Como el aprendizaje es un derecho universal, entonces hay un deber igualmente universal de no bloquearlo o impedirlo, y por lo tanto, de propiciar su ejercicio hasta donde llegue nuestra capacidad y fuerza. Todos, pues, somos responsables solidarios para el derecho a aprender de niñas, niños y jóvenes. Hacerlo todos a la vez, sin plan ni deliberación, es muy ineficiente, por lo cual en todas las sociedades se ha presentado la necesidad de acompañar a la joven generación de forma continua, propositiva y profesional. Desde el yeshivá de Babilonia hasta el telpochcalli de cada barrio en Tenochtitlan y Tlatelolco, se buscó a personas especialmente dispuestas, talentosas y preparadas para que acompañaran a los niños en su autodescubrimiento, el desarrollo de su potencial y la compresión de su papel en la sociedad. La escuela es un arreglo que permite que esta responsabilidad colectiva no se quede como algo ocasional, informal e improvisado, sino que por el contrario los hijos e hijas de todos cuenten con esa presencia personal, continua, propositiva y profesional que sólo un maestro puede dar.
Históricamente, el primer referente de una profesión en el ámbito civil fueron precisamente los maestros. El maestro es el profesional por excelencia, el agente social designado por la comunidad para promover el derecho a aprender. Antes que, a hábiles artesanos, médicos o juristas, a los primeros que se llamó profesionales fue a los maestros, pues eran quienes hacían un compromiso público con la comunidad, cara a cara, y se quedaba también plasmado en el pergamino llamado professio. Pasaron a ser llamados profesores, porque profesaban esos valores juramentados en público: dedicación a sus alumnos, alcance de los objetivos, aprendizaje y apoyo mutuo entre los pares.
Vivimos en México un momento propicio para recuperar la historia y sentido de ser profesor, de que cada maestro lo sea. La “profesionalización” no está en la mera actualización en técnicas recientes, ni siquiera en el avance en diplomas, antigüedad o pago, sino primero y principalmente en la recuperación de la misión social, de la exigencia entre pares y del compromiso verificable de logro que se toma con la comunidad.
La delicada responsabilidad de un maestro no admite una veloz habilitación en algunos conceptos y un poco de práctica guiada con algunos instrumentos. Es claramente un proceso que se consolida a lo largo de toda una trayectoria, y que incorpora oportunidades y retos específicos para cada etapa. La formación docente debe entenderse como el aprendizaje profesional para los profesionales del aprendizaje, un proceso continuo y especialmente guiado por el colectivo docente mismo. El derecho a aprender de niñas, niños y jóvenes está enlazado definitivamente al derecho a aprender de sus maestros y maestras.
Quienes formamos parte de Mexicanos Primero hemos tenido la oportunidad de mantener constantes diálogos y encuentros con maestras y maestros de diversas partes del país, de contextos diferentes, de modalidades y asignaciones variadas, de todas las edades y condiciones. Nos seguimos encontrado con los maestros en sus escuelas, unas de indignante carencia -en zonas rurales alejadas o en asentamientos suburbanos irregulares- y otras de esforzada dignidad.
Nos hemos dado cita con ellas y ellos en sus casas, en sus fiestas, en plan distendido; hemos viajado juntos. Hemos platicado con ellos en normales y universidades pedagógicas, hemos dialogado y discutido en medio de las marchas y también con “comisiones” en plantón ante nuestras oficinas; en llamadas telefónicas, programas de radio e intercambios de tuits; en cursos y diplomados.
Hemos aprendido muchísimo de ellas y ellos, especialmente cuando nos hemos dejado inquietar, poniendo a prueba nuestras visiones previas y ajustando, corrigiendo, matizando, enriqueciendo lo que la vida cotidiana en la profesión docente enseña, las alegrías y dolores del aula, más allá de toda estadística y revisión de literatura especializada, que –por supuesto- también hacemos. No dejaremos de darnos y pedirnos aclaraciones, como corresponde a un grupo de activistas y a los miembros de una profesión crucial, a nuestro juicio la más importante de todas, el origen de todas las demás profesiones.
Hoy vale la pena celebrar: es de ley la gratitud, la alegría, el reconocimiento ante todo lo que hemos recibido de nuestros maestros; la reflexión sobre cuánto cambiaron nuestras vidas para ayudarnos a ser “la mejor versión de nosotros mismos”. Nada más cierto puede afirmarse que México como nación se debe a sus maestros. No basta celebrar a los grandes maestras y maestros del pasado. Se necesita elogiar y escuchar a las maestras y maestros de hoy.
* Presidente Ejecutivo de Mexicanos Primero e integrante del consejo Editorial de Educación Futura
@DavidResortera | @Mexicanos1o