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Academia y realidad: El diálogo continúa

A raíz de mi artículo, ¿Somos lo que investigamos? (varios lectores me escribieron para hacerme algunas observaciones. En correspondencia a su atenta y crítica lectura, quisiera ahora responder y aclarar algunos puntos sobre la idea de ligar la existencia con el trabajo académico.

Como esperaba, lo que más atrajo la atención fue la falta de correspondencia entre lo que públicamente expresamos los académicos y lo que en verdad hacemos. Pero esta incongruencia, bien lo hicieron notar los colegas, es más visible en aquellos investigadores que elegimos estudiar temas como el de la equidad, igualdad, justicia, democracia o valores. Hay, por el contrario, casos en que es muy difícil demostrar lo que soy por medio de lo que investigo y esta dificultad la ejemplifica con ingenio una colega al preguntarme por twitter: ¿[a poco] “los que estudian la antimateria tienen crisis de identidad?”.

La aclaración anterior nos pone a reflexionar sobre cuál es el nivel de responsabilidad y ética del investigador social en comparación con otro tipo de científicos cuyas áreas de especialización no los exponen a caer en tantas y tan frecuentes contradicciones. Quizás al elegir un tema de investigación como la justicia o la equidad nos allegamos —de manera inexorable— de una responsabilidad con el otro, la cual es fácilmente observable y verificable. Al actuar mostramos esa ética o responsabilidad.

En este tenor, otro amigo afirma que “nuestras acciones muestran, de mejor manera, lo que en realidad somos” y sentencia que “a la larga, terminaremos pensando como actuamos, o actuando como pensamos”. Este destacado especialista educativo va más allá y con su conocimiento de distintas cosas me cuenta que Jesús, refiriéndose a sus “adversarios políticos”, los fariseos, célebres por su hipocrecía, aconsejaba: haced lo que os dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen. Quizá, remata mi amigo-lector, “es de sabios la capacidad de trascender el mal ejemplo”.

Como vemos, hasta aquí hemos repasado dos puntos que no consideré en mi anterior entrega. Primero, que no en todos los casos podemos verificar las incongruencias de los investigadores, y segundo, parece que nuestras acciones nos revelan y dan a conocer mejor o en mayor grado de lo que podemos expresar en una conferencia o en un artículo publicado. Aunado a esto, hay otro punto que quisiera mencionar y que gracias al diálogo con los lectores de Campus pude formular.

¿Por qué los académicos caemos en tantas incongruencias si supuestamente hemos aprendido —y quizás hasta enseñado— un código científico? Una experimentada colega en temas de historia y género me comentó que la vida diaria es muy compleja y que muchas veces las “cargas culturales” pesan demasiado frente a nuestros encuadres teóricos; pero esto no significa, aclara, que dejemos de lado la conciencia para tratar de ser congruentes. Con sensatez, esta profesora piensa que una cosa es un “desliz” en nuestro comportamiento como académicos y otra muy diferente es la “mentira sistemática”, pues ello, dice, implica una intencionalidad y esto sí marca una escisión entre el ser académico y el ser personal.

Otra posible respuesta a la pregunta de por qué el académico está tan expuesto a ser contradictorio —y perder credibilidad— tiene que ver con la pretensión de caminar los terrenos de la política y llegar a privilegiar esa actividad por sobre el código intelectual. Recordemos que Ruy Pérez Tamayo, el eminente miembro del Colegio Nacional, afirma que la mentira “es evitable y está proscrita en la ciencia”, pero no en otras actividades humanas como la política. Entonces, ¿bajo qué circunstancias el académico debe actuar más como un político que como un trabador del intelecto? ¿Qué formas toma el poder dentro de la academia que nos empuja a apartarnos de nuestra función primordial? Creo que estas preguntas son más adecuadas que sugerir que existe por un lado, el “científico” y por el otro, el “político”. Al final del cuentas, la existencia humana es plural, compleja y sujeta a nuestros propios razonamientos, crítica y conciencia. La academia se alimenta de realidad.

Twitter: @flores_crespo

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