El sentido común en Santo Tomás de Aquino y G. K. Chesterton
- Pluma invitada
- 4 septiembre, 2021
- Opinión
- David Emmanuel Flores Solórzano
David Emmanuel Flores Solórzano
Hablar sobre el sentido común es hablar sobre aquello que se posee pero que no sé define tan simple como se expresa, y así, se complica dicha interpretación. Lo abordaré desde Tomás de Aquino como criterio científico e iré a Chesterton como fuente literaria de carácter crítico y realista. Ante esto le podríamos denominar como prudencia, dado a que es aquello que enlaza la realidad sensible y la realidad inteligible, pero es anterior a esto. También podríamos decir que es una línea moral natural actual, pues entraríamos en un debate de ética, mas ese no es el objetivo de este texto.
Esto nos dice el Diccionario Filosófico, Rosental-Iundin a forma de definición: “Conjunto de ideas, hábitos y formas de actuar que el hombre ha elaborado en su actividad práctica común” (Rosental, Iudin, & más, 2013, pág. 349); pareciera nos muy convencional dicha definición, y lo es en cuanto una realidad meramente práctica (y dándonos cuenta de que tal diccionario originalmente alemán posee influencias marxista, haciendo de sus definiciones un encaminamiento meramente empirista), pero lo que yo aquí busco es saber por qué poseo tal facultad, sí puedo llamarla así, y siendo cristiano ¿a dónde debe llevarme? Yendo de conceptos ontológicos como “consciencia” que es la percepción misma de la realidad profunda, hasta hablar de hadas y elfos como lo hace Chesterton. Sí nos adentramos a lo propuesto por Santo Tomás de Aquino, nos daremos cuenta de una realidad aún más objetiva y realista, que solo quedarnos con la mirada externa del asunto, aun cuando se corre con el riesgo de volverlo un problema meramente conceptual o lógico. Estos puntos también los considerará Chesterton en el punto tercero del desarrollo, al hablar de las percepciones que le parecen más reales, justificándose con la realidad misma desplegándola desde un mirada ficcional.
Por otro lado, el sentido común es también la sensatez, la cordura y el buen juicio (Diccionario Laroos); pero aquí lo interesante es saber cómo me doy cuenta de que esto es cierto, claro, sin caer en un escepticismo de dudar sobre si puedo o no emitir juicios, pues sería ridículo proceder a demostrar tales cosas tan evidentes; ni tampoco caeré en materialismos, que harían del concepto un mero nominalismo, antes bien quisiera proceder por la senda virtuosa del realismo moderado, que es desarrollado por Santo Tomás de Aquino, y desde la vista literaria de G.K. Chesterton, jactando a la razón con la dialéctica de dicho escritor.
En un primer momento, expondré lo propuesto por Sto. Tomás, quién da una vista amplia de lo que es el sentido común, sus aplicaciones y su lugar dentro de las facultades humanas. Siguiendo por las consecuencias y características de la des-virtud de tal sentido, descritas por el mismo. Y por último, contrapongo el singular pensamiento de Chesterton, con el antiquísimo pero siempre correcto pensamiento de Aquino, tratando de sintetizar las ideas de ambos en cuanto dicho sentido común, dando respuesta a mi hipótesis:
¿Cuál es el sentido universal del sentido común en el hombre observándolo desde el pensamiento medieval y el posmoderno con óptica cristiana?
Desarrollo
1 Nos podemos decir presentes en algún sitio, pero ¿cómo sucede esto, de dónde procede tal sentencia sino de la realidad misma que observamos y somos capaces de percibir? Sin más, ¿cómo, pues, nos hacemos conscientes de tal realidad?
Es evidente dicha realidad, sí, pero ¿qué facultad nos advierte de esto?, ¿qué causa principia tal hecho? ¿Será, acaso, el hecho de uno ser en determinado lugar suficiente razón para saberse existente, o será necesario ver u oír lo de alrededor para saberlo así? Ante esto Santo Tomás de Aquino nos acerca a una respuesta: “Lo que en cuanto tal es causa de algo, lo causa en todo”, y aquí da lugar a la descripción del fenómeno en sí, que no se expresa solo una sombra, sino todo de él, la existencia en sí; “pero algunos objetos diversos y pertenecientes a distintas potencias pertenecen también a una sola potencia distinta de las otras. Ejemplo: (Nos explica) el sonido y el color pertenecen a la vista y al oído, que son potencias diversas”, pues solo con el oído oímos y solo con la vista vemos, teniendo solo como potencias estos propios, “sin embargo, pertenecen a una sola potencia, el sentido común”. Así, se refiere a tal sentido común como tal, un sentido, por lo que “lo común no se opone a lo propio, (…) el sentido común no debe ser enumerado entre las facultades interiores sensitivas, al margen de los sentidos externos propios”, y continúa: “El sentido interior es llamado común, no por una atribución genérica, sino como la raíz y principio de los sentidos externos” (Aquino, 2001).
Por otra parte, volviendo a lo dicho sobre la diferencia del sentido común y el sentido propio dice:
El sentido propio juzga el objeto sensible que le es propio, distinguiéndolo de otras cualidades que caen también bajo el campo del mismo sentido, discerniendo lo blanco de lo negro o de lo verde. Pero ni la vista ni el gusto pueden distinguir lo blanco de lo dulce, ya que para distinguir entre dos cosas es necesario que se conozcan las dos.
Dando, por tanto, la capacidad al sentido común de conocer, y continua: “Por eso, es necesario que al sentido común le corresponda el juicio de discernimiento, pues a él se dirigen como a su término las aprehensiones de los sentidos”, poniendo al sentido común como algo sensitivo que pasa a ser cognoscente; pues dice también: “No hay necesidad de admitir más que cuatro potencias interiores de la parte sensitiva: El sentido común, la imaginación, la estimativa y la memoria”, y éstas existen gracias a la realidad sensible de donde “alimentan” su contenido.
Después encontraremos como describe esta función del sentido común a partir de la analogía de lo sublime en las almas:
Así como el hombre conoce todos los géneros del ser por distintas facultades cognoscitivas, lo universal e inmaterial por el entendimiento, y lo singular y corporal por los sentidos, el ángel conoce ambas cosas por una sola facultad intelectiva. Pues en el orden del universo encontramos que cuanto más sublime es un ser, tanto mayor es su capacidad y a más cosas se extiende.
Así, Aquino se vuelve a referir a su clasificación del ser dentro de sus escritos, que comienza en Dios, pasa a los ángeles o sustancias separadas, tomando a su vez la cuestión del alma a modo hilemórfica, en donde un alma puede ser vegetativa, sensitiva o intelectiva según el ente; “esto lo podemos observar en el hombre, cuyo sentido común, más sublime que los sentidos propios, y aunque sea una sola potencia, conoce todo lo que conoce en los cinco sentidos externos”, y con ello toma al sentido común como una facultad de lo más elevada, simple, pero predominante en el ser del hombre, el cual posee dos de los tipos de alma ante mencionados: animal y racional. Y así, el hombre es el único en poseer sentido común, un sentido que le hace conjuntar lo que sucede fuera de él e interiormente, y así emitir un juicio y demás raciocinios, a esto le llamamos la cordura; es eso que juzga la realidad y nos hace conscientes de que es, y por ella participamos no solo de una aparente realidad intelectiva, sino también sensible.
2 Ahora, tomando en cuenta tal sentido que aparece y es en forma natural en el hombre, ¿cómo es posible que se vea extraviado en una realidad actual, en donde nuestros actos en nuestra sociedad parecen contrarios a nuestra razón; qué es lo que en verdad está sucediendo? Y bien, ¿cómo nos damos cuenta de esto?
Pues, si observamos, más que una actitud antinatural o revolucionaria contra el propio intelecto, lo que tal parece es la vivencia de una ignorancia colectiva, que apremia la emotividad, dando al significado emotivo un cabal mayor que al intelecto, hablando así no de un totalitarismo absurdo, sino de una actitud de indiferencia muy profunda. Sto. Tomás los pone a nivel parcial: intelecto y mociones, sin embargo, él igualmente percibía tales actitudes libres de buen juicio, de donde hablando sobre la dispersión o dormición de los sentidos ya sea por anomalía hormonal o por alguna intoxicación con alguna sustancia, a esto lo llama evaporaciones, y nos dice:
El mayor o menor embotamiento de los sentidos depende de la disposición de estas evaporaciones. Cuando su movimiento es grande, no solamente se paralizan los sentidos, sino también la imaginación, hasta el punto que no se ofrece ninguna imagen, como ocurre sobre todo al dormirse después de haber comido y bebido demasiado.
En otro sentido, el consumo excesivo de bebida (aunque no se especifica), podría pensarse que habla de bebidas embriagantes, le da igualmente importancia a la moderación de estos, diciendo:
Si el movimiento de los vapores es algo menor, se ofrecen imágenes, pero desfiguradas y desordenadas, como les ocurre a los que tienen fiebre. Si dicho movimiento aún es más lento, las imágenes se ofrecen ordenadas, como sucede sobre todo al acabar el sueño y en aquellos hombres sobrios y dotados de una potente imaginación. Si el movimiento de los vapores es mínimo, no sólo queda libre la imaginación, sino también y en parte el sentido común.
De esta forma, lo que se percibe en los sentidos en estos momentos es comparado con los momentos en donde el organismo enferma, “de tal manera que, incluso durmiendo, a veces el hombre juzga que lo que ve es un sueño como si distinguiera entre realidad e imagen. Sin embargo, en parte está atado al sentido común. Por eso, aunque la realidad la distinga de ciertas imágenes, con otras se engaña siempre”, hablando, entonces, en materia de sueños, argumenta que tal distinción es razón de una consciencia, mas no una perfecta o completa. “Así, pues, en la medida en que el sentido y la imaginación se van recobrando paulatinamente durante el sueño, también el entendimiento recobra el juicio, aunque no totalmente. Por eso, los que durmiendo razonan, siempre reconocen que se equivocaron en algo”.
3 Sin más, ¿qué sucede entonces con esta sociedad adormilada? ¿Es acaso un situación de atopía la que vivimos en donde la gente quiere vivir soñando viviendo en una fantasía individual que se derrumba en sí misma? Para esto, Chesterton, G.K. dice:
“El país de las hadas, no es más que la radiante patria del sentido común. No es la tierra la que juzga al cielo sino el cielo el que juzga a la tierra; y del mismo modo, a lo menos para mí, no era la tierra la que criticaba al país de los elfos, sino el país de los elfos el que criticaba a la tierra” (Chesterton G. , 1998, pág. 82).
Y más adelante dirá: “Pero aquí me ocupo en demostrar que la ética y la filosofía vienen, alimentándose con cuentos de hadas”, todo esto de su libro Ortodoxia. Y lo justifica diciendo: “Quiero decir que un hombre puede convencerse de su filosofía mucho menos con cuatro libros que con un libro, una batalla, un paisaje y un viejo amigo”, averiguando la verdad a través de una experiencia real de lo que lee, de lo que se prende, de lo que se vive indagando y amando, y continúa: “El hecho de que las cosas sean de distinta especie precisamente aumenta la importancia del hecho que todas señalen una misma conclusión”, conjugando aquí, su pensamiento en algo con el de Aquino; y prosigue: “Prefiero aún las fantasías y los prejuicios del pueblo que ve la vida desde dentro, a las demostraciones más claras del pueblo que ve la vida desde fuera”, entendiendo así, que la vivencia interna posee un criterio contundente en la realidad, y no solo de carácter externo, tal como lo dirá Aquino pero sin inclinarse por alguna facultad, sino tomando de ambos en partes equitativas, el equilibrio es importante para su filosofía y teología.
Ahora que nos damos cuenta, Chesterton es un radical que se lanza por lo que juzga correcto y noble, y no cesa la búsqueda, según comenta continuamente en su libro. De igual forma, es un amante del sentido común, más no del todo un especialista, sin embargo, lo defenderá, y lo hace a capa y espada, incluso desde su fe, y así lo escribe:
Si usted ha descubierto que la idea de la condenación representa una saludable idea de peligro ¿por qué no puede tomar simplemente la idea de la condenación? Si usted ve claramente la almendra del sentido común en la cáscara del Cristianismo ¿por qué simplemente no tomar la pepita y dejar la cáscara? (G. Chesterton 1998, 81).
Dando suficiente razones en dicha imagen para alcanzar a reconocer lo que el sentido común es en comparación con la Iglesia, su doctrina y su estructura, y aun así da apertura a pensar en tomar tan solo aqueste sentido común. Por otro lado, en los comentarios encontrados en la edición citada de la Suma de Teología, nos hace una referencia científica, diciéndonos que:
“A partir, sobre todo, de Thomas Reid (1710-1796), el fundador de la llamada «escuela escocesa del sentido común», (…) no se designaba con ello la inclinación natural de la inteligencia a establecer ciertos juicios universalmente admitidos, sobre todo en el orden de las necesidades vitales ─a lo que Chesterton análogamente se refiere. Decía relación a algo común a todos los sentidos externos, bien fuese en razón de su objeto, o en cuanto a su principio o raíz entitativa de la que provienen, o a un efecto en alguna manera común, como pudiera ser la conciencia sensitiva. Así entendido, era un elemento importante en la estructura y en la dinámica aristotélica del conocimiento, como facultad puente entre los sentidos externos e internos. San Agustín hablaba también de un «sentido interior» (De libero arb. l.2 c.3, 8-9: ML 32,1244-5), pero le atribuía funciones que según Aristóteles corresponden a la estimativa animal y a la cogitativa del hombre”.
Entonces, como ya lo vemos, se estima puedan ser conceptos distintos tanto como para uno como para el otro autor. Mas atinemos a darnos cuenta de que es en ambos un sentido necesario y de carácter conductual. Así, aunque diferencien en definición el concepto análogamente es el mismo.
Como ya lo dije, Chesterton hablará desde su fe, pero siendo siempre hombre intelectual, será hábil y entusiasta al dar tales críticas de carácter apologético-filosófico, y es de honrarse la valentía de sus escritos, tan apasionados, tan vivos, tan misteriosos, siempre buscando un milagro con sus palabras, e incluso dice:
La cuestión de que ocurrieron los milagros, es una cuestión de sentido común y de vulgar imaginación histórica. Seguramente aquí es posible descartar aquél tan insensato exponente de pedantería que habla de una necesidad de “condiciones científicas” en conexión con los fenómenos espirituales alegados.
Y aludiendo siempre a la naturaleza del hombre, por ejemplo, hablando en materia: “Pero en uno y otro caso, se trataba de temores imaginarios, comparados con el actual temor de la muerte, lleno de sentido común, despiadado y cruel” (Chesterton G. , pág. 70), escribiendo del temor que uno de sus personajes percibía al ser descubierto en su búsqueda por salvar al mundo, en el Hombre que fue Jueves. Hace alusión a aquello en lo que todos los hombres en común: la muerte.
Conclusión
Una crítica muy atinada, incluso como análisis de la crisis actual, es la que dice en su Ortodoxia referente ya no hacia los que no comparten su fe, sino hacia los que la atacan; pues tal parece el mundo se ha vuelto —y siempre lo ha estado, sin duda la realidad lo refuta— en contra del cristianismo, y así lo dice Chesterton:
Hoy el anti-Cristianismo del hombre medianamente educado, para hacerle justicia, casi siempre proviene de esas experiencias sueltas pero vivientes. Sólo puedo decir que mis experiencias en pro del Cristianismo son de la misma vívida pero variada especie que las de aquél que las tiene en contra del Cristianismo. Porque cuando observo esas varias verdades anti-Cristianas, simplemente descubro que ninguna es verdadera. Descubro que la verdadera marea y fuerza de los hechos fluye hacia el otro lado.
Y aludiendo más científicamente a lo dicho por Sto. Tomás, sabremos cual es la profundidad de tales palabras, y así, más que hablar de un Dios filósofo habla de ese Dios personal que profesamos los cristianos, y lo dice así:
El sentido común tiene por objeto lo sensible, y lo sensible es también el objeto de la vista o del oído. De ahí que el sentido común, en cuanto facultad, abarque los objetos propios de los cinco sentidos —tal como ya hemos leído— de modo parecido, lo que cae dentro del campo de las diversas ciencias filosóficas, esto mismo puede considerarlo bajo un solo aspecto, —ecce sensus principales— el de poder ser revelado por Dios, la doctrina sagrada como una única ciencia. Es así que la doctrina sagrada es como una imagen de la ciencia divina que es una, simple y lo abarca todo.
Refiriéndose a la teología, claro, sin anular, por tanto, la filosofía misma (el pensamiento humano, sus capacidades y cualidades), sino, dando sentido a su existencia. Siendo Dios, según, entonces, también en la filosofía el que hace capaz dicha facultad, tan diversa a la de los animales, al hombre imagen y semejanza de Dios (Gn 2, 27) en tanto posee sentido común, y más perfecto que esto, el intelecto.
Entonces, volviendo a lo evidente, nos damos cuenta de dos realidades, la primera: que poseer un sentido común nos diferencia de todo otro ser distinto al ser humano, aunque familiar, no hay más que solo el hombre, que sea capaz de emitir juicios y darse, al mismo tiempo, cuenta de que los emite. Esto es de considerarse como reclamo moral de algunas actitudes nuestras inhumanas, animaladas, salvajes o indiferentes, que a faltas de dicho sentido, que si bien lo trabajáramos nos daríamos cuenta de algo, de que dicho sentido nos da una responsabilidad sobre nosotros mismos y sobre el otro, pues sabemos que existimos y sabemos que el otro existe. Al mismo tiempo, una segunda realidad es la presencia de Dios en nosotros de forma tan misteriosa como cercana, hecho que se suscita en nuestras mismas facultades, y de esto nos damos cuenta cada uno según un momento y una forma muy particular. Esto nos invita a partir, ya no desde un mensaje meramente cristiano, sino uno desde la naturaleza del mismo hombre que se perfecciona en cuanto es y llega a ser, y no en cuanto se limita y se obstruye, que esto es contrario a la sensatez, Aunque muchas veces nuestros límites son nuestros mismos medios de conocimiento, como en el caso de los sentidos.
Pero, ¿cuáles son estos obstáculos?
Pues la cerrazón de mente e ignorancia del espíritu, o bien, al decidir ser espirituales, optamos por abandonar a los entes y nos encerramos en un individualismo narcisista, en donde optamos por un eudemonismo singular, sin apertura al ser que en potencia nos puede perfeccionar, utilizando términos aristotélicos, o aún mejor al Ser que en acto nos perfecciona: Dios mismo. Para ello, Chesterton se pone como ejemplo, como buscador, un creyente empírico, que basó sus pasos en la verdad, la simpleza y el misterio; él en verdad hizo de su vida una verdadera filosofía, pues nunca dejo de admirarse de lo que acontecía, y esto lo vemos reflejado en sus escritos. Ante esto, Chesterton dice que “el ideal de todo hombre es el hombre común”, buscando ser tan común y simple como lo es Dios; común y familiar, como no lo es nadie más, y concluyendo diré lo que San Agustín de Hipona: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva ¡Tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba”.
Bibliografía
Aquino, S. T. (2001). Suma de Teología (4° ed., Vol. Tomo I). (R. d. España, Ed., & J. M. Capó, Trad.) Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
Chesterton, G. (1998). La Ortodoxia. México: Editoria Porrúa.
Chesterton, G. (s.f.). El hombre que fue Jueves.
Diccionario Laroos. (s.f.). Laroos.
Rosental, M., Iudin, P., & más, y. (2013). Diccionario Filosófico. Barcelona: BookTrade.