Por: Axel Meléndez
En días recientes, un hecho estremeció a la Universidad y al país en su conjunto: un estudiante asesinó a un compañero dentro del plantel e hirió a un trabajador. A esta lamentable situación se sumaron presuntas amenazas difundidas en redes sociales sobre posibles ataques de grupos que se identifican con el agresor detenido. Este escenario, junto con la creciente preocupación por la seguridad en los planteles, colocó en el centro de la discusión la salud mental en la población universitaria.
El agresor, vinculado a grupos de Facebook de hombres que se identifican como “incels”, escribió un mensaje en el que afirmaba: “Ya estoy harto de este mundo, nunca en mi vida he recibido el amor de una mujer y la neta me duele, me duele saber que los chads pueden disfrutar de las foids y yo no”. Esta declaración, sumada a las amenazas de otros integrantes de dichos grupos, evidencia no solo la urgencia de atender la salud mental en la comunidad universitaria, sino también la necesidad de comprender el impacto que tienen las estructuras patriarcales en este tipo de hechos.
El acompañamiento psicológico ante situaciones como esta es complejo, pues implica reconocer varias dimensiones. Primero, que la Universidad está siendo atravesada por las múltiples expresiones de violencia que se viven en el país. Segundo, que por sí sola no podrá resolver estas problemáticas, aunque sí tiene la responsabilidad de mirar más allá de sus planteles para comprender lo que acontece en el entorno nacional. Tercero, que a pesar de que diversos medios de comunicación difundieron supuestos “diagnósticos psicológicos” del agresor, la tendencia a psicologizar el problema y no considerar sus componentes estructurales resulta poco fructífera. Cuarto, que la situación no solo exige atención a emergencias psicológicas, sino también acciones decididas contra el machismo, la misoginia y las múltiples expresiones del patriarcado.
Más que limitarse a psicologizar y diagnosticar, es fundamental no reducir el problema a su dimensión individual. Estas situaciones no surgen de manera espontánea, sino que responden al avance de múltiples violencias estructurales que atraviesan tanto a la población en general como a la universitaria en particular. En este caso, el peso del patriarcado es evidente, por lo que las acciones de la UNAM no deben centrarse únicamente en reforzar los canales de atención psicológica o los protocolos de seguridad, sino también en implementar de manera transversal talleres sobre masculinidades, género y otras iniciativas en la misma línea. Individualizar estas problemáticas, sin reconocerlas como parte de un contexto más amplio, poco o nada contribuirá a enfrentar la magnitud del problema.
El reto, sin embargo, no es menor. En México, según fuentes oficiales, hasta 2025 existen alrededor de 149 mil profesionales de la salud mental, lo que equivale a cerca de 12 psicólogos por cada 100 mil habitantes. En la UNAM, aunque no se cuenta con una cifra exacta sobre cuántos psicólogos trabajan en cada plantel, se estima que, en el mejor de los casos, hay entre tres y cuatro profesionales de la salud para atender a toda la población de cada escuela o facultad.
Ante ello, no basta con anunciar la existencia de canales de atención psicológica; resulta urgente reconocer que el problema es mucho más profundo de lo que aparenta. La UNAM debe superar la lógica de mirarse únicamente hacia adentro y comenzar a reflexionar sobre cómo puede coadyuvar en las discusiones sociales, así como en qué medida las problemáticas del país impactan en su propia comunidad. Si no se asume un reconocimiento pleno de la situación, las acciones anunciadas para mejorar “los protocolos de seguridad” difícilmente tendrán un éxito significativo.
Los recientes acontecimientos en la UNAM no pueden leerse únicamente como un hecho aislado ni resolverse con la mera ampliación de protocolos de seguridad o con la apertura de más canales de atención psicológica. El desafío radica en reconocer que la violencia patriarcal y las desigualdades estructurales atraviesan, desde su particularidad, a la comunidad universitaria al igual que al país entero. De ahí que los retos para la Universidad sean múltiples: fortalecer la atención en salud mental con suficientes recursos, incorporar de manera transversal una perspectiva de género y de masculinidades, abrir espacios de reflexión crítica frente al patriarcado y, sobre todo, asumir un papel activo en la transformación de las condiciones sociales que hacen posible este tipo de violencias. Solo así será posible avanzar hacia una comunidad más segura, justa y consciente de los desafíos que enfrenta más allá de reforzar los accesos o instalar cámaras en los planteles.
