Educación Futura

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  • El déjà vu de la baja calidad en la educación superior mexicana

    El déjà vu de la baja calidad en la educación superior mexicana

    Eduardo Navarro*

    Es un hecho, el nuevo gobierno está lejos de hacer algo por mejorar la calidad de la educación superior mexicana, y parece que tendremos que irnos mentalizando a un panorama cada vez más complicado, pues no sólo son los fuertes recortes presupuestales a centros de investigación, la desconfianza y rechazo a las universidades públicas, y la aprobación de la reforma constitucional que hace obligatorio el nivel superior, sino que también hay problemas que se han arrastrado por años y otros que a ojos de muchos parecen ni siquiera ser problemas. Uno de ellos es el que tiene que ver con la calidad de la educación superior.

    Hace unos días, me topé con un artículo de Georgina Zerega de El País donde califica de “fantasmas” a las Universidades para el Bienestar Benito Juárez, dadas sus características precarias y su funcionamiento poco claro. En ese espacio, Georgina señala cómo en un santiamén comenzaron a operar 83 de 100 universidades con programas educativos diseñados a vapor y en instalaciones “provisionales”. El objetivo: dar cabida a los aspirantes que tienen pocas oportunidades de acceso a la educación superior, y con ello aumentar la cobertura educativa. Cero rechazados, dice AMLO.

    Pero esa relación ya la hemos discutido varios: no por abrir universidades y programas la cobertura va aumentar de manera automática, ni tampoco va a destrabarse el tan complejo problema del acceso a la educación superior. Incluso Alma Maldonado ha señalado que “los números más optimistas dicen que, si funcionaran a su máxima capacidad, no subiríamos la cobertura ni un 1%”, lo que realmente es una cifra muy pequeña para la diversidad de necesidades de acceso del sistema educativo mexicano. Pero aparte de eso, la realidad es que las 100 universidades nunca van a funcionar a su máxima capacidad. Lo sabemos. Y esto es porque la capacidad institucional de una universidad no depende de cuántos estudiantes quepan ahí, sino también de cuántos se logren retener a partir de la calidad de los programas, docentes e instalaciones, estrategias de mejora continua, etcétera. Justo lo que con mucho esfuerzo, historia y tradición han logrado muchas de las universidades públicas del país, las cuales han sido prácticamente marginadas de la “planeación” de la educación superior en este sexenio.

    ¿Pero cuál es el origen de las 100 Universidades para el Bienestar? Simple, son la evolución de las universidades de Morena; es decir, tienen más un origen político que académico y educativo, que se ha cubierto bajo el discurso de la apertura de oportunidades educativas sin tener resultados visibles, ni sobre su funcionamiento ni sobre su desempeño. Una vez más, es un proyecto opaco del que no sabemos casi nada. No por nada, desde varios sectores la crítica ha sido que tanto las universidades de Morena como las 100 universidades en la práctica parecen operar más como un mecanismo de proselitismo político que de educación superior. Y aunque muchos defiendan el proyecto a capa y espada, diciendo que no todas las instituciones de educación superior deben ser iguales y que hay que darles chance, la verdad es que las formas desde el origen han sido muy criticables.

    Recordemos que uno de los principales conflictos con las universidades Morena fue que siempre se mostraron renuentes a solicitar el Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios (RVOE), y esta vez las cosas no son tan diferentes pues la legalidad de las 100 universidades parece que estará amparada en un futuro decreto presidencial ad hoc y, aunque son instituciones públicas y no requerirán RVOE, no es muy claro cómo estarán constituidas legal y organizacionalmente, ni tampoco la manera en que dotarán de validez oficial a los estudios que imparten. Lo poco que sabemos lo hemos escuchado en Las Mañaneras de AMLO o en breves entrevistas a través de los medios, pero hasta el momento sigue sin haber un documento formal oficial que dé cuenta de los pormenores del proyecto, de su creación, financiación y lineamientos para operar, ni tampoco donde expliciten los mecanismos de ingreso, el perfil de los profesores o el diseño de los planes de estudio, aun cuando ya están en funcionamiento la mayoría de planteles, ya cuentan con un cuerpo docente de 459 profesores y, según eso, ya atienden a una matrícula de 7,575 estudiantes.

    Y es entonces cuando nos da una sensación de familiaridad, una sensación de haber vivido esto antes. Condiciones precarias, programas a vapor, establecimientos improvisados, dudosa calidad… ¡Por supuesto! Estamos hablando de las universidades patito, las mismas de las que hablaba Rodolfo Tuirán en 2011 cuando sentenciaba que “entre 70 y 80 por ciento de la matrícula de las instituciones de educación superior particulares cursa programas o carreras que no están reconocidos por su buena calidad”. Este problema tiene más de 20 años sin ser resuelto, y aún hoy en día podemos ver este tipo de instituciones por todos lados. Como sabemos, estas instituciones se caracterizan por ser de pésima calidad, regularmente son de costos bajos y medios, se concentran en la docencia a nivel licenciatura ofreciendo programas orientados hacia el sector de los servicios, y es común que operen en establecimientos que no son adecuados para la función educativa. Además, no hay un solo estado del país en donde no se haya hecho eco de al menos un fraude relacionado con la operación de estas instituciones.

    La persistencia del problema se ha atribuido a varias razones, que van desde una regulación laxa derivada de la postura “neoliberal” de los gobiernos anteriores, hasta que es el efecto colateral de las políticas orientadas a la contención de la oferta pública en carreras tradicionales. Sea como fuere, este segmento de la oferta privada se ha mantenido en constante crecimiento sin que el RVOE –aun con las modificaciones hechas en los años 2000 y 2017– le haya podido encontrar la llave a sus dinámicas expansivas. De esta manera, las universidades patito siguen causando malestar en el sistema educativo mexicano, sobre todo a aquellas poblaciones vulnerables, que son las mismas a las que están orientadas las Universidades para el Bienestar. Para darnos una idea del panorama, de acuerdo con datos de la ANUIES, en México el sector de instituciones privadas muy pequeñas (de entre 1 y 100 estudiantes inscritos) creció un 35% en los últimos cinco años, y hoy en día representan el 43% (856 instituciones) de la oferta privada total; de dicha cifra, el 71% cuenta con una oferta académica limitada de únicamente una o dos carreras, concentradas o en las áreas de Administración y Negocios, o en Ciencias Sociales y Derecho.

    Dadas esas características en ambos tipos de oferta educativa, la proliferación y persistencia del sector de universidades patito, así como la operación opaca del proyecto de las 100 Universidades para el Bienestar fomentan y agravan un problema que se encuentra en las raíces más profundas del sistema educativo mexicano: la conformación de circuitos de educación precaria. Este problema fue señalado por primera vez por Olac Fuentes al identificar aquel segmento de la educación mexicana que no cumple con las condiciones mínimas de operación, aquel que no cuenta con la capacidad institucional que permita ofrecer un servicio educativo de calidad. Los perjuicios que representa para los estudiantes transitar por este tipo de circuitos no son pocos, pues no sólo los ubica en desventaja frente a estudiantes que transitan en instituciones de mejor calidad (en términos de aprendizaje, posibilidades para continuar los estudios o para incorporarse al mercado laboral), sino también los somete a experiencias formativas y escolares de total incertidumbre.

    Los más afectados, por supuesto, son los sectores de la población más vulnerables en términos de capital cultural y económico, por ejemplo, aquellos estudiantes que han sido rechazados de las universidades públicas al no pasar los rigurosos procesos y exámenes de selección, pero que tampoco cuentan con el dinero suficiente para estudiar una carrera en alguna universidad privada prestigiosa, o bien aquellos provenientes de sectores históricamente marginados, principalmente las comunidades indígenas. Usualmente, estos estudiantes han transitado toda su vida educativa –desde la educación preescolar hasta la educación superior– en este tipo de circuitos de baja calidad, en programas que ofrecen bienes culturales vacíos de contenido, y que eventualmente no tienen ninguna utilidad social efectiva ni para ellos ni para el desarrollo social y económico del país.

    Los defensores del proyecto de las Universidades del Bienestar dirán que estamos exagerando, que vale la pena tomar el riesgo cuando lo que se intenta hacer es una “transformación” por el bienestar de la gente más vulnerable y que como buenos mexicanos deberíamos de apoyar este tipo de proyectos en lugar de cuestionarlos. No obstante, la realidad es que las universidades patito también se han conformado como oportunidades de acceso educativo para sectores de la población que han sido marginados de la educación superior –tales como los rechazados de las universidades públicas, personas de bajos recursos e incluso población indígena en algunos estados como Chiapas o Tabasco–, y aun así las hemos criticado hasta el cansancio durante más de dos décadas, justamente porque operan con baja calidad educativa, lucran con la educación y su aportación al desarrollo del país es muy cuestionable.

    Es por ello que con un contexto educativo como el de México, en el que hay tanto por hacer, la justificación de ningún proyecto deben ser las buenas intenciones, pues ya lo dice el conocido refrán “el infierno está lleno de ellas”. Al contrario, las políticas y proyectos educativos deben de ser resultado –al menos– de un trabajo diagnóstico profundo y una planeación bien pensada, que oriente las acciones hacia el alcance de objetivos claros, concretos y que puedan ser medibles, para después, si es necesario, reajustar a partir de las lecciones aprendidas. Parece ser que ese camino no está en las mentes de AMLO y su equipo, y con un panorama de “fantasmas”, “patitos” y “cuentos de hadas” –citando a Roberto Rodríguez– no podemos presumir que la educación superior en México tendrá un futuro muy prometedor en términos de calidad, al contrario, nos genera la inquietante sensación de que las cosas más bien caminan hacia atrás, esta vez no sólo de la mano del sector privado más precario, sino amparadas en un proyecto educativo de carácter público.

    *EDUARDO NAVARRO MEZA es Maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede académica de México (FLACSO-México) y cuenta con una Especialización en Sociología de la Educación Superior por la Universidad Autónoma Metropolitana. Fue ganador del premio ANUIES 2017 a la mejor tesis de maestría, y durante 2017-2018 se desempeñó como Jefe de análisis de políticas y programas en la Dirección General de Directrices para la Mejora de la Educación del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE). Actualmente, cursa el programa doctoral Educational Policy and Leadership en University at Albany-State University of New York, y es miembro de The Program for Research on Private Higher Education (PROPHE).

     

    enavarromeza@albany.edu

    edson.navarro@flacso.edu.mx

  • El RVOE y la expansión del sector privado en zonas no metropolitanas. Una mirada desde Chiapas

    El RVOE y la expansión del sector privado en zonas no metropolitanas. Una mirada desde Chiapas

    Eduardo Navarro Meza*

    1402247_revoeaprovadoDesde finales de los años ochenta1 hemos presenciado la rápida expansión del sector privado en la educación superior. La educación superior privada ha experimentado un crecimiento de más del doble en lo que va del siglo XXI –concentrando actualmente al 33% de la matrícula de educación superior total del país–. De hecho, siete de cada 10 instituciones de educación superior en México pertenecen al sector privado. Pero uno de los fenómenos más importantes de los últimos 15 años de la oferta privada es el relacionado con la nueva tendencia de regionalización y dispersión territorial de la oferta educativa, caracterizada por rebasar los límites de las ciudades y expandirse hacia las zonas no metropolitanas de los estados.

    Esta incipiente expansión hacia zonas no metropolitanas tiene al menos dos implicaciones de importancia que permiten (re)pensar los efectos del sector privado y el papel que juega en la configuración de los sistemas estatales de educación superior. Por un lado, aporta elementos para abordar con mayor consistencia el asunto de la regulación del sector privado, específicamente lo relacionado con aquellos vacíos en la implementación del Reconocimiento de Validez Oficial de Estudios (RVOE). Y por otro, da cuenta de la “plasticidad” y dinamismo del sector privado, que ya no se limita a la diferenciación o la competencia, sino que se extiende a la conformación de agendas institucionales con objetivos más particulares, muchas veces estructurados a partir de intereses políticos y lucrativos.

    La importancia del RVOE radica en que es el único dispositivo dentro de los entornos regulatorios de las instituciones privadas que permite explicar la expansión del sector desde una perspectiva de acción pública; es decir, el RVOE es la única acción emprendida desde el gobierno que precisa lineamientos para la creación y funcionamiento de las instituciones, y que si no fuera por su existencia el entorno regulatorio de la educación superior privada sería de un completo vacío institucional. Se ha sostenido que desafortunadamente el RVOE no ha tenido efectos contundentes sobre la expansión del sector privado, y mucho menos sobre la calidad de las instituciones. Inclusive, se ha llegado a argumentar que el RVOE no es más que el reflejo de que el gobierno ha desregulado abiertamente al sector privado de la educación superior, y que su postura de “no acción” ha incidido de manera importante en el crecimiento exponencial de instituciones. La verdad es que todos los cambios que ha experimentado la educación superior privada en su trayectoria histórica se han dado sin un cambio sustancial en los esquemas regulatorios, y por tanto la intervención gubernamental ha sido poco eficaz.

    Desde nuestra perspectiva, los poco eficientes resultados del RVOE para promover la calidad y frenar la expansión indiscriminada de instituciones se deben principalmente a dos razones: primero, a que no es un instrumento diseñado para observar la “función universitaria” en esencia y que tampoco contempla los procesos de enseñanza-aprendizaje, sino que únicamente se limita a atender la cuestión operativa. Por ello, la obtención del reconocimiento puede representar un primer paso en cuanto la acreditación legal de las instituciones, pero el aseguramiento de la calidad no se da con el mero proceso de autorización.

    Segundo, el RVOE es un instrumento desarticulado de una política pública formal; a pesar de que su implementación se ha asociado al problema público de la calidad, en sentido estricto no está anclado en los objetivos y estrategias diseñados para la resolución de dicho problema. La realidad es que la expansión de la educación superior privada nunca ha sido definida ni tratada como un problema público propiamente dicho que parta de un diagnóstico claro, hecho que no permite plantear objetivos claros ni estrategias estructuradas con respecto a qué se quiere resolver.

    Por otro lado, la creciente dispersión de la oferta privada hacia zonas no metropolitanas, ha significado la emergencia de instituciones privadas que ven en los territorios alejados de las ciudades un espacio estratégico para la operacionalización de agendas institucionales específicas, regularmente configuradas con base en intereses de carácter político o económico y, muchas veces, orientadas a la consecución de fines institucionales que poco o nada tienen que ver con aquellos objetivos expresos de la educación superior, tales como la formación de profesionistas, el lucro económico y la ampliación y preservación de grupos de interés. Si bien la emergencia de este tipo de instituciones puede representar la apertura de oportunidades de acceso para sectores de la población que tienen posibilidades limitadas o que han permanecido “marginados” de la educación superior, también pueden llegar a representar un fraude con el ofrecimiento de programas de contenidos educativos deficientes o, incluso, hasta podrían constituirse como negocios de lavado de dinero dada la escasa supervisión gubernamental.

    Llama la atención que en Chiapas –uno de los estados de la república con mayores índices de pobreza, así como uno de los que presentan mayor diversidad cultural y religiosa– el sector privado sea el de mayor peso específico en la educación superior local; de acuerdo con datos de la ANUIES, en 2014-2015 Chiapas se posicionó como el único estado del país con mayoría de matrícula privada y mayor número de instituciones privadas, a la vez que la presencia del sector privado en las zonas no metropolitanas del estado ha aumentado en casi 15 veces desde el año 2000. Este crecimiento no metropolitano se ha caracterizado por el surgimiento de instituciones aisladas, creadas en municipios donde no existe oferta de educación superior adicional (ni pública ni privada) –regularmente mono o bidisciplinares–, que atienden a no más de 500 estudiantes y que no son planteles descentralizados de otras instituciones de mayor tamaño, sino que su origen es especialmente no metropolitano. Actualmente, existen 46 instituciones privadas no metropolitanas en Chiapas, cifra que representa un 40% de la oferta privada local, destacando el hecho de que en dichas zonas se ofrecen un total de 371 programas con RVOE, de los cuales un 85% se encuentran bajo la modalidad de otorgamiento estatal.

    Es importante el hecho de que los RVOEs no metropolitanos en el estado estén siendo otorgados mayoritariamente por la autoridad local, ya que aporta elementos para (re)pensar tanto en los mecanismos de otorgamiento por parte de las autoridades (discrecionalidades o laxitudes) como en los factores decisionales que contemplan las instituciones (cercanía o costos) y que están incidiendo en la creación de instituciones con características tan peculiares, y que apegándonos en sentido estricto a lo estipulado en el Acuerdo 279, no estarían cumpliendo con los requisitos de operación que el propio RVOE exige.jara-sep

    Ciertamente, no se puede pensar en el dinamismo de la educación superior privada sin hacer alusión a las acciones de gobierno orientadas a la atención y regulación del sector, y es por ello que hoy más que nunca es necesario reorientar la discusión sobre las especificidades de los esquemas regulatorios que enmarcan el comportamiento del sector privado. Urge el diseño de un marco regulatorio que esté a la par de las rápidas transformaciones y las nuevas tendencias de la oferta privada, y en el que se contemplen aspectos que históricamente han estado fuera de la discusión, en este caso, las características locales y regionales del desarrollo de la educación privada. Porque tal como lo dijera Roberto Rodríguez, hoy las cosas son más complejas y no es lo mismo tratar con un puñado de universidades que con un panorama institucional ampliamente heterogéneo que tiene la capacidad de “mutar” en el tiempo y el espacio.

    Eduardo Navarro Meza es maestro en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales-México.


    1  El presente texto se basa en la siguiente investigación: Navarro Meza, Eduardo (2016). Las políticas de educación superior en México y la oferta privada en zonas no metropolitanas. Tesis de Maestría en Ciencias Sociales: Flacso-México. Publicado originalmente en revista Nexos