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Educación: el desafío crucial

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Arrancaron los foros para ordenar los elementos fundamentales, las propuestas, que serían parte de lo necesario a considerar en la generación de un modelo educativo renovado en el país. Por fin el tema será lo educativo. De ellos puede derivar una agenda ordenada, paso preliminar, de ninguna manera definitivo, para una decisión que incluye a todo gobierno, pero los rebasa pues es una decisión de Estado.

Tiempo de escuchar. Sobre todo la voz de los y las maestras que, el año pasado, estuvo soterrada suponiendo que los representan quienes mandan en las secciones del sindicato: no es lo mismo dialogar con los gestores de la dinámica laboral, muy importante, que entrar en contacto con el magisterio que se llena las manos de gis cada día, los directores, supervisoras, jefes de zona y la complejidad de sus labores docentes y de organización académica. Por supuesto, también se requiere poner atención a lo que proponen ciudadanos, estudiosos, organizaciones que procuran contribuir a la mejoría de la formación de los niños y jóvenes. Lo que surja de los que viven, observan o analizan los procesos cotidianos en el abigarrado sistema actual es aire nuevo. Cuán valioso será conocer cuáles son las medidas, los ejes o dimensiones que proponen para contar con un proyecto educativo. Tiempo de escuchar, ojalá a muchos: bienvenidos serán distintos puntos de vista que se envíen a la página electrónica abierta por la SEP al efecto.

En este contexto, quiero compartir con el lector la piedra angular que, a mi juicio, será clave en el nuevo horizonte de la educación. El bosquejo del futuro educativo no puede eludir la inaudita desigualdad que hemos tolerado. ¿Cómo saber si México ofrece educación de calidad? La valoración de fondo del sistema educativo, la visión estratégica, más allá de la evaluación cotidiana, de orden táctico, debería contemplar el logro paulatino, tenaz, de dos objetivos que de manera clara expone Rafael Rodríguez en sus trabajos: podremos hablar de equidad educativa si, y sólo si no hay nadie sin haber culminado la educación establecida como obligatoria en la Constitución, con calidad y pertinencia indudables y, además, cuando la diversidad de los logros educativos (por nivel alcanzado o aprendizaje significativo) no tenga asociación con, sea independiente, del origen social.

Hoy no es así, ni de lejos. Cerca de 33 millones de personas mayores de 15 años no concluyeron la educación básica obligatoria en su momento (6 o 9 años según su edad). Casi 6 millones no ingresaron a la escuela y son analfabetas. Lo peor, quizá, es que 55% de los muchachos de 15 años que aún están en la escuela (no la han abandonado ni han sido abandonados por el sistema) carecen, de acuerdo a PISA 2012, de los conocimientos en matemáticas mínimos. El sesgo por origen social es fuerte: en el mismo nivel de deterioro las escuelas privadas colocaron a 26% de sus clientes, y las públicas a 57 de sus usuarios; y en excelencia, las primeras al 10 y las segundas al 4%. Más del doble en los dos casos a favor de los que pueden pagar servicios privados. Es una aproximación gruesa, es cierto, pero indica tendencias muy probables. Otro acercamiento es el contexto estatal: Nuevo León tiene en carencia de conocimientos radical a 36%, y Guerrero al 72. Por dos de nuevo.

Nuestro actual sistema expulsa a millones; si persisten, no les asegura buena formación, dado que más de la mitad no sabe ni lo elemental luego de 9 años de escolarización —un volado: ¿águila o sol?— y la moneda está cargada: origen, en gran medida, está siendo destino en el logro educativo. Es esta la situación que hay que cambiar. Por eso es imprescindible una reforma educativa bien pensada: no es aceptable que la escuela acompañe, e incluso profundice, a la desigualdad social. Esto es un hecho ahora, pero no es condena si hacemos, nosotros, de la reforma educativa un proyecto orientado por la ética, por la convicción política de su urgencia. Es muy difícil lograrlo, sí, pero va a ser mucho más complicado ser viables como sociedad si no lo conseguimos.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México

Publicado en El Universal

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