la mirada a lo que sucede en el hogar, con los nuestros, con nuestros hijos. Es cierto, el trabajo y las demás circunstancias que a diario vivimos han propiciado que nos alejemos de ese círculo pero, insisto, tenemos que regresar al origen de ello: la casa.

¿Qué más podemos hacer? Para quienes tenemos la maravillosa oportunidad de laborar en el sector educativo, las posibilidades son infinitas. Le invitaría a ver un video que en alguna de las clases que imparto en las escuelas en las que laboro, he utilizado con la intención de que reflexionemos sobre ello: la educación prohibida. El juego, la lectura, la escritura, en fin, todas las oportunidades que tenemos, pueden ser complementadas con algo que es tan sencillo pero que difícilmente aplicamos o realizamos los maestros: escuchar al otro.

Curiosamente, el ser humano cuando se incorpora a este mundo, y aún antes de que lo haga, escucha y eso, lamentablemente, lo hemos dejado de lado en los centros escolares. Ya no escuchamos, ya no ponemos atención a ciertas señales que cada uno de nuestros alumnos nos envía cotidianamente. Cierto, quienes nos encontramos en el medio, tenemos – por obligación – que cumplir con lo que nos marca una curricula pero, ¿no acaso en algún momento de nuestra vida decidimos ser maestros? Sabemos bien que nuestra vocación o, si usted gusta, profesión, va más allá de un plan de estudios, y por ello, tenemos la obligación de dar siempre, un poco más de la cuenta.

En fin, son tantas las ideas y tampoco el espacio que tengo para que podamos reflexionar al respecto.

Como siempre digo, usted mi apreciable lector, que cotidianamente me regala cinco minutos de su tiempo para leerme, tendrá la última palabra. Por mi parte, haré lo que me corresponde, con ahínco desmedido, porque si de algo estoy seguro, es que la educación puede cambiar al mundo.

Por cierto, Sr. Aurelio Nuño, no se trata de poner mayor vigilancia en las escuelas, ni aplicar a rajatabla la operación mochila, se trata pues, de impulsar y fortalecer los valores en la escuela mexicana. Valores que todos los tenemos, pero que con su ilógica e inaplicable forma de conducir la educación en nuestro país, se delegan a un segundo plano, porque los resultados que emite la OCDE son más importantes que la convivencia entre los seres humanos.

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