En el proceso de confección de la Ley General de Educación Superior (2021) se hizo un particular énfasis en que el desarrollo y coordinación del sistema universitario estuviera basado en la deliberación.
De tal manera, se estableció que el Consejo Nacional para la Coordinación de la Educación Superior iba a ser un “órgano colegiado de interlocución, deliberación, consulta y consenso”. Asimismo, las comisiones estatales para la planeación de este nivel debían establecer un “espacio de deliberación” para intercambiar experiencias e integrar una “visión compartida” (Arts. 52 y 54).
Defender e incluir este término en la normativa era explicable porque no en pocas ocasiones, la Secretaría de Educación Pública (SEP) o las universidades más grandes imponían su visión o programas con los cuales la mayoría de las instituciones de educación superior podían no estar de acuerdo. Se trataba entonces de construir un diálogo entre iguales por medio del razonamiento.
Pero la democracia deliberativa no sólo puede ejercerse en el nivel de la hechura de las políticas educativas, tiene también que encarnar en nuestra vida escolar.
Sobre la deliberación en el campus universitario conocía poco hasta que Gabriel de la Paz, estudiante de posgrado de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), se dio a la tarea de explorar el tema y sistematizarlo en su tesis de maestría.
Sus observaciones preliminares constatan que la UAQ promueve muy débilmente la deliberación. Una de las pocas estrategias institucionales que existen en esta casa de estudios sobre el tema es el concurso de oratoria y debate llamado “La Gran Voz” donde participaron, en 2023, pocos estudiantes y sólo de Derecho y Ciencias Políticas. Me di a la tarea de revisar, por otro lado, el Modelo Educativo Universitario de la UAQ, dándome cuenta que la deliberación no aparece como “método didáctico”; aunque se diga que éste “desarrolla los elementos sustanciales” para formar ciudadanos y profesionales.
Más allá del plano formal, la tesis de de la Paz observó las “predisposiciones deliberativas” de un grupo de estudiantes de la UAQ. Esto lo hizo por medio de un cuestionario para hallar los “diversos significados” que los estudiantes atribuían a la deliberación. Los resultados son interesantes. La mayoría de los jóvenes, sobretodo varones, no reconocen los “sesgos cognitivos” como el de la confirmacion. Esto es buscar sólo información que refuerce sus creencias.
Segundo, prevalecen las posiciones relativistas o postmodernas al argumentar, es decir, asumen que “todo se vale o es válido”. Pero no todo es negativo, los jóvenes valoraron los argumentos bien fundamentados, por un lado, y por otro, aquellos que cursaron la licenciatura en Sociología y que tuvieron debates en clase, organizados exprofesamente, mostraron una “predisposición deliberativa” mayor que los chicos de Ingeniería que no tuvieron estos ejercicios. Los primeros, dice de la Paz, poseían una idea “mas compleja” de la política, eran escépticos, buscaban dialogar, así como tejer acuerdos con los que pensaban distinto. Conclusión: para que formemos en la universidad jóvenes capaces de deliberar, es necesario practicar.
Además, al “ejercer la razón pública”, los jóvenes pueden “desterrar” ideas fijas y rebasar dogmas que son, como diría Luis Villoro, “escollo” de la razón en el camino del conocimiento. Para lograrlo, es necesario promover la investigación y relacionarla con la práctica docente. Al deliberar, construimos conocimiento científico y aprendizajes para enfrentar este aciago tiempo del país. ¿Qué esperamos?
