Cerebro y educación
- Eduardo Andere
- 12 julio, 2016
- Opinión
- Bush, cerebro, educación, inteligencia, Obama, Peña nieto, reforma educativa
Nueva York. En una vitrina de un museo leí: “¿Cómo es que los niños son tan inteligentes y los hombres tan estúpidos? Debe ser la educación lo que los cambia.” (Alejandro Dumas, hijo).
Cuando hablamos de la educación de los niños lo que en realidad queremos decir es la educación de sus cerebros. El cerebro es una “máquina” de aprendizaje, aunque sabemos muy poco sobre su funcionamiento profundo. Los científicos aún debaten sobre la fuerza del aprendizaje: genes o experiencias.
Hemos aprendido más del cerebro en los últimos 30 años que en los últimos 300; aún así, hasta hace muy poco, casi todo mundo afirmaba que el número de neuronas en el cerebro humano era 100 billones cortos; la realidad es distinta: 86 billones cortos, según Suzana Herculano-Houzel.
Pero, es realmente impresionante que en más de dos mil años de escuela, desde la helénica hasta la industrial y global, no hayamos discernido el secreto para que la inteligencia, sagacidad, curiosidad y entusiasmo de los cerebros infantiles no se eche a perder con la educación.
Dos mil años de experiencia escolar nos han entregado sistemas educativos que se reforman una y otra vez, porque su última reforma no funcionó. Así le pasó a México con la Reforma de Salinas suplantada por la de Peña. Y a Estados Unidos con la reforma de Bush abrogada por Obama el 10 de diciembre pasado.
Lo que reformas interminables alrededor del mundo demuestran es que sabemos muy poco sobre lo que hace que el cerebro aprenda. Por supuesto que sabemos cosas en el extremo y mucho de lo que hacemos es contradictorio. Por ejemplo, los temas de moda son autorregulación, autocontrol, esfuerzo, carácter, trabajo duro. Todo esto requiere cierta función de control de parte del maestro o del sistema sobre el desarrollo del niño.
¿Qué hace que un grupo de pequeños brinque, salte o grite dentro de una sala? Su cerebro desinhibido, no autocontrolado. ¿Qué hace que treinta años después esos niños se comporten en orden, silencio, sociabilidad y mesura? Su cerebro inhibido, que fue sometido por al menos 16 años a: “no hagas esto”, “no hagas el otro”, “no brinques”, “no corras”, “siéntate”, “aguanta”, “tolera”, “estudia” y “posterga”. Y entre más pequeño mejor, “así te harás erudito o genio y le ganarás a todos los demás”.
Al mismo tiempo, la ciencia que trata de estudiar la creatividad nos dice que existen al menos tres condiciones observadas en los seres creativos: inteligencia suficiente, conocimiento suficiente y desinhibición cognitiva. Entonces, aparentemente tenemos dos tendencias escolares que trabajan en sentido opuesto. Resultado: cerebros inhibidos, cohibidos, confundidos, que en el mejor de los casos odiarán el estudio, la lectura y las matemáticas. Con este tipo de cerebros, Dumas tiene razón.
Así que maestras y maestros, mamás y papás, estamos a punto de ver una auténtica revolución educativa; los sistemas educativos se tardarán en responder por la burocracia; pero en el hogar y el aula, la respuesta depende de ustedes. El secreto es cómo apretar sin asfixiar. Lo que vemos de reformas educativas en México y otras partes del mundo no tiene que hacer nada con lo que viene en el futuro.
Uno no es popular si no dice: la neurociencia y el aprendizaje, aunque en realidad sepamos nada o muy poco del tema. Puesto en términos muy sencillos, y con lo poco que sabemos, veremos en el futuro escuelas para pequeños mucho más orientadas al juego que a la lectura; a la expedición que a la lección; al aire libre que al encierro; al movimiento que a la silla; a juntar piedras que contar números. El verdadero resultado de aprendizaje en los niños pequeños no es qué tanto leen o suman sino qué tanto corren, hurgan, juegan, indagan, buscan, curiosean, cooperan y preguntan. Y si al alimón saben leer y contar pues qué bien. Estos niños serán los dueños de su futuro. ¿Por qué? Porque permiten que su cerebro trabaje como lo diseñó la naturaleza. No podemos adelantar el desarrollo natural del cerebro sin perjudicar su natural desarrollo.
El autor es investigador visitante del Colegio de Boston y la Universidad de Nueva York y miembro del consejo editorial de Educación de Futura.