En todos los países del mundo la educación pública es un servicio que presta el Estado y las autoridades constituidas tienen el poder sobre el sistema. Los integrantes del alto funcionariado son miembros del partido gobernante o políticos leales al jefe del Estado en regímenes no democráticos. Para la administración diaria del sistema educativo, los líderes políticos descansan en una burocracia profesional cuyos miembros ingresaron al servicio público mediante méritos demostrados por credenciales y desempeño. Esto en los países maduros.
Max Weber concluyó que la burocracia desarrolla intereses, define normas y reglas informales de comportamiento y, con el transcurso del tiempo, se transforma en un aparato con vida propia. Para protegerse de la influencia política y seguir en la administración de los órganos del Estado, la burocracia instaura una “jaula de hierro”, sus rutinas se convierten en reglas y tienden a ser inamovibles. La burocracia mexicana se constituyó durante el régimen de la Revolución Mexicana y floreció a lo largo de décadas en organizaciones corporativas.
El Estado mexicano constituyó esas corporaciones para controlar a la ciudadanía. Pero aquéllas adquirieron grados de autonomía de la política oficial y su burocracia interna consiguió parcelas de poder. El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) es un ejemplo paradigmático de ese corporativismo.
Una vez que el Estado creó al SNTE y encuadró a los dirigentes y maestros al aparato del partido oficial, sus diferentes cabecillas crearon órganos para controlar a los trabajadores para su beneficio, no para el servicio del Estado. Los gobiernos de la Revolución, primero, concedieron posiciones políticas y luego, puestos en la burocracia baja a los dirigentes; mas éstos desplegaron sus artes, colonizaron la administración del sistema educativo y desplazaron a las autoridades constituidas. El Estado y el gobierno perdieron la rectoría de la educación.
Por ello, una de las consignas del Pacto por México y el propósito principal de la reforma que inició el presidente Peña Nieto fue recuperar la rectoría de la educación. El secretario de Educación Pública, Emilio Chuayffet, en su informe sobre los avances de la Reforma Educativa, que rindió la semana pasada, expresó:
“La primera reforma que durante su mandato propuso el presidente Enrique Peña fue la educativa. Ésta ha entrado en la etapa de su materialización… Durante este periodo, el Estado ha recuperado la rectoría en la materia”.
A fe mía que el secretario se equivoca. La rectoría, el control cotidiano de la educación básica lo tienen los fieles de los grupos dirigentes del SNTE. En los estados “rebeldes”, los validos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y en el resto, los protegidos de Juan Díaz de la Torre. Según mi base de datos, 18 o 19 secretarios de educación de los estados que siguen en funciones fueron “negociados” por Elba Esther Gordillo con los gobernadores; a otros, ella les dio el visto bueno. Pero, atención: todos los subsecretarios —o directores generales, depende de la denominación en cada estado— son agentes del Sindicato; en Oaxaca toda la estructura es de la Sección 22.
En el mejor de los casos, la recuperación de la rectoría está en el aire. Los gobernadores se hacen de la vista gorda, no quieren reñir con el SNTE. A lo largo de 2014 conciliaron las nóminas y llegaron a pactos generosos con los dirigentes —y más dadivosos con los caciques— a grado tal que la mayor parte de los 39 mil 200 aviadores que detectó el INEGI aparecieron en 2015 como trabajadores cumplidos.
El subsecretario de Gobernación, Luis Miranda, se encarga de garantizar que las cosas nada cambien en Oaxaca y ahora también negocia en Guerrero. Ante un sector de la opinión pública, el subsecretario Miranda es el dador de beneficios a los disidentes, pero con cargo al Estado y al futuro.
Si bien el secretario Chuayffet ofreció información sobre los avances —que sí los hay, decir que nada ha pasado es mezquino—, pero se fue grande con la aseveración de que el Estado ya recuperó la rectoría de la educación. Díaz de la Torre, quien llegó del brazo del secretario, tal vez sonrió para sus adentros; él sabe que tiene la llave de la jaula de hierro.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana
Carlos.Ornelas10@gmail.com