Roberto Rodríguez Gómez
En Guanajuato se celebró, la semana pasada, la decimosegunda edición del Congreso Nacional de Investigación Educativa (CNIE). Coincidió con el vigésimo aniversario de la fundación del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), órgano promotor y coordinador del CNIE, así como con la presentación de los Estados del Conocimiento, también bajo la responsabilidad del Consejo, que reflejan las vertientes y resultados de la investigación durante la primera década del siglo.
En esta ocasión la organización del CNIE presentó desafíos de enorme complejidad. El primero, combinar la realización simultánea de cuatro eventos: el Congreso en su formato tradicional (ponencias, conferencias, talleres, carteles, conversaciones y presentaciones de libros), la presentación de los Estados del Conocimiento, el Encuentro Nacional de Estudiantes de Posgrado en Educación, y las sesiones de una reunión especial de la Asociación Mundial de Investigación Educativa (WERA), de la que COMIE es parte. Además, una feria del libro, y las reuniones formales del Consejo.
Por primera vez los CNIE se convocó a la presentación de ponencias en torno a un tema general: “Aportes y reflexiones de la investigación para la equidad y la mejora educativas”, y se organizaron las mesas por niveles: sistema educativo en su conjunto, educación inicial y básica, educación media superior, educación superior, posgrado y desarrollo del conocimiento, educación continua y otras alfabetizaciones, y educación en espacios no escolares. Esta estructura temática difiere de la adoptada en otras ocasiones que giraba, fundamentalmente, en torno a las áreas temáticas y disciplinares que se cultivan en la comunidad de investigadores educativos.
La sola realización de un acto académico de la magnitud del CNIE —más de un millar de presentaciones y una concurrencia superior a tres mil asistentes— merece un amplio reconocimiento. El generoso y profesional trabajo de los organizadores, desde aquellos con responsabilidades ejecutivas hasta quienes colaboraron en tareas básicas de la operación, posibilitó realizar exitosamente el Congreso. Trabajo titánico que no hubiera sido posible sin la responsabilidad asumida, con toda seriedad y compromiso, de cada uno de los participantes. Conviene hacerlo notar: la preparación del CNIE implicó más de un año de trabajo de decenas de académicos.
Varios problemas complicados fueron felizmente resueltos. Un ejemplo: para cumplir el compromiso de editar y tener listos los tomos de Estados del Conocimiento la directiva del COMIE fue respaldada por la ANUIES. El COMIE puso los contenidos, la ANUIES el patrocinio, pero el trabajo de edición propiamente dicho corrió a cargo de la Dirección de Medios Editoriales de la ANUIES, que pudo resolver el compromiso en tiempo récord para tener listos los libros en el escenario del Congreso.
La celebración del CNIE, con la complejidad ya apuntada, hizo evidentes las mayores fortalezas del COMIE: su alta capacidad de liderazgo y convocatoria, sus mejores facultades para la organización y coordinación del trabajo, y sobre todo refrendó el cumplimento de su propósito original y de mayor alcance: promover la investigación educativa dentro de los estándares científicos de calidad. Eso, que ni qué.
Retos y oportunidades
También los hay y sería miopía no reconocerlos. Uno muy principal apunta a la problemática de las condiciones de reproducción de la comunidad de investigación educativa como tal, así como a un perceptible fenómeno de brecha generacional. Con notable sensibilidad el COMIE abrió, desde hace varios años, un espacio para la expresión de académicos en formación: los estudiantes de posgrado cuyo trabajo de investigación está centrado en temas educativos. En el marco del Congreso se llevó a cabo el Encuentro Nacional que responde a ese propósito, y cuya dinámica consiste en que los estudiantes presentan avances y éstos son comentados por investigadores consolidados. Suele ocurrir, y ello es muy sano, que los estudiantes traen consigo los temas más novedosos, las metodologías de nueva generación y los resultados más prometedores para hacer avanzar las áreas de conocimiento en la materia.
Pero ¿cuáles son las perspectivas de inserción académica de quienes hoy participan en estos posgrados? Para empezar son pocas, si se piensa en función del número de nuevas plazas en las universidades y centros de investigación dedicados al tema. Es lamentable porque se está formando una generación que tiene los conocimientos, las competencias, el interés y las mejores condiciones para renovar la planta de investigadores en funciones: cuadros que deberían ocupar pronto las posiciones que mantenemos quienes nos hemos dedicado a ello por décadas. Y no parece haber soluciones o salidas inmediatas para ello. Hay que poner el dedo en el renglón, subrayar su importancia en todos los ambientes, y sobre todo insistir en la necesidad de abrir paso a la nueva generación. Si no logramos respuesta puede ocurrir, ya está sucediendo, que nos quedemos sin reemplazo, y ello es grave, fatal, para que una comunidad que ha mostrado extraordinarias condiciones de auto organización pierda opciones de continuidad.
¿Y la relación del COMIE con las autoridades educativas? Ocurre hasta hoy en los espacios y ritmos de la coyuntura. Ha sido exitosa si se toma en cuenta la legitimidad ganada por el organismo como voz autorizada en la temática. Pero hace falta superar la fase en que los apoyos, que el Consejo siempre requiere, ocurran por relaciones personales. Ojalá llegue el día en que la investigación educativa, y dentro de ella los organismos que la promueven, sea una prioridad real de la política sectorial y no dependa de la voluntad de los funcionarios en turno ¿se debería incluir el tema en la Ley General de Educación? Creo que sí, al menos debería abrirse la discusión al respecto.
UNAM. Instituto de Investigaciones Sociales