Qué difícil es ser maestro
cuando el alma enseña
y las manos escriben apuradas
formatos que nadie lee,
como botellas lanzadas
a un mar sin orilla.
Nos piden el trabajo para ayer,
como si el tiempo fuera plastilina,
como si la vocación pudiera
curar el insomnio
y la injusticia de los días.
Las aulas son jardines que esperan,
pero nos atan a escritorios
con cadenas de papel.
Nos exigen sembrar,
pero nos quitan la tierra,
nos roban el agua
y nos niegan el sol.
¿Quién recoge las flores del informe?
¿Quién escucha el murmullo del aula
cuando el ruido de los sellos lo ahoga todo?
Qué difícil es ser docente
cuando el que manda
no camina entre niños,
sino entre escritorios fríos
y calendarios sin alma.
¿A quién le lloras cuando duele la escuela?
¿A quién le gritas cuando todo pesa?
Nos dejaron solos,
como faros en la niebla,
guiando barcos que no saben
que también estamos a punto de naufragar.
El salario es una semilla
que apenas da para una flor,
pero la vida nos pide
un campo entero.
Nos llaman pilar,
nos dicen guías,
pero nos tratan como piezas
de una máquina oxidada,
donde lo humano
se archiva en carpetas digitales.
Y mientras nosotros nos reinventamos,
ellos siguen siendo sombras
que no cambian de forma,
que no entienden que el aula
ya no es una jaula.
Qué difícil es ser maestro
cuando todo se espera del corazón
y se ignora que también sangra.
Sí, hay vocación.
Sí, hay amor.
Pero también hay cansancio
y un silencio que grita.
Ser maestro hoy
es escribir con tiza sobre agua,
es sembrar en medio del viento,
es amar lo imposible,
con la esperanza de que un día,
una sola flor cambie el mundo.
Victor Hugo Ayala
