Parece que se adelantaron. No llevamos registro de cuándo vimos la primera el año pasado. Depende de nuestra mirada, el rumbo de la ciudad o la cercanía a la que sea más nuestra. Llegaron y vuelven a insistir, con su presencia, que la vida sigue y seguirá. La esperanza persiste, a pesar de todo y de tanto. Las jacarandas.
Hace un año acompañaron a la enorme marcha de las mujeres imitando el color de sus pañoletas. Caminaban con legítimo coraje y las acompañaron con la voz de sus colores. Era 8 de marzo. El 9, lunes, ocurrió el paro. Cimbraron todo.
El caudal del provenir visto con su mirada, se topó con un dique invisible más fuere que el concreto: el bicho que ha matado en demasía, que en el retorno a las casas propició en no pocos casos un retroceso porque las estructuras de la desigualdad son muy sólidas (aunque estén cuarteadas), y al virus de la pandemia se entretejió la epidemia de la sobrecarga de labores y afrentas – madres, maestras, cuidadoras, aisladas y sujetas con más amarres a la maldita violencia.
Hoy las jacarandas anuncian la posibilidad de un camino a la anormalidad, al quiebre de la anterior normalidad cristalizada, dizque natural, de la inequidad de género, la inaudita desigualdad social que se refleja, y profundiza, la inclusión segmentada a la oportunidad de aprender en las escuelas. De la pandemia, por sí sola, no se generará algo diferente a lo anterior en materia de equidad. La peste ahonda las barrancas sociales.
La construcción de una anormalidad, derivada de desenterrar lo naturalizado como invariante, implica organizar, reorganizar, retomar movimientos de resistencia y creatividad en muy diversas zonas de la vida social, y de la relación con nuestra tierra: ya no más la visión de los recursos naturales como insumos que no nos incluyan.
Volver a las calles, a los salones, al trabajo para, desde ahí, salir a demoler lo afirmado como muro indestructible. Regresar a la misma escuela por sus coordenadas espaciales, pero no en su ubicación antigua, sino como proyecto en que quepa más el proceso de aprendizaje como práctica de la libertad: lo que Freyre supo ver. Y que ocurre diario, a pesar de los esfuerzos de la SEP para que todo suceda, estéril, como suponen que su poder empresarial consigue.
Las jacarandas retoñan, pero nunca son iguales, porque brotan para que les pongamos sentido y proyecto a su florecer. Se muestran para que la mirada alumbre el rumbo de nuestras penurias y sus colores nos impulsen a poner puentes en despeñaderos, caminos en veredas rotas, ilusión donde se ha adueñado de nuestros ojos la tristeza.
Si la actual transformación que se nombra así antes de ocurrir quiere ser tal, no lo será sin el impulso de las mujeres, con la decisión en sus manos para decidir cómo, ni ajena a un proyecto educativo que tenga contenido y retos, que sea capaz de escuchar al magisterio vivo y enderece lo enchuecado: no pedir al magisterio que apoye a la SEP: necesitamos que haya en la SEP la voluntad para apoyar al magisterio en todos sus contextos, en la diversidad de escuelas, en la apertura a que broten, jacarandas, diferentes proyectos para aprender a vivir de otra manera entre nosotras, con la naturaleza de la que somos parte, con el conocimiento que apasiona porque conduce a preguntar, no a ser eco de las voces del poder.
¿Ya chole? No señor: basta de eludir sus compromisos. Es un crimen tirar las flores de las jacarandas con una escoba, y lo es más tumbar la expectativa de un cambio necesario. ¿Ya chole? ¡Chale!
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de
El Colegio de México.
@ManuelGilAnton