Un garabato colorado

Con cierta nostalgia, recuerdo el primer día que asistí a un jardín de niños a observar el trabajo que realizaban las educadoras con sus alumnos. Era el primer día de clases y, como era de esperarse, las reacciones de los niños de nuevo ingreso eran tan diversas y variadas que, por más que hubiese querido registrar sus expresiones, jamás lo hubiera logrado. Sus pequeños rostros reflejaban mil cosas y, tal vez, sus mentes, difícilmente comprendían lo que en ese espacio ocurría. Claro, los pequeños de tercer grado ya se desenvolvían con naturalidad: corrían, gritaban, saltaban, jugaban; acciones que, de cierta forma, contrastaban con aquellas de los que recién pisaban ese centro educativo puesto que, en algunos casos, el llanto se hacía presente o bien, un dejo de incertidumbre se observaba en sus caritas. Por su parte, las maestras, con una gran sonrisa desde la entrada de la escuela, daban la bienvenida a todos esos infantes que a ésta llegaban.