Del odio a la razón y el diálogo posible
- Pluma invitada
- 7 junio, 2018
- Opinión
- Bruno Velázquez Delgado
Bruno Velázquez Delgado
“¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo.
Y, ¿qué? (Yo soy inmenso, contengo multitudes).”
Walt Whitman en Hojas de hierba.
Tan absurdo es el temor a errar, a cambiar, a no sobresalir y a no llevar la voz cantante en una discusión cualquiera, como patético y pernicioso es desatender el cultivo de la propia razón (lo que Descartes llamaría el buen sentido). Siendo el animal racional que somos, no parece que vivamos a la altura de nuestra singularidad ni que aprovechemos creativamente el privilegio evolutivo que es contar con una capacidad intelectual como la nuestra, insospechadamente potente, maravillosa y siniestra por igual. Trágico y vergonzoso es no saber ni desear emplearse a fondo en esta tarea existencial que, al rehuirse, nos incapacita y nos aleja (ya de los otros, ya del encuentro con nosotros mismos en un estado de ánimo resuelto).
En la “Fundamentación de la metafísica de las costumbres” (1785) Kant señalará que muchas veces las personas caen presas de la misología u odio a la razón inhabilitando así su sentido común. Y esto, debido a que emplear la razón conlleva graves consecuencias como, por ejemplo, la frustración que implica descubrir la profundidad de la propia ignorancia, o la decepción consecuente al caer en cuenta de lo lejos que se está de cumplir con la idea que se tiene de uno mismo.
Emprender el camino al conocimiento no es garantía de gozo ni de una iluminación que nos realice y ponga al espíritu en calma. Al contrario, siguiendo al riguroso Kant, pensar críticamente, reflexionar y analizar nuestros actos equivaldrá a poner en su justa dimensión la futilidad de una vida dedicada a satisfacer los placeres vulgares y las inclinaciones superfluas y cotidianas de la voluntad. Aquellas que generalmente confundimos (que nos venden y consumimos) con la felicidad y la alegría. De donde se comprenderá que la felicidad en nada se parece a un tornadizo estado de ánimo (que viene y va y a todos toca por igual), sino que es una conquista, y como tal se puede perder pero también recuperar mediante la reiteración del compromiso racional. Algo que el mismo Kant reconocerá como poco seductor y por lo que muchas personas decidirán mejor no ejercitar ni ejercer su racionalidad.
Razonar será, entonces, descubrir la banalidad y renunciar a ella. Un sacrificio doloroso pero necesario para alcanzar, cuando menos, algunas ideas claras, unos cuantos apegos, dos o tres principios irrenunciables y muy pocas certezas. Pero lo suficiente para llevar una vida digna y autónoma frente al automatismo y la falta de integridad que imperan en el mundo.
Lo anterior nos permite comprender el por qué, en tiempos coyunturales como el actual, el diálogo se ve imposibilitado y las personas con distintos puntos de vista son incapaces de entablar una conversación sensata, significativa, crítica, abierta y fructífera de tal manera que afloren nuevos sentidos y comprensiones. Pienso en las disputas en redes sociales que, más que responder al intercambio de ideas, se expresan principalmente como una serie de aseveraciones sueltas y vacías, juegos narcisistas autorreferenciales, agresiones, discriminaciones, imprecaciones y concursos de estridencias e incoherencias. Quizá en parte porque surgen de ese “principio agonal” que, constantemente, nos lleva a competir y entablar duelo con nuestros semejantes en aras de compararnos y ponernos a prueba, pero también por falta de seriedad, rigor y compromiso intelectual. Así, la oportunidad de participar en un debate público de argumentos donde dialoguen posturas diversas, termina siendo una pasarela de posturas (y poses), desfile de ocurrencias y un circo de estultos para incautos sumamente deprimente y desilusionante. Aquí las pasiones no emergen, flotan en la superficie de las motivaciones e intereses prosaicos, inclinaciones primitivas y conveniencias personales.
Por lo anterior y en busca de una explicación plausible a la irracionalidad que se observa en estos casos recordé la intención largamente pospuesta de referir al “Efecto Dunning-Kruger” y a la “La ley de la controversia de Benford” pues me parecen de utilidad:
- “El efecto Dunning-Kruger” nombra un sesgo cognitivo propuesto por dos psicólogos de la Universidad de Cornell (David Dunning y Justin Kruger) que se manifiesta como el “sentimiento de superioridad ilusorio” que muchas personas con escasa habilidad o conocimientos tienen hacia sí mismos. Un fenómeno observable en personas con poca o nula formación, talento, capacidad o preparación en alguna disciplina o tarea específica, pero que se consideran más inteligentes que los demás justo en ella, sobre todo por encima de aquellos que patentemente los superan. Un “efecto” que puede explicar la arrogancia e intolerancia típica del fanatismo (que se da lo mismo como filia o fobia absoluta hacia algo o alguien).
- “La ley de la controversia de Benford” es una regla de índole sociológica que refiere al fenómeno que acontece en las discusiones entre personas (particularmente las que suceden en redes sociales) y que dicta que “La pasión asociada a una discusión es inversamente proporcional a la cantidad de información real disponible (por los participantes)”. Esto es: a mayor apasionamiento menor comprensión y conocimiento de lo que se discute; a menor reflexión, análisis y pensamiento crítico, mayor firmeza en las convicciones y opiniones emitidas.[1]
Recientemente Amy Goodman refería sobre las elecciones pasadas en los EUA que “En esta era de alta tecnología digital, con televisiones de alta definición y radio digital, lo único que obtenemos de los grandes medios (y de las redes sociales) es ruido estático: Ese velo de distorsiones, mentiras, tergiversaciones y verdades a medias que oscurecen la realidad, cuando lo que necesitamos … es crítica, oposición, interferencia … Necesitamos medios que cubran el poder, no que cubran al servicio del poder. Necesitamos medios que sean el Cuarto Poder del Estado, no que sean parte del poder del Estado.”[2] Porque uno, cuando es usuario acrítico y replicador compulsivo de memes se vuelve instrumento de intereses que desconoce y no comprende, engranaje del status quo y no un agente libre en camino de convertirse en líder de opinión.
Cuando una situación acusa de darse en el ámbito de lo irreflexivo no debe sorprender que el diálogo se vea imposibilitado. Re-configurar nuestras creencias y actualizar nuestras posturas implica contradecirse, lo que no es sino un superarse. Habrá que ejercitar la autocrítica, ser flexibles y estar dispuestos a cambiar pues, superarse, en este sentido, es acrecentar la propia visión del mundo y cuestionar el horizonte desde donde juzgamos. Habrá que pensar, analizar y examinar en silencio antes de convencerse de cualquier cosa. Hemos de enseñarnos que la contradicción es saludable y dialécticamente necesaria, así en la propia constitución de la personalidad, como en la construcción de las teorías que sustentan y forman nuestras cosmovisiones.
Como educadores y educandos que somos todos, de una u otra forma, hemos de poner especial atención en enseñar a formar criterios, a demorarse en la reflexión, a digerir el pensamiento, a verificar fuentes, a tomarse en serio el posicionamiento público, a ejercer responsablemente la libertad de expresión, a ser selectivos y cuidadosos con la marejada de información a la mano pero no siempre veraz ni útil. No olvidemos que enseñar a argumentar y a cuestionar es tarea indispensable para fomentar el diálogo donde fluyen las miradas, se irriga la comprensión mutua, la contradicción erige puentes y el horizonte individual se ensancha hasta fundirse en una claridad compartida.
Contra la banalidad de trivializarlo todo asumamos el reto de conciliar dialógicamente nuestras diferencias, descubramos coincidencias, construyamos metas conjuntas y superemos la individualidad en colectividades. Eso, o veamos el tercer debate presidencial creyendo que así es como se debate y así como se ha de comportar un político, evitando pensar en los monos bandar log del Libro de la selva, quienes a decir de la gran serpiente Kaa no son sino “… unos charlatanes necios y vanidosos. Vanidosos, necios y charlatanes que (…) si cogen una nuez, les cansa enseguida y se deshacen de ella. Cogen una rama, la llevan toda una mañana, dicen que van a hacer maravillas con ella y luego, sin saber por qué, la parten y la tiran.” (R. Kipling)
[1]Para mayor detalle y claridad véase la fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Efecto_Dunning-Kruger. y https://es.wikipedia.org/wiki/Ley_de_la_controversia_de_Benford.
Última consulta 31 de mayo 2018.
[2] https://www.democracynow.org/es/2016/5/3/amy_goodman_en_aj_como_los
Las cursivas son mías. Última consulta: 5 de junio 2018.