Miguel Ángel Pérez Reynoso
Hoy estamos dentro de un periodo al que se le conoce como receso escolar, lo que antes se llamaba periodo vacacional, pero que ha cambiado de nombre por cuestiones de funcionalidad. La atención del sistema funciona sólo con guardias, las escuelas están cerradas y el sistema se encuentra paralizado casi en su totalidad.
A estas alturas del receso escolar no existen anuncios importantes, adelantos de cambios ni propuestas que vayan a operar próximamente. Este espacio es una especie de “tiempo fuera”, como si se tratara de una tierra de nadie, en la que maestras y maestros disfrutan un merecido descanso y se preparan para lo que está por venir en algunos días.
Ya en la segunda semana de agosto, maestras y maestros regresarán a las escuelas, no para atender a las niñas y niños que estarán a su cargo —ya que estos regresan hasta el primer día de septiembre—, sino para preparar las condiciones del trabajo escolar, realizar su planeación anual, las planeaciones semestrales y mensuales, dialogar con sus pares y hacer un recuento de lo realizado durante el periodo de descanso.
Cabe decir que muchas maestras y maestros no tienen la posibilidad de salir o disfrutar de un periodo vacacional en algún lugar del país, y mucho menos en el extranjero. No sólo se trata de limitaciones económicas, sino también de un factor cultural. Podemos decir que apenas entre el 1% y el 3% de docentes en servicio tiene el hábito y la posibilidad de viajar, vacacionar y conocer entornos distintos y distantes al propio.
Aun así, es importante pensar en estos días de flojera institucional —de “tiempo fuera” en el trabajo educativo— como un espacio de transición entre lo que ya pasó en el ciclo escolar anterior y lo que está por venir con el inicio del nuevo ciclo escolar el próximo primero de septiembre.
En este contexto, resulta relevante comenzar a establecer compromisos e intenciones, y dar lugar al surgimiento de una nueva subjetividad docente. Esto cobra sentido a partir de una narrativa que debiera escribirse y hacerse pública, especialmente para maestras y maestros.
Lo único que me resta en esta entrega periodística es ratificar, desde este espacio, un reconocimiento público a su tarea y labor. Un reconocimiento a una función callada, anónima, con escaso reconocimiento y visibilidad. Hoy, lo más valioso que se tiene es cuando los alumnos aprenden lo que no sabían, leen lo que no podían descifrar y acceden a nuevos conocimientos gracias a la escuela, al docente y al contexto que los rodea. Ante eso, no hay mucho más que decir: ese es el principal pago que puede recibir un profesional de la educación. Y, en este receso escolar, es digno reconocerlo y enfatizarlo.
