Educación Futura

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  • Calidad de la educación: los términos de su ecuación (III)

    Calidad de la educación: los términos de su ecuación (III)

    Hemos considerado que la calidad de la educación es igual al aprendizaje que se logra en el proceso de formación, multiplicado por la equidad (CE = ae). Se ha reconocido la trascendencia de ambos términos de la ecuación al darles un sentido jurídico que los eleva y fortalece por su pertenencia a la axiología constitucional. En esta ocasión el tema central es la equidad.

    Por principio de cuentas es necesario recordar que el aprendizaje no es un proceso humano exclusivo de la experiencia escolar: en esta, se trata de que sea sistemático de acuerdo con fines establecidos que son buenos para el desarrollo de las personas y de la sociedad. Y es importante decir también que la cuestión de la equidad no se agota en el horizonte de la institución escolar. Aquello que sobre la equidad sea dicho o asignado a la escuela, proviene de los valores sociales y, más específicamente todavía, de los principios jurídicos que la crean como institución y precisan los valores que deben sustentar la formación que ella promueve. Por ejemplo, está el valor de la dignidad humana. La equidad está en el proceso histórico constitutivo de la escuela, pero eso ocurre porque es un problema de la sociedad.

    En algunos comentarios que suelen hacerse sobre la equidad, de manera directa o indirecta aparecen otras cuestiones como la igualdad, la desigualdad, la inequidad y la iniquidad. Explicar cada una y aclarar todas sus relaciones prácticas y teóricas rebasa los límites de este espacio, pero es necesario no desatenderlas del todo.

    Empíricamente, la desigualdad humana se muestra de maneras múltiples y en sus variantes sociales, económicas y políticas ha sido causa de debates y de grandes problemas a lo largo de la historia de las sociedades. No es fácil o inmediatamente posible afirmar la igualdad humana como cosa natural; esta es una creencia que se ha construido a lo largo de siglos y precisamente con un trabajo contextualizado y motivado por las desigualdades creadas por los seres humanos. La creencia es asimismo fruto del deseo y del propósito de atenuar o acabar las desigualdades. Ello toca a todos los trabajos de la antropología, de la economía y de la filosofía política.  Así surgió el proyecto del Estado constitucional o de derechos.

    Uno de los logros fundamentales del pensamiento y del afecto humano es la afirmación de la igualdad de los seres humanos en su naturaleza, en su esencia. Esta creencia es la base para un derecho que se califica igual que el logro anterior, es decir, derecho fundamental, el de educación.

    En el reconocimiento constitucional de que toda persona “tiene derecho a recibir educación” se condensa tanto un avance civilizatorio del mundo y de México, como un elemento central del proyecto ingente de transformar las desigualdades sociales, económicas y políticas. ¿Con qué criterios y fines? Con los que establece el proyecto de sociedad contenido en la Constitución, la cual es un patrimonio histórico de los mexicanos y tiene una dinámica que la relaciona siempre con la vida social y va precisando los derechos y su alcance y las obligaciones estatales y sociales.

    Por los elementos antecedentes, es posible afirmar que la equidad representada en la ecuación de la calidad es una consecuencia natural, intrínseca, del derecho a la educación. Puede sostenerse que la equidad implicada o necesaria para que educación tenga la posibilidad de llegar a darse y ser reconocida como experiencia de calidad, es una expresión gemela del derecho mismo a ella. Por eso la equidad que se predica de la educación rebasa a la escuela y debe calificar y potenciar en la ecuación a todo el aprendizaje y, desde él, al currículo y a la pedagogía. Por todo ello, es una cuestión que toca toda la vida social, toda la actividad económica y toda la experiencia política.

    Es tan inherente la equidad al derecho a la educación que el ordenamiento de la pedagogía escolar debe surgir de ella y ser a la vez uno de los aprendizajes clave. La equidad viene a ser entonces base y fin de la educación; es la expresión más clara y exigente de su ontología, y la escuela debe enseñarla, trabajar para ella porque es una institución política y lo que logre es trascendental para la comunidad política.

    La equidad debe estar en los aprendizajes, es su fundamento: el conocimiento de sí como ser digno e igual a los otros; el conocimiento de los otros como seres dignos merecedores de respeto y poseedores de derechos; la formación de la persona y su autonomía. Por eso importa la educación y todas sus relaciones con la vida social, con la economía y con la política.

    La equidad debe estar en los aprendizajes por la semántica de la frase que consagra el derecho a la educación, pero no se agota en ellos, los mueve desde fuera y los vincula con las otras acciones sociales, económicas y políticas que también deben construir la equidad: las relaciones sociales basadas en los derechos y la justicia que ellos proyectan; las relaciones económicas acordes a la dignidad humana y al conjunto de derechos que de ella dimanan; las relaciones políticas impulsadas por los derechos de forma que configuren y sostengan el  bien común con todos los instrumentos de acción del Estado. En tal horizonte, las políticas para la equidad educativa no pueden comprenderse, formularse, ni emprenderse sin las políticas para la equidad en todos los ámbitos de la acción social y del ejercicio del poder público. De esta forma, en los principios constitucionales y en los fines de la educación, la equidad es un valor procedimental, sí, pero es también un valor que señala la meta última de la vida social y de la realización del Estado: la persona humana como fin.

    La equidad es, en última instancia, una representación de la justicia, y su inexistencia o su debilidad extrema dan lugar a la iniquidad, es decir, a una vida social, política y económica de injusticia; da lugar a un mal humano; de ahí la responsabilidad de los gobernantes. Es por eso inaplazable que con la luz y la exigencia del derecho a la educación,  de manera constante se trabaje para que se identifiquen todas las formas de inequidad en el servicio educativo, desde las relativas a la infraestructura y la disposición de maestros, hasta las que se cuelan en el currículo y en la vida escolar.

    La obligación constitucional de ofrecer educación de calidad es una exigencia de transformación de las políticas educativas. Vivimos tiempos electorales; deben ser tiempos que sacudan la estructura y motiven la acción de los partidos y de todo candidato o candidata para que comprendan la responsabilidad pública que significa la equidad en la educación. La prueba de fuego para la vocación del político o de la política es su capacidad de ocuparse del hecho de que toda persona tiene derecho a recibir educación. Sin tal capacidad, no pueden pretender vocación política y no estarán legitimados.

  • La calidad de la educación: los términos de su ecuación (II)

    La calidad de la educación: los términos de su ecuación (II)

    En la entrega anterior se propuso que CE = ae, lo que significa que la calidad de la educación es igual al aprendizaje multiplicado por la equidad. En el proyecto educativo del país los dos factores que conforman la calidad de la educación están implicados; por ejemplo, entre los valores que es necesario aprender (internalizar, hacerlo propio cada persona), está la equidad, para fundamentar la cual debe recurrirse constitucionalmente a la afirmación de la dignidad de la persona.

    Ahora nos ocuparemos del aprendizaje. Son varias las teorías que lo describen y explican; es una teoría de la Psicología que ha evolucionado mucho mostrando con diversos enfoques y metodologías que ese fenómeno por el cual el ser humano pasa de un estado cualitativo de ser y vivir, a otro más completo o superior, es un fenómeno complejo. Lo que importa para la sociedad y para la elaboración de las políticas públicas, así como su implementación y evaluación, es que a la escuela se le encarga la tarea de promover el aprendizaje, de ahí que requiera gran apoyo social y político.

    El texto del artículo tercero antes de la reforma de esta administración no usaba el término aprendizaje, pero es claro que la educación ahí establecida como necesidad personal y social –el ser la educación un derecho proviene de que es necesaria-, supone el proceso de aprender al ocuparse de “desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano”. Aunque el texto no es un  pequeño tratado de teoría de la educación, no está fuera de lugar pensar que la actividad de la escuela debe apoyarse en todos los enfoques teóricos pertinentes que estudian el aprendizaje, es decir, todos aquellos que ayuden a darle sentido a lo armónico y lo integral de la experiencia de desarrollo del alumno. La todavía pendiente reforma de las escuelas Normales tiene en esto un asunto constitutivo.

    1. Dewey consideraba que el desarrollo es la meta de la educación y entendió la escuela como un laboratorio social, lo que tiene como consecuencia que la escuela no se separa de su entorno, no se encierra en las materias de enseñanza, pues su razón de ser es contribuir a una acción que ella no domina o abarca en plenitud, la formación humana, pues la comparte con otras instituciones sociales. Esa idea de la escuela y el aula como laboratorios está en el sustrato histórico y filosófico del artículo tercero. Veamos algunos elementos.
    2. “Toda persona tiene derecho a recibir educación…”, es decir, a recibir un bien humano, social, público, que cada una de las personas en la escuela merece por su dignidad. Lo que recibe significa u origina una actividad que impulsa el desarrollo; tiene como fin la democracia, que es un sistema de vida “fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”, y eso significa actividad para indagar, para conocer, para relacionarse, para valorar, para tomar decisiones, para participar y exigir lo que es debido. En ninguna manera la experiencia en la escuela se trata de estar ahí en una posición pasiva.
    3. Otro criterio del artículo tercero es que la educación se base “en los resultados del progreso científico” que luche “contra la ignorancia y sus efectos…”. La ciencia es una actividad, antes que otra cosa –es también un saber disponible, una actitud de los sujetos ante la realidad-, y supone que el alumno y la alumna tienen preguntas, tienen capacidad de buscar respuestas, de buscar soluciones a problemas de diversa naturaleza que la vida misma les plantea. La escuela no inventa problemas para hacer su trabajo, mal haría; lo que debe hacer es recoger la vida que viene con sus alumnos y ayudarles a ellos a comprenderla, a ser creativos, autónomos. Es significativo que el texto del artículo establezca luego del criterio científico “la lucha contra la ignorancia y sus efectos”, ya que no hay principio más activo que eso.
    4. No se trata aquí de integrar todo el texto del artículo tercero –hay que leerlo todo de nuevo-, sino de mostrar cómo contiene una orientación al aprendizaje. Es imposible resistir y no transcribir esta parte: la educación “atenderá a la comprensión de nuestros problemas, al aprovechamiento de nuestros recursos, a la defensa de nuestra independencia política, al aseguramiento de nuestra independencia económica y a la continuidad y acrecentamiento de nuestra cultura”. ¡Cuánta actividad de aprendizaje, por decirlo en sentido cuantitativo, y qué cualidades de ese aprendizaje están comprendidas en el pronombre nuestros! De ese tamaño y con esta trascendencia es la experiencia de aprendizaje que debe promoverse en cada aula, en cada espacio escolar. De ahí otra urgencia: que  los gobernantes y los partidos acerquen la sociedad a sus actividades para que estén en plena aptitud de servirla.

    Los aspectos destacados arriba muestran bien que el artículo tercero establece un aprendizaje complejo por sus contenidos y por los procedimientos necesarios y que no es posible lograrlo si la escuela no está preparada para ser lugar de actividad basada y orienta al  conocimiento y lugar de convivencia socializadora en  los valores de la democracia. No se puede tener a la sociedad como referente final de lo que acontece en la escuela si esta no es plenamente social en su vida y su pedagogía.

    De lo anterior resulta la importancia del currículo como el instrumento del que se sirve la escuela para promover el aprendizaje. Su pertinencia para los alumnos será fundamental y es lo que da valor a las actividades de medición y de evaluación. El Sistema Nacional de Evaluación requiere la capacidad de medir todos los aprendizajes promovidos por el currículo, pues de esa manera su conclusión sobre la calidad de la educación tendrá mayor significado o, mejor, tendrá el significado que la sociedad reclama.

    En conclusión, volvamos al texto del artículo tercero y a su complemento teórico y pedagógico, el artículo 7° de la Ley General de Educación y comprendamos sus consecuencias. A esta luz, es de esperarse que el Modelo Educativo reciba todo el sustento gubernamental y social necesario para su implementación. Dado que ha partido de la filosofía del artículo tercero, de su humanismo, como afirma el documento, será fundamental no perder de vista que se trata del desarrollo de toda persona.

  • La calidad de la educación: los términos de su ecuación. I

    La calidad de la educación: los términos de su ecuación. I

    Cuando la reforma del artículo tercero de la Constitución en la presente administración federal se ocupó formalmente, con una expresión textual, de establecer una concepción operativa de la calidad de la educación –ya lo hacía desde antes con la extensa y variada semántica de sus principios y valores-, pareció como si por fin esa cuestión quedara saldada y las disputas cesarían. No tendría que ser así y no fue el caso, pues la calidad de la educación está unida a una concepción del ser humano y de la sociedad, a una concepción del Estado y sus funciones.

    La afirmación del artículo de que “El Estado garantizará la calidad en la educación obligatoria de manera que los materiales y métodos educativos, la organización escolar, la infraestructura educativa y la idoneidad de los docentes y los directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de los educandos” (Párrafo 3) fue bien recibida en algunos ámbitos sociales, magisteriales y profesionales no porque resolviera un problema teórico sino porque establecía un criterio posible, razonable, para valorar la práctica educacional, la gestión del sistema educativo, en fin, las políticas educacionales. Eso de una parte, pero por otra, los opositores a la reforma juzgaron que esa precisión de la calidad era teóricamente débil, reduccionista, y lo hacían sin exponer una concepción del aprendizaje específica; sólo decían que la cuestión era más compleja, en lo cual tenían razón, pero no explicaban los elementos de la complejidad. En el mismo artículo tercero, su inciso d) de la fracción II, además de reiterar la idea de la calidad incorpora otra noción, la de “mejoramiento constante”, como base de aquélla.

    El hecho es que la calidad de la educación ya llevaba varios sexenios en que se había establecido como un paradigma valioso y útil para la elaboración de las políticas públicas y una de las configuraciones conceptuales más difundida era la que se ocupaba de identificar, diferenciar y relacionar sus dimensiones, entre las que se encuentran la eficacia, la eficiencia, la pertinencia y la relevancia.

    Otro enfoque, quizá menos conocido en el ámbito educativo y en el gubernamental, es el que propuso Katarina Tomasevski para que, con fundamento en el derecho a la educación, se establecieran indicadores de su realización. Su propuesta es conocida por el nombre de las 4A, pues los cuatro rasgos o cualidades del servicio educativo inician con la letra A, a saber: asequibilidad del servicio educativo, accesibilidad, aceptabilidad y adaptabilidad (Ver el trabajo de  la autora en: http://www.derechoshumanos.unlp.edu.ar/assets/files/documentos/indicadores-del-derecho-a-la-educacion.pdf). Existe una relación muy estrecha entre las cuatro A y las dimensiones de pertinencia y relevancia, quizá las cuestiones clave del enfoque de las dimensiones.

    La evaluación de la educación con el enfoque de derecho ya la ha asumido el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) desde su informe de 2010, y con este documento y otros que han seguido se muestra claramente la virtud o potencia del enfoque para medir y evaluar los avances en los servicios educativos y calibrar las carencias, es decir, los incumplimientos o rezagos en la realización del derecho a la educación.

    La reforma última del artículo tercero incorporó otro elemento relacionado con la calidad, el valor de la equidad en la educación. Lo hizo “Para garantizar la prestación de servicios educativos de calidad…” y creó para ello el Sistema Nacional de Evaluación Educativa, que confió al INEE. Este deberá, entre otras cosas, “Generar y difundir información y, con base en esta, emitir directrices que sean relevantes para contribuir a las decisiones tendientes a mejorar la calidad de la educación y su equidad, como factor esencial en la búsqueda de la igualdad social” (cursivas del autor).

    De nuevo es necesario advertir que también esta incorporación que hace el texto constitucional no era necesaria –aunque resulta buena-, pues ya era implícita al significado del derecho reconocido, es decir, si “toda persona tiene derecho a recibir educación”, nadie pretendería que el derecho fuese desigual o que sería correcto o justo que la personas recibieran servicios educativo diferentes en su calidad, pues eso negaría el derecho. En otros términos, la educación se ofrece con equidad y alcanza sus significados plenos en todas las personas, o no es tal; la educación es con equidad o no es. Se puede afirmar eso por una sencilla razón: la educación es la formación del ser humano, la actualización de su potencial.

    Es un gran adelanto el que dio nuestra Constitución, pues fortalece nuestro proyecto de nación basada en derechos, con las precisiones que ahora tiene el artículo tercero. De ahí a la realización; de ahí a la evaluación de los logros, hay un camino que debe recorrerse lo más pronto posible, pues lo contrario, la no realización o su realización lenta, hace que permanezca la injusticia educacional en la sociedad.

    Ante ello es importante que avance el sistema nacional de evaluación precisando los indicadores que habrá de medir, pues a mejor evaluación, mejores políticas para la educación, y con mejores políticas, un desarrollo social más justo.

    Se han hecho muchas reflexiones para destacar la trascendencia de la reforma constitucional de derechos humanos del 2011, pero es raro que se destaque lo relativo al artículo tercero. En forma parecida, las reformas al tercero en esta administración recibieron mucha atención por otras consecuencias, pero el hecho de que el reconocimiento del derecho a la educación esté acompañado de una referencia a las importantes cuestiones de la calidad y de la equidad y que además las vincule entre sí, es algo que debe alegrar, pues es un adelanto normativo de gran trascendencia que es preciso comprender y sostener social, política y pedagógicamente. Desde luego, todo ello requiere también el sostén financiero suficiente.

    Relacionado con los elementos precedentes es que se propone aquí la fórmula de una concepción de la calidad de la educación en los siguientes términos: CE = ae,  en donde CE significa calidad de la educación; a es el aprendizaje alcanzado y e representa la equidad. Se sigue entonces que la calidad de la educación es igual al aprendizaje, multiplicado por la equidad existente en el servicio educativo. De a y de e deben establecerse valores, índices que integren diversos elementos que configuran la equidad y sus condiciones.

    Es muy importante el aprendizaje, sin él no puede darse el desarrollo personal y social, el desarrollo económico, pero no basta. Por ejemplo, ¿se aprende todo lo concerniente a los derechos humanos? La equidad es un factor que pondera los aprendizajes observando y midiendo las condiciones sociales en que se ofrece la educación, observando las condiciones mismas del servicio educativo. En entregas posteriores se presentarán otros elementos para explicar los términos de la ecuación.

  • El cuidado del derecho a la educación

    El cuidado del derecho a la educación

    La Constitución de la República y los derechos humanos que ella reconoce son entidades socialmente dinámicas, están vinculadas de modo esencial a la vida de la comunidad política en la que son construidas y promulgadas. En tal dinámica, no todo está garantizado; quienes detentan el poder público tienen la obligación de cumplir la Constitución, de hacerla cumplir, lo que implica proteger los derechos humanos y castigar sus violaciones, pues tanto al interior del aparato de gobierno como de la sociedad existen intereses contrarios a ellos.

    El derecho a la educación (DEd) es uno de los que requieren cuidado específico ya que representa y resguarda la formación de los ciudadanos y, por ello, es una entrada al conocimiento, aprecio y vivencia del conjunto de los derechos. La protección y realización del DEd es, entonces, una expresión de lo que les ocurre a los otros, de ahí que sea muy importante conocer el estado en que se encuentran la educación y sus instituciones.

    Del 20 al 24 de noviembre pasado se llevó a cabo el XIV Congreso Nacional de Investigación Educativa en la ciudad de San Luis Potosí. En la conferencia inaugural, el Dr. Pablo Gentili ofreció una perspectiva fructífera de análisis de la educación en América Latina que ayuda a comprender las amenazas que vive el DEd. El punto de partida de su visión es el señalamiento de que existe una paradoja entre el desarrollo y la expansión de la educación pública orientada a lograr la educación universal, a realizar el DEd, por un lado, y por el otro, la presencia de una amenaza a la escuela pública y al mencionado derecho por parte del conservadurismo social. La amenaza se expresa en cinco tensiones u ofensivas que son enunciadas brevemente a continuación.

    La primera de ellas es que la expansión y la diferenciación institucional de la educación se han realizado con un tipo de crecimiento que no fortalece en su totalidad a los sistemas nacionales de educación sino que los segmenta beneficiando desigualmente a las clases sociales. La segunda ofensiva conservadora consiste en que la escuela pública no es vista o valorada como un bien común, como institución emancipadora, ya que la derecha pone resistencias a ese rol emancipador; lucha contra la escuela social, contra la república democrática.

    La tercera ofensiva, en realidad una consecuencia de las anteriores, consiste en la despolitización de la escuela, en una lucha contra su sentido liberador para reducirla a una mera función de escolarización, con lo cual no se cubre todo el DEd, reduciéndolo a que sea sólo derecho al aprendizaje, lo cual cosifica los saberes despojándolos de su potencial humanista y liberador y estandarizándolos como si todos los seres humanos necesitaran los mismos saberes; se ataca la diversidad de sociedades y culturas.

    La cuarta ofensiva consiste en que el esfuerzo político y social por llevar la escuela a todo el territorio nacional, no estuvo acompañado de lo que Gentili llama la territorialidad de la escuela, es decir, de su aprecio y respeto como institución social en cada lugar donde está asentada; la escuela ha ido perdiendo la confianza de la sociedad. Finalmente, la quinta amenaza se da en la tensión entre escuela y futuro: la escuela, en el proyecto de universalización, se vinculó a un futuro –y hoy estamos en ese futuro previsto-, justo, libre, democrático, pero no se logró. Hoy es necesario sostener la lucha por la igualdad de derechos. Hasta aquí las tensiones o amenazas.

    Desde luego, en cada sociedad nacional de la América Latina las cosas se presentan de manera específica, con mayor o menor énfasis en la fuerza y efecto de cada una de las amenazas.

    En México estamos viviendo un proceso de reforma de la educación que no ocurre en un solo escenario: en uno de ellos, algunos grupos sociales se opusieron y se oponen a la reforma porque consideran que es la continuidad de la amenaza a la educación pública que viene de decenios atrás, de las políticas calificadas de neoliberales. En otro escenario, existen grupos que consideran necesaria la reforma al tiempo que señalan sus limitaciones de concepción y de operación. En un tercer escenario –que no es el último de los que se han formado-, el gobierno federal defiende la reforma y la ha hecho avanzar con los medios de que dispone, pero sin cuidar de manera suficiente todas las garantías necesarias para realizar el DEd, entre las que se encuentran la reforma oportuna de las escuelas Normales y el apoyo suficiente y eficaz para que se desarrolle en todo su potencial la profesionalidad de los docentes. Esto implica salir del círculo de la culpabilización de éstos y fortalecer su imagen social y laboral y los apoyos para la realización de su tarea, exigiéndose simultáneamente el gobierno a sí mismo todo lo que a él corresponde en diversos ámbitos para atender el DEd.

    Es preciso recordar que la reforma de la educación surgió de los compromisos del Pacto por México. Ahí se puso el énfasis en la recuperación de la rectoría del Estado sobre el sistema educativo. La situación de México exige que tal rectoría se manifieste en la capacidad gubernamental de contrarrestar las amenazas u ofensivas contra la educación pública que identificó Gentili. Ese es el mayor compromiso, la mayor exigencia que hace la sociedad para progresar en la vida democrática.

    El DEd reconocido en el artículo tercero de la Constitución es muy claro en los principios y valores que deben guiar el trabajo de la escuela: respeto a los derechos humanos, justicia, democracia, “aprecio y respeto por la diversidad cultural”, dignidad de la persona, integridad de la familia, entre otros. Es momento de hacer una nueva lectura del artículo y acompañarla de otros artículos constitucionales, iniciando por el primero y sin olvidar el 25, que establece lo siguiente respecto al desarrollo nacional: “Corresponde al Estado la rectoría del desarrollo nacional para garantizar que éste sea integral y sustentable, que fortalezca la Soberanía de la Nación y su régimen democrático y que, mediante la competitividad, el fomento del crecimiento económico y el empleo y una más justa distribución del ingreso y la riqueza, permita el pleno ejercicio de la libertad y la dignidad de los individuos, grupos y clases sociales, cuya seguridad protege esta Constitución” (cursivas del autor).

    Es tiempo también, desde luego, de estar observando a los partidos políticos, pues se preparan para competir por la conducción del gobierno. Es fundamental saber qué conocimiento y aprecio tienen de la Constitución, pues el derecho a la educación, como todos los derechos, deben ser cuidados.

  • La educación ciudadana y la corrupción

    La educación ciudadana y la corrupción

    El componente de la reforma de la educación relativo a la formación ciudadana se topa de manera persistente con el problema de la corrupción gubernamental, fenómeno que pone a prueba de manera cotidiana la coherencia entre los objetivos de cambio en la formación de los ciudadanos, por un lado, y por el otro, la inconsistencia del aparato gubernamental en sus responsabilidades relativas al uso del dinero que la sociedad le entrega para las necesidades del Estado.

    Como si fuera una acción concertada, el mal de la corrupción va mostrando cómo tiene infectados programas, dependencias, empresas, proyectos, campañas políticas… Los responsables de que las cosas encuentren su vía de cambio resisten como en trinchera para que las instituciones del caso no terminen de establecerse –así, el sistema nacional anticorrupción-;  no realicen su tarea –la Fepade-  o no tengan al funcionario que es preciso designar –el fiscal general de la República-. Se ha creado un contraste muy notorio, en varios asuntos abismal, entre la prisa por acordar las reformas estructurales y la terrible lentitud o resistencia para acordar y poner en operación esta reforma estructural, que claramente es de naturaleza moral y que no es una más, sino la que daría credibilidad y sostenimiento político y social a todas las otras reformas.

    Si por la cuestión de la inseguridad y de la delincuencia se ha pensado que México se acerca a la condición de Estado fallido, el asunto de la corrupción muestra un Estado terriblemente desorganizado. No es una condición simple de desorden en la administración, sino una condición moral que parece que todo lo trastoca. Dos ejemplos llaman la atención: primero, un partido político, el del Trabajo, que ha recibido miles de millones de pesos para ofrecer servicios educativos, es decir, para una actividad que no le corresponde. El periódico El Norte publicó el 26 de octubre pasado que el partido había recibido en los últimos ocho años 4,162.8 millones de pesos. ¿Por qué ese dinero llegó ahí y no a la dependencia educativa correspondiente? Muchas personas sabían y saben de eso, ¿por qué se ha estado haciendo?

    El segundo ejemplo del desorden es el gasto en publicidad del gobierno federal: además de no proponerse acciones de austeridad, como lo prometió, en el 2016 hubo un sobre gasto de 257%, según datos de la Cuenta Pública que entrega la Secretaría de Hacienda (http://www.animalpolitico.com/2017/05/austeridad-gobierno-federal-triplica-gasto-publicidad/). Una de las dependencias excedidas fue la Presidencia de la República. Las preguntas llegan inmediatas: ¿por qué permite eso la Secretearía de Hacienda, que habla de manejo responsable del presupuesto?, ¿por qué el Congreso no actúa de acuerdo con sus facultades en este ramo? Bien dice la Auditoría Superior de la Federación que ante sus informes no se le hace caso, que necesita mayor autoridad para corregir los vicios.

    En paralelo, las escuelas deben formar ciudadanos respetuosos de la ley, con aprecio a las instituciones de México. En paralelo, al sobre gasto, a la educación y otros servicios sociales se les han recortado recursos. La gravedad del asunto está en que la corrupción no ocurre sólo en el uso de los recursos de la sociedad, en gastar un peso donde no estaba autorizado, sino que ello indica cómo los responsables de una y otra áreas del gobierno han corrompido las instituciones. La escuela, entonces, que se esfuerza por lograr la calidad que el gobierno y la sociedad le exigen, ha de trabajar presentando a los ciudadanos en formación unas instituciones desacreditadas; no la tienen fácil, porque sus alumnos no viven en el vacío social. La arquitectura institucional de la nación tiene fallas estructurales no debidas a un sismo terrenal sino a un sismo persistente de la administración pública.

    Primero se llenó el gobierno de contralorías y de órganos de fiscalización; luego vinieron los institutos de transparencia, las promesas de gasto responsable y de austeridad, todo ello antes y después de protestar cumplir y hacer cumplir la Constitución una y otra vez, aquí y allá. Lo que la sociedad ve que ocurre es que los intereses de grupos y el abuso del poder público dominan, desordenan, corrompen. Y lo de siempre: los partidos políticos y los que lucran en la política ven la paja en el ojo ajeno, y la viga en el propio, pues no.

    El documento Aprendizajes clave para la educación integral. Plan y programas de estudio para la educación básica (SEP, 2017) menciona 78 veces el término integral al exponer los planes y programas y explicar lo complejo de la formación; la educación integral y armónica es un mandado del artículo 3° constitucional. Afirma el documento mencionado que la reforma de la educación en curso “elevó a nivel constitucional la obligación del Estado Mexicano de mejorar la calidad y la equidad de la educación para que todos los estudiantes se formen integralmente –esta cualidad ya había sido fijada en la Constitución desde 1946-, y logren los aprendizajes que necesitan para desarrollar con éxito su proyecto de vida” (p. 13). Pues bien, esos estudiantes habrán de saber y comprender –porque no se les oculta a ellos ni a sus padres-, que su proyecto de vida se sitúa en un Estado desordenado, despilfarrador, con instituciones desacreditadas; quizá sus padres no las aprecian…

    Uno de los campos del plan de estudios es el de Formación cívica y ética, en el cual se pueden destacar estos tres objetivos: 1. Promover la cultura de paz, al mostrar sensibilidad ética y conciencia ciudadana ante situaciones de injusticia, y participar en la construcción de entornos inclusivos, respetuosos de la legalidad, justos y tolerantes, en los que los conflictos se solucionen de forma pacífica; 2. Valorar su pertenencia a un Estado democrático que garantiza la justicia mediante normas e instituciones y el respeto de los derechos humanos, los cuales regulan el ejercicio de la autoridad y las responsabilidades de la ciudadanía para participar activamente en los asuntos públicos, y 3. Participar en las decisiones y acciones para modificar su entorno escolar, el de la localidad y el del municipio de manera organizada, responsable, informada, crítica y comprometida, en favor del bienestar colectivo y en defensa de la dignidad humana (pp. 437 y 438).

    Esto es una parte de la formación y el Estado debe sostener esos objetivos. Sí, es claro, justo, urgente que el gobierno, en sus tres poderes y en sus tres niveles, debe reformarse.

     

  • La reforma educativa y sus paralelos

    La reforma educativa y sus paralelos

    La reforma educativa se gestó en un proceso electoral y ha entrado en otro cuyas características iniciales han creado un contexto difícil y delinean, además, un futuro inmediato con serias incertidumbres. Los tres partidos mayoritarios acordaron la reforma haciéndose cargo de una demanda social amplia y de un conjunto variado de informaciones que señalaban el estado crítico de la actividad fundamental de la sociedad: la formación de las nuevas generaciones de mexicanos. Ahora, esos tres partidos y todos los demás, deben mostrarle a la sociedad que en verdad actúan como entidades de interés público, que actúan con el tipo de ética propio de la democracia: una ética de la responsabilidad.

    Si bien ha sido un acierto de la administración del presidente Enrique Peña llegar a su término con un ciclo escolar de singular valor, el de 2018-2019, en el que se implementará de manera amplia el nuevo modelo educativo, ese futuro tiempo escolar está condicionado por lo que ocurra en tres entidades paralelas: el proceso electoral, los partidos y el gobierno. Son distintas las entidades, pero están unidas por variados vínculos, indisolubles.

    El proceso electoral, ya en marcha, debe ser ocasión para que la sociedad participe o, mejor, para que sea escuchada, para que sea vista con perspectiva de futuro de modo que al renovar 3,416 cargos de elección popular, según los datos del INE, todos ellos signifiquen la llegada de personas orientadas a resolver las necesidades de la sociedad, entre la que se encuentra la reforma de la educación, para que alcance las características y fines que la Constitución y la legislación establecen.

    Hasta ahora es muy obvio que la efervescencia política está dominada por la elección presidencial, pero ningún cargo es menor para la sociedad, tanto en sí mismo -cada cargo es una responsabilidad en el marco originario de la soberanía y de la forma republicana de gobierno-,  como por las conexiones que cada uno de ellos tiene en el sistema político en el sentido descendente y el ascendente de la estructura del gobierno.

    Los partidos políticos, en los cuales recae mucha de la responsabilidad del sentido de la elección, de su proceso y de sus resultados, lo que han mostrado hasta ahora en sus rutinas y disputas es cierto desvarío: en lo que sale a la luz pública como información, no puede encontrarse una certeza de que su eje de trabajo y prospección sea la Constitución federal. Muchas señales de su actividad apuntan directo al poder, pero sin un sentido programático que recoja las acumuladas necesidades sociales, tanto las que son  objeto de rezago como las propias de la coyuntura. Los partidos están obligados a mostrarle a la sociedad su compromiso constitucional y, anclado en ella, su compromiso de transformar el sistema político existente, pues ya es muy obvio que no sirve como está. Si se ve la Constitución como una organización de responsabilidades y al sistema político como la trama en la que aquéllas interactúan para alcanzar los fines de corto, mediano y largo plazos que son buenos para la vida social, queda claro que el dicho sistema, del cual los partidos son componentes muy importantes, no está siendo eficaz. Una elección con sentido constitucional es para los partidos su prueba de fuego y empieza con la preparación y selección de candidatos y candidatas idóneos para cada puesto. En específico, las dirigencias de los partidos deben actuar para que el proceso electoral culmine dándole soporte al desarrollo de la educación.

    El gobierno, la tercera entidad paralela a la reforma educativa, tiene como responsabilidad inmediata continuar estableciendo y fortaleciendo los medios para que la reforma educativa continúe su desenvolvimiento. Este proceso debe de ser de tal naturaleza que la siguiente administración encuentre una reforma perfectamente institucionalizada en todos sus componentes, de forma tal que le sea difícil afectarla negativamente y le sea fácil hacer los ajustes que sean requeridos, que idealmente deben ser mínimos y no sustantivos. El tiempo del proceso electoral es uno valiosísimo para la política educativa.

    Hay una obligación del gobierno con el proceso electoral que puede parecer paradójica, pero no lo es: está obligado a no intervenir; ese es su mayor servicio a la sociedad. Así como la educación, cada ramo de la administración, en el nivel federal y en el de los estados, necesita la paz y la energía social que da la democracia, la que es fuente de instituciones que son respetadas.

    Las acciones que ocurran en las tres entidades paralelas no son extrañas a la educación; a fin de cuentas, forman parte del proceso en el que los ciudadanos de toda edad aprendemos el sentido y los valores constitucionales de la vida pública. La escuela, en todos sus tipos y niveles, necesita acompañamiento, soporte y respeto de la sociedad y del sistema político. Así, el proceso electoral, los partidos y el gobierno, si tienen una vida institucional conforme a los principios constitucionales, serán fundamentales en la formación ciudadana.

  • La educación (en reforma) y el 2018

    La educación (en reforma) y el 2018

    De nueva cuenta, lo que debiera ser en esencia un acontecimiento que ofreciera conocimiento, valoración racional y objetiva del estado de la nación, y creación de certidumbre para todos los mexicanos, me refiero al informe de gobierno del presidente Enrique Peña, ha sido ocasión, en parte, para dar continuidad a la pugna política e introducir el miedo, la incertidumbre. Dijo el presidente en su mensaje que “la disyuntiva es muy clara: seguir construyendo para hacer de México una de las potencias mundiales del siglo 21 o ceder a un modelo del pasado que ya ha fracasado” (Reforma, 3 de septiembre de 2017: 1). La afirmación, aunque parece clara, no lo es, está encriptada. La disyuntiva tan categórica que menciona debe probarse y explicarse, tanto porque el país no es dicotómico y debe atender su futuro con los medios de la democracia, como por el hecho de que el partido en el gobierno tiene mucho que ver con el modelo fracasado.

    La disyuntiva está atravesada por el problema de la desigualdad social, económica y política que debe ser objeto de intensa atención y de transformación por parte de las políticas públicas para el desarrollo, como lo establece nuestra Constitución en su artículo 25: “Corresponde al Estado la rectoría del desarrollo nacional para garantizar que éste sea integral y sustentable, que fortalezca la Soberanía de la Nación y su régimen democrático y que, mediante la competitividad, el fomento del crecimiento económico y el empleo y una más justa distribución del ingreso y la riqueza, permita el pleno ejercicio de la libertad y la dignidad de los individuos, grupos y clases sociales, cuya seguridad protege esta Constitución”.

    Sobre ese tipo de desarrollo es pertinente destacar dos cosas con las que está relacionado. Primera, así, en su formulación constitucional -que debe complementarse con otros artículos como el 1 y el 26-, con su conjunto de rasgos y variables, no es el objeto primario o fundamental de las preocupaciones y de la acción del gobierno federal y sus múltiples ramificaciones en los Estados de la república. Si bien ha habido crecimiento o progreso en la atención a las necesidades sociales, el poder centralizado, con todos sus riesgos sociales y beneficios para pocos, es la disputa oculta en la disyuntiva; es el 2018 como objeto de contienda. El contexto político del informe, con la disputa por la Fiscalía General de la República en proceso, por ejemplo, así lo hace ver.

    La segunda cosa con la que está relacionado el desarrollo del cual el Estado debe ser garante, es la educación. Esta se encuentra en reforma, es decir, en un proceso de cambio del que ya hay señales positivas por la aplicación de las leyes que la fundaron, pero aún le falta una parte importante del camino y para recorrerlo necesita sobre todo instituciones gubernamentales y políticas estables, que construyan certidumbre de diversos tipos para la escuela: financiera, pedagógica, de gestión, de democracia. De todas las certidumbres son responsables los partidos y el gobierno en sus tres niveles; son responsables en diverso modo, pero confluyen por vía de los actores que llegan a elaborar e implementar las políticas públicas para la educación.

    No hay que olvidar que el núcleo de los fines de la educación que la reforma ha enarbolado estaba ahí antes de ella; la reforma es un proceso para garantizar el derecho a la educación que no fue descubierto por este gobierno.

    En la disputa política que se vive –el presidente del PAN hizo una declaración de guerra al PRI; se hace referencia a las oficinas de los partidos o a las oficinas de campaña como cuartos de guerra-, no sale a relucir de forma inmediata y prioritaria la Constitución como referencia clave para dirimir los medios que permitan atender las demandas sociales.

    Lo actores en las escuelas necesitan ver a los responsables del gobierno separados de los que aspiran a obtener el voto popular en el 2018, pues de otra manera, la contienda producirá efectos nocivos en la reforma de la educación.

    El reto del presidente Enrique Peña es trabajar para que sus palabras sean guía clara de su trabajo y de todos los que participan en el poder del gobierno por haber recibido un encargo público por el voto popular. Dijo el presidente que “… hacer política implica sumar a todos a favor del interés general” (Ibídem). Cada partido necesita descentrarse y volteara a la sociedad, a los ciudadanos.

    Tan importante para la sociedad es que el Estado recupere la rectoría de la educación y garantice este derecho, como dejar a la sociedad su facultad de decidir de manera informada, libre, consciente, a quiénes encargará los siguientes años del gobierno.

    En realidad se trata de dos cosas muy relacionadas, aunque estén separadas institucionalmente. Pero el gobierno de hoy debe ser capaz de que en cada tiempo y en cada institución –la educativa y la electoral-, los ciudadanos actúen con libertad y su dignidad sea respetada. De otra manera, ¿qué harán las escuelas?

  • La escuela, ¿es un campo aparte?

    La escuela, ¿es un campo aparte?

    El discurso escolar, en su aspecto sociológico general y en el cívico en particular, es inseparable del tiempo, tanto del cronológico como del social. Una de las formas en que se expresa esto es en la referencia siempre actualizada de que las generaciones que están en la escuela son los ciudadanos del futuro. Así, cada presente generacional es proyectado hacia delante con romanticismo, a veces con cierto misticismo nacionalista.

    Al observar nuestro presente, el que vivimos y que en varios aspectos padecemos con su conjunto de problemas sociales y políticos, y al observar también a los responsables del gobierno –todas aquellas y aquellos ciudadanos que al ser investidos de la autoridad pública que tienen prometieron cumplir y hacer cumplir la Constitución federal y las particulares de los Estados y las leyes de ambas derivadas-, es inevitable pensar que estos fueron hace años –siendo niños y niñas en la educación básica, o adolescentes y jóvenes en los siguientes tipos educativos-, los hombres y las mujeres de un futuro de México. La evidencia nos muestra que la proyección escolar, en muchos casos, no resultó acertada.

    El nuevo modelo educativo y el documento de los planes y programas de estudio que la SEP ha presentado recientemente, no olvidan hacer esa referencia a la relación presente-futuro, aunque ahora domina más el símbolo del siglo XXI como tiempo cambiante y desafiante. El secretario de Educación afirma, en la presentación de los nuevos planes de estudio, lo siguiente: “… tenemos la responsabilidad de preparar a nuestros hijos e hijas para que puedan afrontar el difícil momento histórico que están viviendo y logren realizarse plenamente. Estoy convencido de que el presente y el futuro de México están en los niños y jóvenes. Si logramos darles las herramientas que necesitan para triunfar, nuestro país será más próspero, justo y libre”; y agrega: “Para lograr este objetivo necesitamos una auténtica revolución de la educación. A lo largo del siglo XX, el sistema educativo hizo realidad su utopía fundacional, que era llevar un maestro y una escuela hasta el último rincón del país. Hoy tenemos que ser más ambiciosos y, además de garantizar el acceso a la educación, asegurar que esta sea de calidad y se convierta en una plataforma para que los niños, niñas y jóvenes de México triunfen en el siglo XXI. Debemos educar para la libertad y la creatividad” (p. 7).

    Sin duda es relevante el logro de las autoridades en el avance de la tríada formada por la reforma educativa-modelo educativo-planes y programas de estudio, pero la presentación de estos últimos ocurre en un momento de incertidumbre no del siglo XXI sino de nuestro tiempo social. El proyecto de formación es optimista, como debe serlo toda la educación, pero varios problemas conducen a la pregunta de si la educación es un campo aparte, o cómo logrará sus propósitos en un contexto problemático por cuestiones agravadas como la inseguridad que vivimos los ciudadanos, por la corrupción gubernamental, por el grave asunto del espionaje a líderes y comunicadores, por el crecimiento de la deuda pública y el de la pobreza, por las elecciones caracterizadas por la intervención indebida del gobierno, por un sistema político incapaz de culminar el proceso de integración del Sistema Nacional Anticorrupción, entre otras cuestiones que comprometen la legitimidad y la responsabilidad de los gobernantes.

    ¿Recibirá la escuela la atención y los recursos de toda naturaleza que requiere en un contexto así? La escuela actúa en el presente, pero su potencial de que la formación que ofrece trascienda positivamente hacia el futuro no se logra aislándola de ese contexto, sino cambiándolo con buen gobierno y ayudándole a realizar de modo eficaz su currículo.

    Uno de los elementos que van a exigir mucho esfuerzo y congruencia gubernamental es el de la autonomía curricular. Para ello son fundamentales algunas acciones:

    1. Que cada escuela –comprendida como comunidad educativa situada en una comunidad política-, sea un lugar en el que nadie impida comprender y vivir que el Estado y nuestra Constitución son un patrimonio social y que todos los derechos de todos los ciudadanos son la prioridad fundamental fuera y dentro de la escuela. Para cada estudiante, el artículo primero de la Constitución es el más básico aprendizaje; el más básico elemento de su socialización y de su identidad.
    2. Cada miembro de la comunidad educativa ha de comprender y vivir que la Ley es nuestro mayor bien social y que ningún gobierno –como institución- o gobernante –como individuo- tiene legitimidad ni calidad moral si no se identifica con ella y ordena toda su acción a cumplirla y hacerla cumplir.
    3. Por los dos elementos anteriores, es imprescindible que en cada escuela la formación social y cívica esté alimentada día a día con el conocimiento y valoración de lo que hace o deja de hacer el gobierno, de cómo usa los recursos públicos, de cómo administra la justicia, de cómo resuelve las necesidades cotidianas de la población y las de largo plazo. En otras palabras, que se use la información para juzgar si el gobernante está cumpliendo la Constitución. El gobierno debe transformarse; no da señales de querer hacerlo. La escuela debe formar para que los estudiantes exijan esa transformación desde ahora. Se trata de lograr una formación jurídico-política aplicada.
    4. La autonomía curricular exige, a su vez, que la política educativa abra realmente las puertas a la participación social por medio de los cuatro niveles que la ley ordena al respecto.
    5. Finalmente, la autonomía curricular demanda maestros y directivos libres de toda forma de control gubernamental o sindical. Si el objetivo es un país “más justo y libre”, unos de los indicadores básicos de ello es la libertad de los docentes y directivos. En otros términos: podremos creer que la escuela no es un campo aparte en la medida en que la sociedad vea que el Estado da a los docentes y directivos sustento pleno en su formación y trabajo.

    En otras palabras, la escuela no sólo no es un campo aparte, sino que su institucionalidad y su tarea pone a prueba a toda la estructura del gobierno. La escuela no es deudora del gobierno; al revés, el gobierno se debe a ella.

  • El derecho a la educación en riesgo… electoral

    El derecho a la educación en riesgo… electoral

    No se trata aquí de los riesgos del derecho a la educación considerados de forma común a propósito de las características insuficientes o inadecuadas de las políticas educativas, sino de uno que proviene de una actividad que debería aportarle al derecho certeza, sustento, garantía, como es el caso de la elección de autoridades, en particular las de gobernadores, de hace unos días.

    Ya había experimentado la sociedad mexicana la disolución del Pacto por México como señal de compromiso de los tres principales partidos políticos de que iban a poner las necesidades de la nación como objeto primordial de sus acciones; resuena en el pasado el tercer objetivo relativo a la educación: “que el Estado mexicano recupere la rectoría del sistema educativo nacional, manteniendo el principio de laicidad”. La mencionada recuperación requiere un Estado con instituciones fuertes, en todos sus ámbitos, incluida la electoral, una de las fuentes de legitimidad de la autoridad del gobernante.

    No obstante, de modo contradictorio, en las últimas elecciones estatales, sobre todo en la del estado de México, la actividad electoral disputó algo que rebasa el gobierno de ese estado: la lucha fue por el símbolo del poder de la elección presidencial del 2018, y en función de ello el partido en el gobierno sacó todas sus viejas maneras  -y algunas renovadas con tecnología- de comprar, cooptar y amedrentar el voto. Una primera pregunta: ¿cómo puede un gobierno que violenta los derechos políticos garantizar el de educación, que en sus principios contiene el de la democracia, principio que es un rasgo constitucional de la República? Dilapidan y burlan el esfuerzo de muchas generaciones de mexicanos.

    El candidato Alfredo del Mazo, en algún momento de su campaña, declaró: “De nuestro triunfo depende el futuro del priismo; depende el futuro de este País” (Reforma, 29 de mayo de 2017: 8, Nacional). Si la primera parte es ya una sobrevaloración, la segunda no encuentra ningún escenario de la realidad mexicana sobre el cual asentarse, a menos claro, que indicara la conciencia del daño que este partido hace al país, pero esta interpretación no es nada probable. Tal vez ni siquiera hubo traición del inconsciente, sino la expresión simple, perjudicial de la confusión de la nación con el partido.

    El PRI, inicia sus Estatutos declarando esto: “El Partido Revolucionario Institucional es un Partido político nacional, popular, democrático, progresista e incluyente, comprometido con las causas de la sociedad; los superiores intereses de la Nación; los principios de la Revolución Mexicana y sus contenidos ideológicos plasmados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que se inscribe en la corriente socialdemócrata de los Partidos políticos contemporáneos” (Artículo 1, http://pri.org.mx/SomosPRI/Documentos/Estatutos2014.pdf). No se mostró un organismo político democrático ni incluyente ocupado de los intereses de nación; no les reconoce superioridad política; tampoco se mostró, claro está, nada de socialdemocracia.

    Segunda pregunta: ¿para qué estas palabras si su acción las niega? Y buscando seguramente la exculpación, después de un proceso electoral en el que se sembró la  inequidad y discordia, se llama a la unidad, al trabajo para atender las necesidades de la sociedad, siendo una de ellas el respeto a los principios de la democracia, pero no teóricos, sino como están establecidos en la Constitución de la República. Se vive una contradicción lógica y práctica. Así pues, ¿por qué está en riesgo el derecho a la educación? Por varios motivos; indiquemos tres.

    1. Los derechos humanos son indivisibles, y estas formas de llegar al poder público  violentan esa unidad de sentido y de responsabilidad gubernamental. ¿Cómo garantizarán uno si violentan otro destruyéndole su objeto a garantizar: la expresión de la voluntad libre?
    2. Las autoridades ejecutivas de la federación y de los estados con gobierno priista y la autoridades electorales no resguardaron el derecho ciudadano y, desde luego, se deslegitimaron produciendo un daño a la vida social. No es responsabilidad de los poderes ejecutivos organizar ferias de servicios en tiempos preelectorales o actuar con inmediatismos para resolver necesidades de la población. Por el contrario, las autoridades  tienen una obligación constitucional que olvidan, promover el “desarrollo nacional para garantizar que éste sea integral y sustentable, que fortalezca la Soberanía de la Nación y su régimen democrático y que, mediante la competitividad, el fomento del crecimiento económico y el empleo y una más justa distribución del ingreso y la riqueza, permita el pleno ejercicio de la libertad y la dignidad de los individuos, grupos y clases sociales, cuya seguridad protege esta Constitución”. (Artículo 25 de la Constitución).
    3.  Con actuaciones que distorsionan los procesos electorales los gobiernos le quitan sustento a la reforma educativa, a su modelo, cuyo lema es Educar para la libertad y la creatividad. Si se pretendía reconocer la escuela al centro, será difícil, pues en las elecciones ponen en el centro el poder y este subordina a la escuela, busca el control de la sociedad, limitando o negando la libertad.

    Deben salir de su confusión moral; es esencial a los derechos considerar a cada persona humana como un fin en sí misma, jamás como un medio.

  • El modelo educativo: las otras condiciones

    El modelo educativo: las otras condiciones

    El Ejecutivo federal ha insistido, al presentar, defender y promover el modelo educativo, que una de sus características distintivas es la previsión de las condiciones para gestionar el nuevo currículo tanto de la educación básica como de la media superior. Eso está bien, sin duda, pero las que enuncia el documento “Propuesta curricular para la educación obligatoria 2016”, son insuficientes, porque pertenecen al ámbito mismo de la educación, como el liderazgo educativo o la cultura pedagógica. Esta, por cierto, es un nombre inadecuado, pues se trata en realidad de un objetivo de toda la reforma que podría enunciarse en términos de cambiar una cultura pedagógica anterior, juzgada obsoleta, por una nueva, actual, apreciada como indispensable.

    Entre las condiciones por atender se encuentran algunas como las siguientes:

    1. Situar el modelo educativo en la tradición de la política educativa, específicamente en la tradición legislativa, con realismo, es decir, sin la pretensión de que todo es nuevo. Por ejemplo, ante la cuestión del pensamiento crítico o la del sujeto autónomo, es importante recordar que la Ley Federal de Educación de 1973 establecía entre las finalidades de la educación la de “Vigorizar los hábitos intelectuales que permiten el análisis objetivo de la realidad (Artículo 5o, Fracc. X). Por su parte, la Ley General de Educación estableció en 1993 el siguiente fin, que subsiste hoy: “Favorecer el desarrollo de facultades para adquirir conocimientos, así como la capacidad de observación, análisis y reflexión críticos” (Artículo 7o, Fracc. II). Por este tema y otros, puede afirmarse que un problema de las políticas educativas y de su gestión ha sido el incumplimiento de la ley o, en otras palabras, la omisión de responsabilidad gubernamental. Bien puede afirmarse ahora, entonces, que un objetivo de la reforma y su modelo educativo es cumplir la ley. Además, al atender la tradición legislativa se respeta a la sociedad.
    2. Otra condición fundamental para el éxito de la reforma es el compromiso de los partidos políticos con su función constitucional. Dice nuestra Ley fundamental que aquéllos son “entidades de interés público” (Artículo 41, I), lo que significa que su acción está determinada por los principios constitucionales y, en consecuencia, mucho de lo que le ocurre a la educación depende y dependerá de los candidatos y candidatas que propongan estas entidades para las distintas responsabilidades del gobierno, sea en la rama ejecutiva o en la rama legislativa, tanto a nivel federal como estatal. Por ejemplo, de las cualidades políticas, morales y profesionales de quienes son responsables del gobierno depende el hecho de disponer de diagnósticos completos y confiables de las necesidades educativas de los ciudadanos y la sociedad, por un lado, y por el otro, de tales cualidades depende el adjudicar y hacer buen uso de los recursos presupuestales que la realización del derecho a la educación de los ciudadanos exige. ¿A quiénes y para qué fines proponen los partidos como candidatos en los diversos procesos electorales? Toda proposición debe estar orientada por la responsabilidad ante los derechos humanos de los mexicanos, la educación en este caso.
    3. Una tercera condición para el éxito del modelo educativo es meter la política al currículo. En el documento Propuesta curricular…, se enuncian diez rasgos del perfil de egreso de la educación básica, siendo el sexto el siguiente: “(El alumno) sabe acerca de los fenómenos del mundo natural y social. Lee y se informa sobre procesos sociales, económicos, financieros, científicos, tecnológicos, culturales y naturales de México y el mundo. Los interpreta y explica aplicando su conocimiento del progreso científico y los principios del escepticismo informado (¡sic!). Identifica y cuestiona los fanatismos y al tomar decisiones, individuales o colectivas, procura la equidad”. Este rasgo del perfil de egreso es sorprendente al menos por tres elementos: su redacción, su contenido y, principalmente, por la ausencia de los procesos políticos. ¿Por qué estos no están en el perfil? Es una omisión gravísima por dos motivos: primero, porque la sociedad mexicana tiene un proyecto de orden y convivencia establecido en su Constitución política y el conocimiento y aprecio de la misma es esencial para el conocimiento de la acción social y la acción política y para aplicar en ambos saberes el pensamiento crítico, tan caro al modelo educativo. Ello es primordial para otro rasgo del perfil de egreso: “Cultiva su formación ética y respeta la legalidad”. En segundo lugar, porque es claro en nuestro presente que la acción política es, paradójicamente, una de las grandes fuentes de la inestabilidad que observamos, vivimos y sufrimos. Póngase atención, por ejemplo, a las campañas políticas actuales y lo que les precedió, sobre todo en el Estado de México; a la acumulación de violaciones a los derechos humanos y su indigna acompañante, la impunidad; a la corrupción ilimitada del sistema político en el manejo de los dineros de la nación y la farsa teatral que el sistema organizó por $ 500,000 “entregados” a una candidata en Veracruz, que contrastan ilimitadamente con la danza de decenas de miles de millones de pesos robados, desviados, malgastados, sobre ejercidos…, y para los cuales la justicia no tiene respuesta o es lenta de modo calculado.

    En suma, sin los procesos políticos en el currículo, ¿a dónde conducirán los rasgos del perfil de egreso? Si “al cambiar el mundo, la educación también debe hacerlo” (Aurelio Nuño, en Propuesta curricular…, p. 7), ¿no debe cambiar la relación entre educación y política?, ¿no debe cambiar la política misma para que pueda cambiar la educación? Lo debe hacer porque la educación es la principal acción política que una sociedad emprende.