Muchos cantaron victoria cuando el gobierno reconquistó el Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca. Pensaron que eso finiquitaría el poder de la Coordinadora de Nacional de Trabajadores de la Educación y que en poco tiempo la Reforma Educativa pondría en práctica lo más difícil: la evaluación del desempeño docente. Fue un canto pronto.
La CNTE, si bien sufrió un descalabro monumental cuando el gobierno le arrebató su bastión más importante, no recibió la puntilla. Después del descontrol de los primeros días, sus líderes replantearon sus tácticas: si la amenaza y el chantaje ya no daban resultado —el factor Luis Miranda estaba fuera de la jugada— habría que amoldarse a los nuevos tiempos. Comenzó otro tipo de maniobras: una resistencia dispersa, centrada en las escuelas.
Ese modo de protesta no abandona la movilización ni otras acciones violentas a las que los disidentes están acostumbrados. Mas incluye un elemento nuevo: la intimidación contra sus propios compañeros. “Traidores y espurios” llamó Rubén Núñez, el líder de la Sección 22, a los docentes de Oaxaca que se presentaron a la evaluación del desempeño. La intimidación no se queda en las palabras.
La semana pasada observamos los albores de este nuevo procedimiento. Uno con efectos mediáticos el otro menos visible pero igual de eficaz, acaso más porque se centra en personas concretas.
El miércoles 3 de diciembre, varios centenares de maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación en Guerrero realizaron una marcha intentando llegar al Forum Mundo Imperial, custodiado por cientos de policías. Mientras en Chilpancingo otros grupos de la CETEG cometían actos vandálicos contra edificios públicos.
Al final resultaron actos de distracción. La acción verdadera la llevaron a cabo unas decenas de docentes que se habían registrado para la evaluación. Ellos entraron a la sede del examen y crearon el caos. Desconectaron las computadores, cortaron la electricidad, intimidaron a sus compañeros. El sabotaje dio resultado. Tuvo efecto en los medios, retrasó la evaluación y elevó el costo al gobierno para realizar los exámenes en las horas y días subsecuentes.
En Oaxaca, en la escala de cada escuela los maestros “traidores y espurios”, fueron hostigados por supervisores, directores y otros maestros; se les impidió entrar a sus escuelas. Al 6 de diciembre había 77 casos reportados.
Las autoridades han anunciado que se procederá con sanciones administrativas y penales contra quienes realizan esos actos. Tal vez el gobierno logre acreditar responsabilidades a decenas de maestros y con ello ejemplificar que, como dijo el secretario Nuño, los disidentes “van a encontrar un gobierno firme”. Pero es imposible sancionar a miles de maestros que no congenian con la reforma; están dispuestos a defender con todo —y contra todos— sus intereses.
El 1 de diciembre Excélsior cabeceó: “La reforma minó privilegios: Nuño; ya no le temen a la CNTE. Al no ser autoridad en Oaxaca, ya no tiene el poder de castigar a maestros”. Cierto, la CNTE ejerce un poder minado, pero aún así puede —y lo hace— castigar a los disidentes de la disidencia. Los hostiga y, por esas vías, intimida a otros que quisieran avenirse a la evaluación con el fin de conservar la plaza.
Los actos de sabotaje, como los de Acapulco son difíciles de prevenir; unos cuantos militantes temerarios arriesgarán perder su empleo —aunque apuestan más a obtener impunidad— con el propósito de boicotear las evaluaciones. La represión de la S22 contra maestros que presentaron el examen en Oaxaca tal vez crezca.
El gobierno puede movilizar a miles de policías para proteger la realización de los exámenes. Incluso puede tener cierto éxito, como en Oaxaca y Michoacán. Pero es imposible que pueda comisionar policías para escoltar a los maestros que sus propios compañeros les impiden entrar a las escuelas. Es como la dificultad que tiene un ejército regular contra la guerra de guerrillas.
La CNTE y la CETEG tienen décadas de experiencia; sus dirigentes son expertos en maniobras que trastornan al sistema educativo y desquician ciudades y carreteras. A fe mía que el gobierno no los podrá derrotar nada más por medio de la represión —como dicen unos— o haciendo que el imperio de la ley sea una realidad —como dicen otros. Si el gobierno quiere ganar, requiere de medios ideológicos y políticos. Pero no veo tenga alguno a la mano.
La contienda por la educación todavía depara sorpresas.