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Andante con brío: la Cátedra de Pablo Latapí

Juan Carlos Yáñez Velazco

La semana pasada tuve el privilegio de participar en la primera mesa de la XV Cátedra Pablo Latapí, que organiza el sistema de universidades jesuitas para honrar al ilustre fundador de la investigación educativa mexicana. La tertulia intelectual es ocasión para repensar las realidades a partir de los conceptos de don Pablo, en un eje temático elegido por los organizadores, esta vez, el “académico comprometido”, una de las facetas que dibujan con más brillantez la trayectoria vital y profesional de Latapí.

La ocasión fue personalmente especial. Por el honor de la invitación, la sede (ITESO), la calidad de los convocados y la presencia en la misma mesa de otra educadora excepcional, Sylvia Schmelkes, a quien tuve la fortuna de conocer gracias a don Pablo, cuando recibió la primera de dos condecoraciones por parte de la Universidad de Colima: Maestro Universitario Distinguido (1996) y Doctor Honoris Causa (2008).

A continuación, comparto un pasaje de mis intervenciones.

Don Pablo: intelectual comprometido
En El nuevo Barnum, el escritor italiano Alessandro Baricco recuerda con pesar el fallecimiento de Umberto Eco y lo describe como intelectual con palabras emotivas:
“era el más grande. Lo era en un deporte muy especial, que a muchas personas puede parecerles un lujo tan aburrido como el polo y que, en cambio, puede ser encantador, y lo digo sin vergüenza: ejercer de intelectuales. Como tal vez algunos hayan olvidado las reglas, se las recuerdo: se gana cuando se entiende, explica o nombra el mundo. Fin. Periódicamente, a ese deporte llega alguien que no se limita a jugar divinamente: esos entran en el campo, juegan y, cuando salen, el campo ya no es el mismo. No me refiero a que lo hayan estropeado: me refiero a que nadie antes había pensado en utilizarlo de esa manera, nadie había visto antes esas trayectorias, esa velocidad, esa táctica, esa ligereza, esa precisión. Vuelven a los vestuarios y dejan tras de sí un deporte que ya no es el mismo… Son fenómenos y haberlos visto jugar se considera, siempre y en cualquier caso, un privilegio. Eco era uno de ellos…”.

Don Pablo era otro de esos seres humanos estelares. En efecto, en las canchas donde jugó puso su huella honda y persistente: como creador del Centro de Estudios Educativos, formador de investigadores, articulista, organizador desde la sociedad civil, asesor de secretarios, escritor, investigador… Todos estos campos, después de que vieron pasar a Pablo Latapí, no fueron iguales. Su obra escrita es testimonio genuino. Lo es, por ejemplo, su libro “Andante con brío. Memoria de mis interacciones con los secretarios de Educación (1963-2006)”.

El título es confesión: el intelectual es un andante con brío, uno que admite, como Paulo Freire, que el mundo no es, que está siendo, y que no puede someterse por la parálisis de un mundo desencantado; que precisa de moverse con fuerza, con alegría, con brío.

Un intelectual es eso: un sujeto brioso, incompleto (que, por lo tanto, sigue buscando), inconforme (que, al reconocerlo, sigue tratando de mejorarse y a su mundo) e inconcluso (no se asume como concluido).

La intelectualidad es una misión de vida. Un faro en tiempos de incertidumbre, que provoca preguntas y descubre rutas de esperanza. Jamás un oráculo, como aconsejaba con certeza Umberto Eco.

Los caminos que abrió Pablo Latapí y los puentes que ideó entre la investigación educativa y las políticas públicas son tareas inconclusas. Él puso cimientos, a otros toca persevar en el empeño, con rigor intelectual, profundidad ética y una saludable dosis de pasión por el oficio.

La cátedra vital de figuras como la reconocida es cada vez más indispensable. Su luminosa presencia crece con el tiempo y nos desafía al compromiso social, al de contribuir en las distintas dimensiones de la cada vez más urgente tarea de educar más y mejor a millones de niños, adolescentes y adultos mexicanos.

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