Sofía Gutiérrez Larios
La infancia abarca más que la edad de una persona: es una condición de vida, más que una condición biológica. Quizá el primer adjetivo que la describa sea “inocencia”. Como lo escribió el Premio Nobel en Literatura, Rabindranath Tagore: Mientras el pescador de perlas se sumerge por ellas, y el mercader navega en sus navíos, los niños cogen piedrecillas y vuelven a tirarlas. Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red.
En la infancia se descubre al mundo y se enraízan las visiones y principios personales. Si a una persona se le priva del goce de esta etapa, se le afecta negativamente de por vida, como lo relata la UNICEF.
Pero la niñez mundial es blanco de atropellos desde tiempos históricos. En su libro “Infancia y sociedad”, Erikson (1963) explica que, por siglos, el niño fue considerado simplemente como un “adulto pequeño”, sin los tratos diferenciados necesarios para su correcta formación. Fue hasta principios del siglo XX, con los aportes de la psicología cognitiva y del psicoanálisis, que la infancia comenzó a estudiarse en su plenitud por las disciplinas científicas. En el plano jurídico, los niños fueron reconocidos como sujetos de derechos hasta 1989, con la ratificación internacional de la Convención sobre los Derechos del Niño.
Hoy, sigue siendo común escuchar los lamentables casos de abuso sexual, trabajo, matrimonio forzado, y secuestro infantil. Para atacarlos, se requiere seguir fortaleciendo las legislaciones e instituciones que protegen a la infancia, así como mantener activas las organizaciones civiles que se unen a la causa, y difundir para todos la lista de los derechos de la niñez.
Pero además de los estruendos, los niños están expuestos a maltratos más sutiles, como la privación de su derecho a participar y opinar; y la exposición a lenguaje y entornos inaptos para su madurez mental.
El niño necesita participar y ser tomado en cuenta para poder ser comprendido. Sin embargo, en los mismos senos familiares y escolares, se les suele coaccionar su libre expresión mediante prácticas que aniquilan su capacidad reflexiva y les impiden cuestionar el “por qué” de las cosas. Cuestionar es la base del pensamiento crítico: los niños deben acostumbrarse a hacerlo.
Por otra parte, los entornos inaptos para su desarrollo están arraigados en el mundo del Internet y las canciones con alto contenido sexual, que seducen la curiosidad de los niños, y los invita a experiencias peligrosas para ellos, como las prácticas sexuales precoces.
Para evitarlo, una gran herramienta es el rescate del material artístico infantil, que al mismo tiempo desarrolla su inteligencia y creatividad. La lectura es una gran compañera, pero también los recursos audiovisuales de grandes genios como Chespirito, Cepillín y Cri-Cri. Es triste pensar que muchos niños mexicanos desconozcan el legado del grillito cantor.
Los días conmemorativos son estrategias para focalizar una situación social que requiere ser atendida. El Día del Niño se festeja, pero también nos recuerda que la niñez es vulnerada. El actuar en su favor no resolverá todos los problemas, pero cubrirá dolencias del 36% de la población mundial, que es la correspondiente a la infancia, según la ONU. Y prevendrá, también, muchas dolencias futuras, porque esos niños serán personas y ciudadanos más plenos al llegar a ser adultos.
Proteger a la infancia es velar por el presente y el futuro. La Cumbre Mundial a favor de la infancia lo estableció: “No hay causa que merezca más alta prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de la civilización humana”.
Los niños Ni buscan tesoros ocultos, ni saben echar la red, pero nosotros, los adultos, sí sabemos hacerlo, y un objetivo de nuestras redes debe ser el beneficio de la infancia, que al mismo tiempo, es beneficio de la humanidad entera.
Maestra en escuela primaria pública. Licenciada en Educación Primaria por el Instituto Superior de Educación Normal del Estado de Colima (ISENCO).
