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  • La medición de la cobertura de la educación media superior: instrumentos y supuestos subyacentes

    La medición de la cobertura de la educación media superior: instrumentos y supuestos subyacentes

    DESERCION DE BACHILLERES

    *Rodolfo Tuirán

    Esta nota es una réplica a otra, publicada en este mismo espacio la semana pasada por el Dr. Patricio Solís—investigador de El Colegio de México— sobre la medición de la cobertura de la educación media superior (EMS). La nota que originó este debate, publicada en el periódico Reforma el 24 de agosto, recogía opiniones de varios investigadores, expresadas en un foro organizado por el Senado de la República, entre ellos las del Dr. Solís,quien sostuvo en esa oportunidad que el indicador de cobertura de este nivel educativo era de 57% y no de 82%, como afirma la SEP.

    El título de aquella nota: “Corrigen cifra de cobertura” era incorrecto, pues no se corregía cifra alguna (más bien se empleaba un indicador diferente —la tasa neta de escolarización— para medir la cobertura). Ese indicador, propuesto como medida alterna, no es el único disponible ni necesariamente el más adecuado.

    En mi respuesta, publicada en el mismo diario el 27 de agosto, señalé que los avances en materia de matrícula y cobertura de la EMS en el país estaban fuera de toda duda, cualquiera que fuese el indicador utilizado. Dije que la matrícula total en este nivel educativo creció entre 2012 y 2016 en más de un millón de estudiantes (al pasar de 4 millones 443 mil a 5 millones 484 mil estudiantes), lo que significa un aumento en la tasa bruta de cobertura de 16.1 puntos (de 65.9 a 82%) en ese periodo. Este crecimiento en la tasa bruta representa el doble de lo logrado en la administración anterior y el equivalente a lo alcanzado entre 2001 y 2012. Sostuve con esta evolución que la meta de cobertura total formulada por el Plan Nacional de Desarrollo había sido superada en los primeros cuatro años de la actual administración.

    El Dr. Solís, en su nota la semana pasada, en este mismo espacio, reconoce que estos avances son efectivamente verificables. También acepta que la tasa bruta de escolarización no es un indicador de uso reciente, sino que ha sido empleado históricamente por la SEP para medir la cobertura, aunque agregó que “disponer de una serie histórica no es razón suficiente para continuar utilizando cualquier medida”. Sin embargo, Solís pasa por alto un hecho esencial. Es obligación de las dependencias de la Administración Pública Federal observar lo que establecen los principales instrumentos de planeación (Plan Nacional de Desarrollo y Programa Sectorial de Educación) formulados al inicio de cada administración sexenal. Estos instrumentos determinan, entre otros aspectos, qué indicador debe ser utilizado para medir la cobertura de la EMS y qué metas seguir, con el fin de valorar su grado de cumplimiento a lo largo del sexenio. También hay razones normativas y prácticas en todo proceso de planeación y evaluación periódica que impiden sustituir un indicador por otro durante cada administración sexenal. Eso no excluye la posibilidad de que —al iniciar la siguiente administración— puedan ser propuestos otros indicadores para medir la cobertura.

    Sobre los indicadores

    Comparto con Solís que los diferentes indicadores disponibles para medir la cobertura de la EMS tienen fortalezas y limitaciones. La tasa bruta es un indicador que utiliza información de fácil recolección e interpretación y ha sido de uso amplio, incluso con fines de comparación internacional. Es un indicador que mide, de forma general, el acceso a dicho nivel. Tiene la virtud de tomar en cuenta a todos los alumnos matriculados (de las diversas edades) y muestra de manera nítida que la matrícula en este nivel educativo equivale a una cierta proporción de los jóvenes en edad típica (de 15 a 17 años).

    Solís dice que el problema fundamental de la tasa bruta es que “el numerador es inconsistente con el denominador, pues incluye personas en edades que no son consideradas en el segundo”, lo que incorporaría un efecto de sobreestimación del grado en que la población es atendida por el sistema educativo. Siendo un especialista en temas de “curso de vida”, Solís sabe que, en países como México, una proporción considerable de las personas no se adhiere en su trayectoria educativa a la edad típica para cursar el bachillerato u otros niveles (el fenómeno de la extraedad). En este nivel, alrededor de una de cada cuatro personas (23.7%) está en esa situación (según datos provenientes del Formato 911).

    Teniendo en cuenta esta característica de la tasa bruta, Solís propone recurrir al empleo de la tasa neta de escolarización, la cual excluye del numerador a cerca de un millón 300 mil estudiantes que se encuentran fuera de la edad típica. Al hacerlo, se abandona la posibilidad de medir el avance total relativo en las oportunidades educativas. Así, Solís dice que, con este indicador, la cobertura de la EMS en el ciclo 2016-2017 se reduce a 57%. Al respecto, conviene aclarar que la tasa neta, medida con datos de la estadística oficial, no es de 57%, como dice Solís, sino de 62.5% en el ciclo arriba indicado.

    La adopción de la tasa neta no resuelve el problema de medición de la cobertura, pues su uso tiene una implicación relevante: incluye en el denominador al universo de jóvenes de 15 a 17 años, pero no todos pueden incorporarse a la EMS, ya que no cumplen el requisito de haber terminado la educación básica. Al respecto, recuérdese que —de acuerdo con la Encuesta Intercensal 2015— más de un millón 222 mil jóvenes en esas edades aún asiste a la educación básica y alrededor de 752 mil abandonó la escuela antes de concluir la secundaria, lo que en conjunto equivale a cerca del 30 por ciento de este grupo de población. Así, con el movimiento sugerido por el Dr. Solís de cambiar la tasa bruta por la tasa neta, se incorporaría ahora un efecto de subestimación, inherente al denominador de la tasa.

    Para intentar salvar esta objeción y sostener la conclusión de que la tasa neta arroja cifras “que se apegan más a la realidad de la cobertura” de la EMS en el país, Solís formula tres objeciones a las críticas formuladas y al uso de medidas alternas de cobertura condicionales:

    (1) La capacidad de cada nivel educativo debe evaluarse en forma integral. Esto  significa que, de acuerdo con Solís, una tasa que no incluya en el denominador a todas las personas de 15 a 17 años —independientemente si se encuentran en los niveles educativos previos o ya abandonaron la escuela— omite considerar las deficiencias y cuellos de botella de los niveles previos. Esta objeción pone más énfasis en una evaluación integral del sistema educativo y en las aspiraciones sociales en torno a la educación, antes que en la medición de la cobertura del nivel medio superior, que es el objeto central de este debate. Dichas dimensiones se hallan en otro plano, hecho que por cierto no evaden ni la SEP o el INEE, como lo demuestran la serie de tasas y otros índices que conforman el sistema de indicadores educativos.

    (2) Solís sostiene que la adopción de indicadores condicionales a la terminación del nivel anterior impulsaría inadvertidamente una noción de “universalidad excluyente”, pues remueve del denominador a quienes aún no han concluido la educación básica. Al respecto, debe recordarse que la reforma constitucional de 2012 es la que estableció el deber del Estado de ofrecer un lugar para cursar la EMS “a quien teniendo la edad típica hubiera concluido la educación básica”, lo que sugiere la necesidad de tomar en cuenta esos elementos para acotar el denominador (la población efectivamente elegible) y medir más adecuadamente la cobertura. Si ésta se estima mediante una tasa cuyo numerador considera a los jóvenes que cumplen con las dos condiciones establecidas por el mandato constitucional (la edad típica y el antecedente académico), además de asistir a la escuela en este nivel educativo, y en el denominador a quienes únicamente  cumplen con las dos condiciones arriba señaladas, entonces el valor generado a partir de los datos de la Encuesta Intercensal 2015 es de casi 76%, muy cercano al nivel de la tasa bruta en ese año (78.7.%).

    (3) Finalmente, Solís sostiene que la tasa neta integra, en sólo un indicador sintético, la elegibilidad, la absorción y la continuidad en la EMS. Debido a estos rasgos, dice Solís, la tasa neta cuenta con cualidades técnicas y conceptuales superiores a la tasa bruta. Sin embargo, esas cualidades, sujetas a debate, tampoco ayudan a resolver el efecto de subestimación ya mencionado. Quizá por ello, en muchas naciones desarrolladas, con sistemas educativos más consolidados que el mexicano, el valor de la tasa neta está claramente por debajo de 100%, como es el caso de Dinamarca (64.2%), Estados Unidos (79.4%) y Francia (87.9%), por sólo citar algunos ejemplos.

    En mi opinión, la disyuntiva no necesariamente estriba en utilizar una u otra medida, sino verlas como indicadores complementarios y eventualmente valorar en el futuro otros indicadores, como una tasa neta condicional de cobertura (para considerar el efecto de subestimación en la tasa neta o de sobreestimación en la tasa bruta). Para realizar esta tarea, el Dr. Solís propone formar un comité técnico de especialistas. Al respecto, conviene recordar que las normas vigentes confieren esa atribución a la SEP y al INEE en sus respectivos ámbitos de competencia. De cualquier forma, las instituciones con mandato normativo para realizar esta tarea, que cuentan con profesionistas especializados, de alto rigor técnico, tienen la responsabilidad no sólo de seguir procedimientos robustos, sino también de mantener un diálogo permanente con los especialistas para contar con indicadores adecuados.

    *Rodolfo Tuirán es Subsecretario de Educación Media Superior de la Secretaria de Educación Pública (SEP).

    Texto publicado originalmente en el Blog de Educación de Nexos

  • ¿Tasa bruta, tasa neta, o medidas alternativas? El problema de medir la cobertura de la educación media superior

    ¿Tasa bruta, tasa neta, o medidas alternativas? El problema de medir la cobertura de la educación media superior

    prepa DF

    El pasado 23 de agosto, el Senado de la República organizó el foro “Educación para el desarrollo sostenible: la reforma necesaria”. Ahí realicé una presentaciónen la que sostuve que las cifras utilizadas por la SEP, basadas en la tasa bruta de cobertura (“Tasa bruta”) sobreestiman los niveles de cobertura en la educación media superior (EMS); también señalé que, utilizando cifras que se apegan más a la realidad de la cobertura de la EMS en el país, el objetivo de alcanzar la cobertura universal en 2021 parece inalcanzable.

    Unos días después —el pasado domingo 27 de agosto— el periódico Reforma publicó una entrevista al Dr. Rodolfo Tuirán, Subsecretario de Educación Media Superior, en la que el Dr. Tuirán hace una defensa de los avances en materia de cobertura de EMS y del uso de la tasa bruta como medida de cobertura. Con el afán de contribuir a un debate constructivo sobre este tema, en este espacio discuto algunos de los problemas y limitaciones que tiene el uso de la tasa bruta, la ventaja de medidas alternativas como la Tasa Neta de Cobertura (“tasa neta”) y la necesidad de avanzar hacia la integración de un comité técnico de medición de la cobertura educativa, que elabore medidas más certeras y apropiadas con el aval de la academia y las instituciones públicas involucradas.

    Es importante reconocer como punto de partida que el Dr. Tuirán tiene razón al señalar que en los últimos años se han presentado avances importantes y verificables en la cobertura de la Educación Media Superior (EMS) en el país. También es cierto que la tasa bruta es un indicador que ha sido utilizado históricamente por la SEP para medir la cobertura, no sólo en EMS, sino en todos los niveles educativos. No obstante, el disponer de una serie histórica no es razón suficiente para continuar utilizando cualquier medida, especialmente si ésta presenta problemas conceptuales y técnicos serios.

    La tasa bruta en la EMS se calcula al dividir el número de personas matriculadas en este nivel en determinado año calendario entre la población en las “edades típicas” para asistir a este nivel educativo (frecuentemente definidas como el rango 15-17 años, aunque a veces se usan otros cortes de edades). El problema técnico fundamental de la tasa bruta es que el numerador es inconsistente con el denominador, pues el primero incluye personas en edades que no son consideradas en el segundo (quizás menores a 15 años, pero sobre todo mayores a 17). Por tanto, si lo que pretendemos medir es la proporción de jóvenes que teniendo la edad típica para asistir a la EMS efectivamente lo hacen, la tasa bruta presenta sistemáticamente un sesgo de sobreestimación.

    La tasa neta intenta resolver este sesgo, restringiendo el numerador a los jóvenes que asisten a la EMS en el mismo rango de edades considerado en el denominador. Es un índice que presenta mayor consistencia entre numerador y denominador y refleja de manera más precisa lo que pretende medir.

    Así, si usamos la tasa neta, podemos afirmar que en 2016 el 57% de los jóvenes entre 15 y 17 años se matricularon en la EMS. La tasa bruta, en cambio, se sitúa en 82%, pero ¿qué nos dice este porcentaje? ¿Nos dice que 82% de los jóvenes de una cohorte determinada asisten a la EMS en 2016? No, porque el numerador incluye múltiples cohortes; de hecho, al comparar la tasa neta y la tasa bruta, podemos deducir que cerca de 30% de las personas consideradas como población con cobertura en la tasa bruta en realidad no formaban parte del grupo de referencia definido en el denominador, sino que son personas de mayor edad, pertenecientes a otras cohortes.

    El Dr. Tuirán también señala que la tasa neta presenta cierto truncamiento, ya que algunos de los jóvenes entre 15 y 17 años no inscritos en 2016 podrían ingresar posteriormente a este nivel. Aunque esto es técnicamente correcto, cabe hacer dos precisiones: a) que los jóvenes asistan a la EMS en las edades “típicas” debe ser parte de los objetivos de la cobertura, pues esto evita que la falta de acceso oportuno a la EMS se convierta posteriormente en un problema de rezago; en este sentido, restringir el rango de edades en el numerador a los 15-17 años hace de la tasa neta un buen indicador de cobertura oportuna y de la posibilidad de que los estudiantes continúen posteriormente en el sistema (en la educación superior) en las edades más idóneas; y b) el problema del truncamiento no se resuelve agregando a quienes tienen mayores edades sólo en el numerador, ya que esto deriva en los problemas de inconsistencia de la tasa bruta ya señalados. En cualquier caso, se deberían proponer medidas de cohorte alternativas.

    Por otra parte, un aspecto que también es preocupante es la segunda crítica que hace Rodolfo Tuirán a la tasa neta (crítica que, por cierto, también se aplica a la tasa bruta), de que es una medida de “cobertura etérea” en tanto incluye en el denominador a jóvenes que no terminaron la secundaria y por tanto no están en posibilidad de cursar la educación media superior. Reproduzco la cita textual que aparece en Reforma: “Un índice lo que debe de medir es la capacidad que tiene el sistema educativo para asimilar a quienes teniendo la edad y la condición esencial, en este caso la secundaria, buscan ingresar a la educación media superior, ese debería ser el propósito de la cobertura, no una cobertura etérea”.

    Es comprensible que, desde una perspectiva programática y sectorial, la Subsecretaría de Educación Media Superior deba concentrar sus esfuerzos en la población elegible, ya que el problema de la eficiencia terminal de la educación secundaria le corresponde a la Subsecretaría de Educación Básica. Lo que parece más cuestionable es que se sugiera que las medidas de cobertura para cada nivel educativo deberían ser condicionales a la terminación del nivel previo. Para esto existen al menos tres objeciones:

    1. La “capacidad que tiene cada sistema educativo” debe evaluarse en forma integral, considerando los cuellos de botella que imponen las deficiencias en un nivel (en este caso la secundaria) en el nivel siguiente (la media superior).

    2. La sugerencia de adoptar medidas de cobertura condicionales a la terminación del nivel previo impulsa, quizás inadvertidamente, una noción de universalidad a la que paradójicamente podríamos denominar como “excluyente”, ya que bajo este supuesto se podrían alcanzar coberturas de 100% excluyendo a amplios sectores de la población. Por cierto, esta “universalidad excluyente” se refleja en la meta de cobertura universal en la EMS tal como la define el decreto publicado en 2012 en el Diario Oficial de la Federación, que restringe la obligación al Estado de otorgar un lugar en la EMS al grupo que “teniendo la edad típica hubiera concluido la educación básica”. Actualmente cerca de 20% de los jóvenes en “la edad típica” del país no han concluido la educación secundaria; ellos están excluidos de esta forma tan peculiar de definir el acceso “universal”.

    3. Una medida como la tasa neta tiene su principal virtud (y quizás también su mayor defecto) en integrar en un solo indicador sintético la elegibilidad, la absorción y la continuidad en la EMS. Ya se ha definido un índice de acceso restringido a quienes tienen la secundaria (se le conoce como “Tasa de absorción”) y tiene otras funciones; no sustituye a las medidas resumen de cobertura.

    En síntesis, podríamos concluir que tanto la tasa bruta como la neta tienen problemas en común que las hacen aproximaciones burdas a la medición de la cobertura; no obstante, ante la disyuntiva de utilizar una u otra medida, la tasa neta tiene cualidades conceptuales y técnicas superiores, aunque nos presenta un panorama mucho menos optimista del camino que es necesario recorrer en los próximos años para alcanzar la meta de la cobertura universal y nos hace ver que los logros recientes, aunque sin duda importantes, son insuficientes.

    Finalmente, como expliqué en mi presentación del día 23 de agosto en el Senado, lo ideal sería avanzar en el diseño de medidas que identifiquen los tres componentes de la cobertura (elegibilidad, absorción y continuidad) y resuelvan los problemas de las fuentes de datos utilizadas para calcular la tasa bruta y neta.1 Así como lo hemos hecho ya dos veces con la metodología para la medición de la pobreza en los últimos 20 años, es necesario desarrollar ejercicios metodológicos que nos permitan lograr un amplio consenso técnico y político sobre las medidas de cobertura educativa y sus componentes. Este esfuerzo debería ser encabezado por la comunidad académica, a través de un comité técnico integrado por especialistas en el que tuvieran participación —pero no el voto decisivo— la SEP, el INEE e INEGI.

    Patricio Solís es profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.


    1 Un esfuerzo inicial en esta dirección, en el que defino el acceso a la EMS como el producto de la elegibilidad y la absorción y utilizo las encuestas nacionales de hogares de INEGI, produce un nivel de acceso de alrededor de 68%, es decir, menor a la tasa bruta pero mayor a la tasa neta.

  • No son “obcecados”, son “persistentes”; que la SEP mande mensajes claros: Imanol Ordorika

    No son “obcecados”, son “persistentes”; que la SEP mande mensajes claros: Imanol Ordorika

    El  término “rechazados”, utilizado ampliamente cuando es época de exámenes de ingreso a la educación superior es visto desde las universidades como un vicio de los medios de comunicación; incluso, el debate se ha agudizado a raíz de dos nuevos términos relacionados con los “rechazados”, empleados por el subsecretario de Educación Superior, Fernando Serrano Migallón, quien ha señalado de forma insistente que los jóvenes que se quedan sin un lugar en las principales casas de estudio de la zona metropolitana, son “obcecados” y “empecinados”.

    Frente a esta posición, en la mesa redonda “Oferta y demanda de Educación Superior en México”, el investigador Imanol Ordorika detalló que en el país, el “acceso a la obcecación”, presenta un sesgo generalizado donde son los jóvenes con mayores recursos económicos y una persistencia más vivaz, los que insisten en presentar el examen de admisión –a la UNAM, en medicina, ejemplificó- hasta nueve veces (o más); al mismo tiempo resaltó que, después de presentar por quinta vez dicho examen de admisión, se duplican las posibilidades de ser aceptado por la máxima casa de estudios.

    Se sabe, por ejemplo, que año con año más 100 mil jóvenes quedan fuera del sistema educativo en su nivel superior, aún teniendo la edad, las credenciales y el entusiasmo para acceder; no obstante el dato no se puede precisar, ya que las autoridades educativas no tienen estadísticas al respecto, lo cual para Ordorika, resulta absurdo, pues “existe la CURP, hay computadoras”, destacó.

    La justificación que han dado las autoridades al respecto es que ya que los jóvenes presentan exámenes para varias casas de estudio (UNAM, UAM, IPN), no se sabe en realidad cual es la “matricula de rechazados”, o sin acceso.

    Incluso, se ha llegado a proponer desde la actual dirección de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) que estas tres casas de estudio sincronicen sus exámenes de admisión en un mismo día y a una misma hora.

    En el evento, realizado en el Colegio de México, estaba prevista la participación de Serrano Migallón, no obstante canceló su participación a la mesa, y en su lugar asistió Salvador Malo, director general de Educación Superior Universitaria de la Subsecretaría de Educación Superior (SES) de la SEP.

    Ordorika reconoció que hay lugares dentro de la educación superior que no están siendo ocupados por los jóvenes, porque no les interesa ocupar ese espacio, y no les interesa porque es evidente una diferencia en la calidad de los estudios ofertados entre las principales casas de estudio, hoy saturadas, y la oferta de tecnológicos claramente impulsada por las administraciones anteriores y por la actual.

    Aunque advirtió que no encuentra “mala onda”, en el Subsecretario de Educación  Superior al afirmar que los jóvenes son “obcecados” o “empecinados” por querer estudiar una carrera determinada en una escuela especifica, Ordorika, llamó a que alguien en la SEP, emita un claro mensaje a la juventud mexicana para que “estén claros que la mayoría de ustedes no puede entrar a la UNAM, por favor piénsenlo, hagan el calculo… lo que el Subsecretario quizá está tratando de decir es que, hay un fenómeno que esta ocurriendo que no debería ocurrir, porque hay gente que ni siquiera debería de tratar. ¿Cómo dice uno eso socialmente y, a quién se le dice, sin correr el riesgo de equivocarse?”, cuestionó el académico de El Colmex.

    Rechazados no son importantes para el país

    “Los desequilibrios entre la oferta y la demanda de la Educación Superior (ES) son importantes a nivel local e institucional… no creo que sean tan importantes a nivel nacional”, señaló Salvador Malo en esta mesa de análisis.

    En cambio, mayor importancia tienen la baja demanda de ES en ciertos estados, la ineficacia y poca pertinencia de este nivel de estudios, su “enfoque obsoleto… y las actitudes de rechazo ante la innovación educativa y el cambio”, aseguró Salvador Malo, en el encuentro organizado por Manuel Gil Antón, investigador de El Colmex y director académico de Educación Futura.

    Mayor relevancia tienen también contemplar que en México, “hay más jóvenes que dejan la educación a los 15 años que los que siguen en el sistema educativo”, sugirió Malo, el problema de los rechazados, es más “un distractor que un problema serio”, acotó.

    Los desequilibrios entre oferta y demanda en ES, lo que en opinión de Malo, produce el fenómeno de los rechazados, “son fuente de inequidades, frustraciones y rencores” y se deben a: “ las desigualdades institucionales y regionales, la falta de coordinación entre los actores e interesados en la ES (públicos y privados), y la carencia de información oportuna para los estudiantes”, enumeró.

    Planear Educación Superior, un sueño guajiro

    Invitado a esta mesa de diálogo, el investigador Roberto Rodríguez señaló que hacer una planeación nacional de la Educación Superior, es un sueño guajiro, “la planeación de la cobertura municipal de este nivel académico es lo más viable”, señaló.

    Para ello, puso como ejemplo los Mochis, Sinaloa, cabecera del municipio de Ahome, donde la cobertura en Educación Superior es cercana a 70 por ciento, lo cual sucede sin que tenga una universidad como sí sucede con la capital del estado, es decir, Culiacán.

    Lo que sucede es que si bien en los Mochis no hay universidad, si hay sedes de algunas de ellas, y es su combinación lo que deja como saldo una cobertura tan amplia, el promedio de cobertura a nivel nacional es cercano a 3 por ciento.

    En los Mochis hay sedes de la Universidad de Occidente, de la Universidad de Sinaloa (UAS) y un tecnológico; entre estas casas de estudio se ponen de acuerdo para  no ser reiterativos con la oferta educativa, de tal forma que cada una ofrece una orientación académica y la cobertura alcanza estos altos porcentajes, lamentablemente, lo que le ha funcionado a este municipio del país, no es viable para el resto de las regiones, por lo cual es necesario hacer una planeación a nivel local si se quiere mejorar el servicio de este nivel educativo, sugirió Roberto Rodríguez.

    Hemos dejado que el mercado resuelva las cosas

    Hemos dejado que el mercado resuelva la empleabilidad de los jóvenes pero el mercado resuelve muy mal, resaltó en el evento el economista José Blanco, al apuntar que las carreras más demandadas, son al mismo tiempo las que presentan mayor índice de desempleo entre profesionistas.

    Administración, Arquitectura, Derecho, Sistemas computacionales, Medicina, Contaduría, son de las áreas de estudio de más alta demanda a la vez que son las que generan mayor numero de rechazados, ocupan un gran espacio en el mercado laboral, pero al mismo tiempo son las de más alto numero de egresados que no encuentran trabajo, pero se tiene la esperanza  en que son las profesiones que alcanzan la mayor remuneración económica, señaló José Blanco.

    No es la demanda la que decide en el mercado los productos que se incorporan, quien manda es la oferta, pero esto no lo hemos sabido hacer en la Educación Superior; “la oferta educativa para ser planeada no necesita ir a preguntar que  necesitan los empresarios”, aseguró categórico el economista.

    Más estudiantes tienen que exigir mejor educación

    En su oportunidad, el académico Patricio Solís señaló que más que llamarles tercos u obcecados a los jóvenes aspirantes, se tendría que fomentar el que estos estudiantes “se propongan altas expectativas”, ya que parte del problema radica en las bajas expectativas de los jóvenes.

    La desigualdad nacional dota de recursos diferenciados para competir por un recurso escaso como la Educación Superior, por ello los sectores menos favorecidos del país aspiran en menor medida a cursar este nivel de estudios en las principales universidades del país.