¿Y si repruebo?

Ana Razo *

Recuerdo la pregunta 8 “¿Cuántas decenas son 14 decenas?”. Al leer la pregunta sin haber visto las opciones de respuesta pensé que este examen estaba subestimando la capacidad de las niñas y los niños de primero de primaria. El desafío cognitivo me pareció muy bajo. Después leí las tres opciones: “a) 3; b) 1; c) 4.”. No encontré la que yo buscaba. Entonces pensé “Caray, con esas respuestas yo estaría atorada en primero de primaria por un buen rato”. Simplemente no entendí la pregunta.

Si el resto de las preguntas del examen fueran como la pregunta 8 seguramente yo no transitaría de grado. O, con suerte, apenas pasaría. Comenzaría a dudar sobre mis capacidades. Y es probable que mis maestras y maestros hubieran pensado que yo no puedo aprender.

El ejemplo puede parece trivial, pero no lo es. En este texto busco retomar la discusión sobre las calificaciones y la reprobación en la escuela. Sobre la jerarquía escolar que divide a los estudiantes dicotómicamente en aprobados y reprobados. En ese sentido, creo necesario reanudar la reflexión sobre lo que puede significar la reprobación de una materia o un grado escolar. Más aún, durante esta etapa de emergencia educativa por la pandemia.

Comencemos por proponer un punto de partida básico. Un examen es una herramienta para recopilar y evaluar información sobre lo que las y los estudiantes saben, comprenden y pueden hacer. Así, con los resultados de un examen es posible –y se espera– que las y los docentes puedan tomar una decisión informada sobre los próximos pasos en el proceso de aprendizaje de cada estudiante. 

Reprobar materias NO significa que los estudiantes no puedan aprender. Todas y todos pueden y tienen el derecho de hacerlo, sólo que lo harán a ritmos, estilos y con aproximaciones y estrategias diferentes. Y esto no necesariamente se verá reflejado en un examen aplicado en un momento determinado del ciclo escolar.

Desde esta perspectiva, ¿qué significa reprobar un examen?

  • Que la o el estudiante AÚN no está lista(o) para mostrar evidencia de su aprendizaje de la forma en que se lo piden. Que necesita más tiempo, distintas aproximaciones para entender el problema, conocimientos previos y vinculantes, etc.
  • Que los resultados del aprendizaje en la escuela son un resultado colectivo, no es responsabilidad atribuible a una sola persona, casi siempre al estudiante.
  • Que se necesita más tiempo de estudio o preparación.
  • Que no se entendió lo que se preguntaba en la evaluación o no se recordó el dato que pedían memorizar.

Las calificaciones son importantes para apoyar el proceso de aprendizaje de las y los estudiantes; y para que las y los docentes puedan crear un plan de ruta para atender las fallas detectadas. Sin embargo, las calificaciones no definen a nadie. Las y los estudiantes son mucho mejores que las calificaciones que logran. En estos momentos de emergencia educativa y sanitaria hay muchas cosas por atender y por balancear: en la escuela, en la casa y en el propio bienestar. Las calificaciones no reflejarán con suficiencia los aprendizajes y las condiciones en que las y los estudiantes las lograron. 

Perrenoud afirma que “el éxito y fracaso (en la escuela) no son conceptos científicos. Son nociones utilizadas por los actores, alumnos, padres y gente de la escuela”. En ese sentido, muchas escuelas encuentran en la reprobación del estudiantado una falsa evidencia de exigencia académica. Pero esto parecería un balazo en el pie si pensamos en la reprobación no como una falla individual, sino como una falla del sistema escolar para lograr el aprendizaje de las y los estudiantes. 

Por otro lado, el fracaso escolar también puede verse desde una perspectiva personal, porque las y los estudiantes no alcanzan los estándares mínimos necesarios y pueden, en casos extremos, abandonar la escuela. Por tanto, el fracaso educativo y la inequidad están intrínsecamente vinculados y superar el fracaso escolar no solo implica el fortalecimiento de la equidad en la educación sino la reducción de sus altos costos sociales y económicos.

Un ejemplo que ilustra el espejismo de las evaluaciones es la historia de Tara Westover. En su libro Una Educación Tara cuenta su particular crianza y su encuentro con la escuela. Ella era la menor de siete hijos en una familia mormona radical. No conoció la escuela sino hasta los 16 años.  A esa edad presentó su primer examen escolarizado: no sabía como llenar la hoja de respuestas ópticas; nunca había estado en un mismo salón con tantos estudiantes; no estaba acostumbrada a los ruidos y no lograba concentrarse. En su primer semestre en la escuela, a los 17 años, Tara no sabía cómo estudiar. No sabía como utilizar los libros de texto. No sabía como aprender a aprender. Como era de esperarse reprobó sus primeras evaluaciones. Tara sabía muchas cosas, pero necesitaba aprender otras. En una historia fascinante de cómo aprender con y de las demás personas en la escuela, Tara observó, preguntó, recibió ayuda y encontró en la escuela una vida de libertad e independencia. En nuestro contexto educativo, lo dramático es asumir que todos nuestros estudiantes tienen resueltos los mismos problemas que Tara enfrentó. La experiencia escolar de Tara resuena para muchos estudiantes.

El caso del bachillerato es particularmente relevante. La Encuesta Nacional de Deserción en Educación Media Superior (ENDEMS) encontró que la reprobación era un factor frecuente entre los estudiantes que abandonan la escuela. Incluso este hecho es el motivo principal para darlos de baja de la institución. Lo anterior, especialmente en la emergencia educativa que atravesamos, hace urgente la revisión de la normatividad escolar al respecto de la reprobación. Cuando los planteles tienen normas que les impiden la reinscripción de estudiantes con un número determinado de materias reprobadas, es imprescindible retomar la discusión sobre las calificaciones como factor que limita las oportunidades para aprender.

Los exámenes tendrían que ser un momento de reflexión. Una forma en donde las y los estudiantes compartan, con la comunidad educativa, lo que ha aprendido. No deberían ser una jerarquización escolar para saber quien continúa y quien pierde oportunidades para ejercer su derecho educativo.

Por eso desde la Campaña #YoTambienMeQuedo en la Escuela recordamos a las adolescentes y jóvenes que reprobar un examen o un curso está lejos de ser un fracaso. Es solo un momento que se puede recuperar. Hagan preguntas, busquen apoyo, soliciten ayuda a sus compañeras y compañeros y a sus docentes, busquen recursos (libros, materiales, etc.), para hacer ajustes que les permitan sentirse bien, interesarse por aprender y continuar con sus estudios. Pero sobre todo no abandonen la escuela. 

Desde esta Campaña de MUxED estamos convencidas de que esta reflexión va dirigida también a la comunidad educativa, a la sociedad y a las familias: reprobar es el inicio de una oportunidad para aprender, nunca es un fracaso. Todas las personas pueden y tienen el derecho de aprender en la escuela. Apoyemos a las y los estudiantes que aún no obtienen calificaciones aprobatorias o que se sienten en riesgo de reprobar. Por un lado, apoyemos con confianza y altas expectativas en sus capacidades.  Por otro lado, apoyemos con tutorías; escuchando sus preocupaciones sobre la escuela; compartiendo estrategias de estudio; allegando libros, preguntas, recursos y materiales para el aprendizaje; motivando su interés por seguir aprendiendo y hacerlo a lo largo de la vida. La escuela es el mejor lugar para construir una sociedad más justa y equitativa. Hagamos qué ningún estudiante se quede fuera de ella. #YoTambiénMeQuedo…en la escuela

https://www.muxed.mx/post/y-si-repruebo

*Ana Razo es integrante de MUxED. Es profesora-Investigadora en el Programa Interdisciplinario sobre Política y Prácticas Educativas del CIDE en Ciudad de México. Es Doctora en Política Pública por el CIDE. Tw: @anarazop

 

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