Sergio Dávila Espinoza
El día de hoy por primera vez desde que se instituyó el semáforo epidemiológico, el mapa de nuestro país se ilumina con sólo tres colores. No nos queda claro si por indicadores o por indicaciones, pero el rojo ha sido guardado en el cajón, quizás para no volverse a utilizar. Diez estados, entre ellos San Luis Potosí, se mantienen en color naranja, que habrá que recordar significa alto nivel de riesgo; 20 más se ubican en amarillo, es decir, medio nivel de riesgo; y sólo dos; Campeche y Chiapas, en el anhelado color verde que representa un bajo nivel de riesgo y con ello, la posibilidad de regresar a clases presenciales.
Con este mapa, nuevamente surge la pertinencia de considerar las condiciones para el regreso a la escuela en la escuela, pues es muy probable que en quince días más, tengamos un mapa verde-amarelo. Sabemos que este regreso no será inmediato pues, además del color verde en el semáforo, será necesaria la anuencia de las autoridades de salud y educación de los gobiernos estatales.
Es tiempo entonces de reflexionar sobre los protocolos para dicho regreso. La SEP ha preparado una propuesta que tienen que ver con la instalación de filtros sanitarios, desinfección de locales y sesiones de clases para atender a grupos reducidos de manera alternada. Sin embargo, son muchas las preguntas que aún no tienen respuesta y que van desde el origen de los recursos para asegurar el agua corriente, jabón y nuevos insumos como los desinfectantes, dotaciones de gel antibacterial, cubrebocas y termómetros que requerirán las escuelas; hasta el marco de libertad que tendrán los directores escolares para definir horarios de trabajo, así como las adecuaciones pedagógicas y académicas derivadas de los alumnos y profesores que se encuentren en situación de riesgo, o de los padres de familia que decidan no enviar a sus hijos a clases.
También hay que considerar un protocolo socioemocional para atender a los docentes, padres de familia y estudiantes en lo más importante del acto educativo, que es la construcción de una relación humana centrada en la confianza y el afecto. Una relación humana que enfrentará los efectos de haberse interrumpido durante más de un año. Basta recordar cómo encontramos de cambiados a nuestros familiares cuando dejamos de verlos por un tiempo prolongado:
– ¡Cómo has crecido! o -¡Mira cómo has cambiado!- Afirmamos con asombro.
Nunca son los mismos que aquellos que recordábamos. La distancia impide ser testigos de las numerosas experiencias que conforman la personalidad. No sólo cambian en lo físico por crecimiento o envejecimiento, también su personalidad es diferente producto de las experiencias que vivieron lejos de nuestra vista. ¡Y vaya que en este año nuestros alumnos han vivido experiencias que los han afectado!
Y finalmente habrá que considerar un protocolo pedagógico. Debemos preguntarnos si la escuela de marzo 2020 es pertinente para los estudiantes de hoy. Sí, sólo un año después, pero nuestros alumnos y maestros no son los mismos. La larga etapa de escuela de lejos ha sido cuestionada casi desde que inició por algunos docentes o padres tecnófobos que no se han cansado de repetir que la tecnología aísla a los seres humanos y que nunca podrá suplir al maestro o el valor del contacto que se da en el salón de clases. También hay los que cuestionan con preocupación cuánto han aprendido realmente los estudiantes, pues afirman que éstos están a la deriva abandonados a su suerte sin que los maestros puedan o quieran atenderlos en sus dudas.
Pero la verdad es que el ser humano aprende continuamente. Los procesos cognitivos no se pueden pausar, así que no sólo es injusto, sino totalmente falaz afirmar que el año ha sido estéril en aprendizajes. Es muy probable, eso sí, que los aprendizajes de nuestros estudiantes no sean los del programa de estudios, los llamados “aprendizajes esperados”. Pero seguramente hay centenas de “aprendizajes inesperados” que son producto de esta etapa.
Un aprendizaje inesperado feliz es el acelerado desarrollo de competencias tecnológicas de los docentes. Los especialistas afirman que sin pandemia nos habría llevado entre cinco y diez años la adopción de recursos tecnológicos, uso de dispositivos y prosumición de contenidos digitales que hoy son una incipiente realidad.
Otro aprendizaje inesperado feliz es la valoración que los padres de familia han dado al trabajo del docente. Paradójicamente, ahora los conocen más que antes, y saben quiénes no escatiman esfuerzo, tiempo ni recursos para hacer llegar a sus alumnos, no sólo consignas pedagógicas sino también mensajes de empatía y esperanza.
Inesperados también han sido los aprendizajes de los estudiantes en sus hábitos de autorregulación y disciplina necesarios para el aprendizaje autogestivo e independiente. La escuela tradicional prepandémica se cansaba de repetir pregones que llamaban a los estudiantes a organizar sus hábitos de estudio, a ser disciplinados o a investigar de manera independiente. Hoy los estudiantes no sólo han mejorado sus habilidades tecnológicas, también han aprendido a estudiar por su cuenta, a leer más y mejor las instrucciones y contenidos escolares y también a revalorar la escuela y las explicaciones de sus maestros.
La flexibilidad de la escuela a distancia ha permitido el desarrollo de la responsabilidad de los estudiantes. La hora de levantarse, la distribución del tiempo, la activación de su cámara y hasta la administración de sus recursos atencionales son ahora decisión de ellos mismos.
En la escuela prepandémica cometimos el error de privilegiar la disciplina en aras de la formación de la responsabilidad, cuando ésta es producto de las decisiones tomadas en espacios de libertad. Y esto habrá que considerarlo para que la inercia no sea la fuerza dominante en el regreso a clase. Atrás quedaron los tiempos de entregar todos los trabajos estandarizados en un cuaderno de tamaño profesional, cuadrícula chica, forrado de color rojo y usando exclusivamente tinta negra. Atrás quedaron los exámenes que privilegiaban la memorización por sobre la comprensión o aplicación de los conocimientos.
Lo peor que nos puede suceder, es que cuando regresemos a clases presenciales, regresemos también a las rutinas, costumbres y posturas pedagógicas anteriores. Simplemente ya no somos los mismos.
Sergio Dávila Espinosa
1 de marzo de 2021