Aprender a leer y a escribir en tiempos de COVID-19

María Luisa Díaz González*

Juan tiene seis años ocho meses, cursa el primer grado de educación primaria y el pasado 19 de marzo salió muy contento de la escuela, como todos los días, sin saber que no volvería a ver a sus compañeros en este ciclo escolar y está esperando ansioso el reencuentro con ellos.

Durante la cuarentena he mantenido una comunicación permanente con la mamá de Juan. Ella y su esposo están muy preocupados por su hijo. Me llamó en marzo: 

“Maestra –me dijo– le hablo para pedirle ayuda. ¿Recuerda cuando llevaba a Juanito en su carriola a recoger a su hermano a la escuela? Bueno, pues ¿qué cree? ya está en primer grado, pero ¡ay, maestra! mi marido y yo estamos preocupados, porque, como no van a regresar a la escuela, no sabemos qué hacer para ayudarlo. Su maestra nos envía actividades con el alfabeto móvil, pero nosotros no sabemos cómo darnos a entender. Estamos desesperados…

Le cuento, Juanito era uno de los niños más “atrasaditos” de su grupo. Aún no lee y escribe normal, como los demás niños… Con esto del virus nos está costando mucho que aprenda. Nosotros queremos enseñarle las letras como nos las enseñaron, pero la maestra tiene otro sistema. Mi marido y yo pensamos en Usted…  en pedirle ayuda… Juanito necesita que lo atiendan a él, pero la maestra no tiene tiempo de explicarle a cada niño. Juanito trata de hacer todo lo que le decimos, pero es lento… nosotros intentamos ayudarlo, pero él llora, porque dice que no le explicamos como su maestra. Hacemos los trabajos con él, jugamos con el alfabeto móvil, cortamos palabras del periódico, se las dictamos y él tiene que escribirlas. Cuando son palabras cortas casi las escribe bien, pero cuando son más larguitas sólo escribe vocales y entonces nos desesperamos. Luego mi esposo grita, Juanito llora y ya no quiere hacer nada…

El otro día, mi marido le dictó la palabra CHILAPA –ya ve que él es de allá– y Juanito escribió: ‘C’, ‘I’, ‘A’, ‘A’. ¡Se armó un pleito…! Lo regañó, porque le faltaba la ‘H’ para que dijera ‘CHI’. El niño volteaba al techo, no lo miraba. Mi esposo, escribió la ‘C’, después la ‘H’ y luego la ‘I’ y le dijo: “aquí dice CHI. ¿Ya te fijaste que te faltaba la ‘H’? ¡La muda!” El niño contestó: “¿cuál muda? La ‘H’ sí habla. Di ‘chango’. ¿Viste? Sí habla, papá”. Entonces comenzó la alegata de mi marido y la lloradera del niño. Así estamos maestra. ¡Por favor, ayúdenos! Queremos que Juanito termine el ciclo escolar y lo termine leyendo y escribiendo.” 

La contingencia sanitaria nos ha impactado a todos de diversas maneras. La familia de Juanito no es la excepción. La preocupación de los padres, en materia educativa, es que sus hijos concluyan el ciclo escolar exitosamente. ¿Cómo ayudarlos? Los maestros están rebasados de actividades. Tienen que impartir clases, dar constancia del trabajo de los alumnos, subir a las plataformas de SEP las actividades matutinas, las tareas y evaluaciones, evaluar a los alumnos, capacitarse en línea, responder encuestas de las autoridades y, en ocasiones, hasta entregar despensas a las familias de los alumnos más carenciados. Es humanamente imposible atender en línea, de uno en uno, a los alumnos con rezago. 

A partir de la llamada de auxilio decidí apoyar a esta familia. Establecí un puente telefónico con la maestra y la mamá, evitando generar una nueva voz de mando que angustiara a Juanito más de lo que ya estaba. Comenzamos el trabajo en equipo. Con la maestra acordé que ella me indicaría cuáles serían las actividades puntuales en las que quería mi colaboración. Ella enlistó los aprendizajes esperados del programa de estudio y las actividades del Libro para el Maestro que debíamos trabajar con Juan. Cada semana yo elaboro un plan de trabajo, que la maestra revisa y aprueba, y lo pongo en práctica con la mamá de Juanito. Ella es mi alumna y es ella quién luego hace con su hijo las actividades que conjuntamente acordamos.

En esta experiencia, el desafío principal ha sido lograr que los papás de Juanito comprendan que la lectura y la escritura no resultan de una acción imperativa, como: ¡Ponte a leer! o ¡Escribe bien!  A lo largo de estas semanas de acompañamiento, los papás de Juan han aprendido, que:

  1. La violencia no es una opción en el aprendizaje. Las frases imperativas, los gritos, los regaños y los golpes no sólo no conducen al aprendizaje, laceran, humillan e inhiben el interés y la capacidad de aprender. 
  2. La escritura es un sistema de comunicación que cumple distintas funciones sociales. Por ello, enseñar a leer y a escribir a través de unidades aisladas, (letras o sílabas) y sus sonidos no favorece que los niños aprendan que leer y escribir permite construir significado. 
  3. La lectura y escritura son “actos de construcción interna del conocimiento, que se aprenden en lo individual y en lo social”, por ello, y ante la ausencia de sus compañeros, las preguntas y respuestas del niño con ambos padres le han permitido reflexionar sobre el sistema de escritura.
  4. Los ejercicios con las letras del alfabeto móvil que la maestra indicaba no eran sólo un juego, sino actividades para ayudar al niño a comprender el funcionamiento del sistema de escritura.
  5. Cuando Juan mira al techo, intentando dar una respuesta al dictado de su papá, probablemente está conectando lo que sabe sobre el funcionamiento del sistema de escritura y por ello tarda en responder. Él está mentalmente aprobando o rechazando sus propias hipótesis acerca de las letras y sus sonidos. 
  6. Aunque a Juan le ha tomado más semanas entender el funcionamiento del sistema de escritura, ahora es capaz de comprender lo que lee y ha comenzado a expresar con claridad sus ideas por escrito.
  7. A través de las actividades que han realizado con Juanito le han ayudado, paulatinamente, a descubrir que la escritura juega un papel central en nuestras vidas y que nos permite comunicarnos con otros, a la distancia y a través del tiempo. En particular comprendieron la importancia de que los adultos sean modelos lectores y escritores. Hoy, los padres de Juanito leen en voz alta y escriben frente a su hijo. 

Por lo que respecta a mi trabajo de acompañamiento, el diálogo, el intercambio de opiniones y la toma de decisiones con la maestra de Juan han sido fundamentales. Pareciera simple acordar con una colega cómo apoyar a uno de sus alumnos mediante la mentoría a sus padres, pero sin el compromiso de la maestra, su profesionalismo, disposición y empatía, mi mediación e intervención no habrían sido posibles. También fue clave su conocimiento acerca de cómo aprenden los niños y, en particular, acerca de cómo enseñarles a leer y a escribir con efectividad. 

La historia de cómo aprendió Juan a leer y a escribir es muy afortunada, como él mismo lo expresa en la sonrisa de su autorretrato, vestido de marinero. Confío en que en nuestro país haya más experiencias exitosas sobre la adquisición de la lengua escrita en primer grado. ¿Conoces alguna? ¡Compártela! Ayudemos a garantizar que todos los niños y las niñas aprendan a leer y escribir para que puedan ser usuarios plenos de la cultura escrita. Esa es la llave de su porvenir personal y del futuro de México.

 

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*Profesora nayarita de educación primaria, recientemente jubilada. Colaboró en el diseño y revisión técnica de los programas de estudio de Español (1999 y 2011) y del Modelo Educativo (2017). Es propietaria de dos librerías y coordina el Colectivo Alas de Papel, espacios desde donde continúa promoviendo los libros y la lectura (su pasión y compromiso profesional de vida) y asesorando en la enseñanza de la lectura y escritura.

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