Educación a la carta

Eduardo Gurría B.

Los contrastes educativos de México se hacen cada vez más evidentes ante los diversos matices que se han venido generando dentro del sistema; el más visible es el que se presenta entre la educación pública y la educación privada, entre los cuales, las diferencias son enormes, sin embargo, existe una fuerte influencia determinante por parte del Estado hacia la educación privada, esto en cuanto a los programas y las directrices generales, como las reformas oficiales, la calendarización, los consejos técnicos, los libros de texto gratuitos, las visitas de inspectores y demás.

Lo anterior ha quedado más que claro aún desde la década de los 60s, con la creación de las Asociaciones de Padres de Familia (APF), que han venido desempeñando una labor muy importante al interior de los centros educativos dentro de la gestión educativa.

En el reporte “La participación de los Padres de Familia en el ámbito de la RIEB” de Carmen G. Loya O. et.al. (2014) se señala: “… El Acuerdo 592 resalta la trascendencia del compromiso de los padres de familia para el logro de la calidad y la mejora continua de los centros escolares. Este documento rector establece en los principios pedagógicos, las condiciones esenciales para la implementación del currículum y el logro de los fines educativos. Específicamente, el principio pedagógico denominado renovar el pacto entre el estudiante, el docente, la familia y la escuela, establece las bases para fortalecer los vínculos que permitan arribar al esclarecimiento de las responsabilidades y compromisos que fortalezcan la labor que se efectúa cotidianamente en los centros escolares (SEP, 2011).”

Dentro del discurso oficial, el texto resulta convincente debido a que la escuela debe de ser incluyente para todos los actores involucrados en el proceso educativo y considerar a los padres de familia como elementos activos y comprometidos en la formación de sus hijos.

Sin embargo, esta normatividad se ha salido de control, sobre todo cuando se trata de los colegios particulares; ya no se trata, propiamente de las APF, cuya labor, al menos hasta hace un año, se limitaba a la coordinación de los propios padres y su participación en los eventos de índole social o conmemorativos, ya fuera hacia el interior de cada grupo o de la institución en general en conjunto con la directiva y los maestros, labor que no puede menos que reconocerse,

El mismo acuerdo establece como un principio, la renovación del pacto entre el estudiante, el docente, la familia y la escuela, como un principio pedagógico. Esto último se puede interpretar y, de hecho, así ha sido, como que los padres tendrán injerencia en la pedagogía, lo que los ha llevado a pretender imponer, sobre todo al docente, la manera en que debe impartir sus clases, cómo debe tratar a los alumnos y, sobre todo, cómo los debe evaluar, es decir, los ha empoderado en situaciones que no les corresponden, y esto no significa el que los padres no deban intervenir en la educación de sus hijos (de ahí la importancia de las juntas periódicas, sobre todo cuando existen problemas de aprendizaje, cumplimiento o disciplina del alumno), significa que la institución cuenta con las herramientas y el personal adecuados para cumplir su labor en el día a día y que no le corresponde al padre o a la madre determinar la labor del docente.

Existen varios factores que han acentuado esta situación: en primer lugar, tenemos la educación en línea que ha favorecido la intervención paterna, sobre todo cuando se trata de las clases en el nivel de primaria menor, es decir, el padre o la madre permanecen durante las sesiones junto a sus hijos, pero más que nada con una actitud judicial hacia el maestro, siendo que, a la menor inconformidad, eleva su voz de protesta, tanto dirigida hacia el propio maestro, como hacia la dirección o la coordinación, bajo la premisa de que pagan y eso les da todos los derechos, incluso el de pedir que el docente sea removido de su cargo.

En segundo lugar, está la escuela, la institución, que atiende cualquier queja por parte de los padres, asumiendo una postura, no de conciliación, sino claramente inclinada hacia los deseos, caprichos o inconformidades y, en consecuencia, obliga al maestro a modificar su estrategia, a la vez que tendrá que, al menos, disculparse.

Esta última situación adquiere proporciones bíblicas cuando se trata de los corporativos escolares. El objetivo de este tipo de empresas se centra, únicamente, en la captación de alumnos, y se percibe que el aspecto educativo pasa a un segundo plano, de tal manera que el cliente siempre tiene la razón, dejando al docente en un tercer plano y a la expectativa de lo que vayan imponiendo los padres.

Como consecuencia del empoderamiento cada vez más visible de los padres dentro de la escuela, está el hecho de que los docentes están obligados a acatar sus disposiciones, de tal manera que se ven constreñidos a recibir, evaluar, comentar y calificar tareas que, muchas veces, son escandalosamente extemporáneas y, por supuesto, mal hechas, a no llamar, por ningún motivo, la atención al alumno, a estar en constante comunicación con los padres, aún fuera de su horario (sea la hora y el día que sean), a no reprobar, a ser amables, condescendientes y serviles, a diseñar estrategias particulares, a la carta, ya que, de otra manera, su tambaleante y muy mal pagado puesto queda pendiente de un hilo, con lo que la institución le genera, en el menor de los casos, un comportamiento indigno que, a todas luces, no merece.

Es importante para el bien de país, modificar esta equivocada estructura educacional, reconceptualizar al maestro como un profesionista cuya labor es tan importante como la de cualquiera, considerar que la preparación lleva años de estudio y de experiencia, es importante respetar sus horarios laborales y sus condiciones de trabajo, empezando por el salario y el proporcionar los recursos económicos y tecnológicos para el desempeño de su labor, no exigirle que se pase la vida frente a la pantalla en cursos, plataformas, juntas, llamadas, programaciones, ajustes, evaluaciones, ocurrencias y, todo, para que la escuela no pierda a sus clientes ante la feroz competencia que se ha acentuado hoy por hoy y ante la incertidumbre que ha generado la pandemia universal y que ha producido, además de muerte, una enfermedad social cuyos alcances podrían ser aún más catastróficos.

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